30 septiembre 2003

No sé sobre qué puedo escribir hoy

Me veo por primera vez desde que escribo en este blog, ante el vértigo del escritor -muy dadivoso por mi parte considerarme como tal- que se encuentra bloqueado frente a una hoja en blanco y no sabe, no puede o no quiere redactar absolutamente nada. He tratado de buscar inspiración aquí y allá, pero hoy me fallan y me faltan mis tradicionales musas, es decir, las noticias y la actualidad.

Desde hace varios años, aproximadamente ocho, tal vez nueve, pende de la pared de mi habitación un marco barato de color negro que hace las veces de cortil o cortijo para más de 140 rostros, la mayoría juveniles, repletos de esperanzas e ilusiones en el futuro. Otros seis semblantes, fogueados y rasgados por un trayecto vital cargado de experiencias, presiden y encabezan al heterodoxo rebaño de bisoños y noveles licenciados.

Es una orla. Es mi orla. En ella me encuentro y me veo, tal y como era en 1994, rodeado por compañeros y compañeras que durante más de cinco años formaron parte de mi día a día, de mi vida y de mi forma de entenderla, de mis inquietudes, de mis ansias, de mis anhelos y de mi apuesta por un futuro triunfal. Los veo ahora, me veo ahora, ahí colgados de la pared de mi habitación y me asaltan mil y una preguntas acerca de su paradero y de sus logros. Una vez formamos un tronco común que incluso pudo llegar a parecer homogéneo. Pero ese tronco se fue ramificando y por cada una de esas ramas, hubo de transcurrir el irrepetible devenir individual de cada uno de esos 137 compañeros que me rodean.

Circunstancialmente he topado con alguno de ellos en estos últimos años, pero han sido encuentros casuales, sostenidos por las débiles pinzas de lo efímero en las bulliciosas calles de Madrid, en el no menos caótico Metro capitalino o en algún atiborrado y tumultuoso bar. Coincidencias fugaces en las que las espontaneidad y la naturalidad de antaño, habían sido sustituidas por culpa del absurdo transcurrir del tiempo, en rigor y premura.

Me agradaría enormemente saber qué fue de la vida y de los sueños de todos aquellos alumnos que superpoblamos la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid entre 1989 y 1995. Muchos eran mis amigos y amigas, de los que creí firmemente en algún momento que jamás me separaría. Quimera juvenil, casi adolescente, aquella que promete lealtad y apego eterno tras incontables horas de etílico hermanamiento y que con los años se desvanece, como al alba se evapora la bruma que cubre la escarpada costa.

Hay algunos a los que ni siquiera conocí, pero cuyos rostros me son resueltamente familiares, pues me han acompañado largos años desde el silencio, el sigilo, quizás la complicidad. Pero a otros y otras los traté en la amistad, en la sonrisa, en la carcajada y en el llanto, mientras que de alguna me enamoraba, como sólo se enamora un adolescente que acaba de romper el cascarón. Y no sé cuál ha sido su ruta, su destino, su acomodo o su victoria, personal y profesional. Tal vez muchos sigan como yo, buscando y no encontrando el futuro que soñaban hace ya tantos y tantos años. Y cómo no, me inquieta la certeza estadística de que alguno haya hecho pie en un funesto puerto desde el que no haya podido volver a hacerse a la mar.

Aquella época pareció un lapso detenido e inmutable, pero la vida y el tiempo son implacables y trastocan hasta lo que parece más inalterable.

Hoy era el día cursi de Lucio Decumio.

Lucio Decumio.

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