29 agosto 2008

Un día en la oficina

Iba a hablar sobre la jornada laboral que me ha tocado vivir hoy, pero he salido tan quemado y tan cabreado, que las pocas ganas que tenía de ironizar acerca de mi patético empleo, se han esfumado como por ensalmo. Tal vez esté perdiendo una buena oportunidad de reírme de mí mismo, pero en serio, no me apetece.

Así que escribiré sobre otra cosa, aunque a estas alturas, las ideas que terminarán escurriéndose desde mis meninges hasta mis dedos, todavía no hayan hecho acto de presencia en aquéllas. Ah, sí, ya lo tengo. Algo prosaico y ligero para hoy, que quiero acostarme pronto, madrugar mañana e irme al gimnasio antes de entrar a trabajar.

Como ha venido siendo costumbre durante los últimos años, un viejo amigo mío y yo nos hemos ido a pasar unos días de vacaciones a la Feria de Málaga. Siempre nos lo habíamos pasado muy bien, pero este año, al margen de que los éxitos entre el sexo opuesto han sido realmente escasos, la más cruda realidad, la que llevábamos años negándonos a asumir, se nos ha presentado con toda su crudeza, descarnada e implacable.

Nos hemos hecho mayores. Queridos amigos, con 38 años, ya no se puede ir uno por ahí de fiesta como si tuviera la mitad, pensando que las chicas de 20, 24, 28 ó incluso más años, van a prestarnos la más mínima atención. Además, la presencia masiva de gente, los empujones, los borrachos y el griterío, son estampas que hemos visto tantas veces, son escenas en las que nos hemos visto envueltos en tantas ocasiones, que cansan. El problema es que el ser humano tiende a verse a sí mismo como un todo invariable en el tiempo y en el espacio y no cae en la cuenta de que a ojos del resto del mundo, cambia. Vaya si cambia.

Total, que uno ya no está para convertirse en la guinda del apetitoso pastel que está a punto de engullir alguna moza de buen ver. En realidad, nunca fui la guinda y ahora que lo pienso, ni tan siquiera el envoltorio del pastel.

Qué miseria de vida, por Dios. Seguro que la culpa es de Zapatero.

Lucio Decumio.

27 agosto 2008

Cuatro reflexiones

La primera, de índole baloncestístico.

José Luis Sáez, Presidente de la Federación Española de Baloncesto, despidió fulminantemente allá por el mes de Mayo, a Pepu Hernández, el entrenador que había dirigido a la selección nacional de esta disciplina, hasta los mayores logros deportivos de su historia. Para justificar una decisión tan insólita como peligrosa, con unos Juegos Olímpicos a las puertas, el dirigente argumentó que el preparador había firmado un preacuerdo con el Unicaja de Málaga, para entrenar a este conjunto de la Liga ACB una vez concluida la competición olímpica y que tal acuerdo, impediría a Hernández concentrar todos sus esfuerzos en dirigir convenientemente al equipo nacional. Hete aquí que Sáez contrató a Aíto García Reneses para sustituir a Pepu y al finalizar los Juegos y volver a España, Aíto manifiesta su intención de abandonar la selección y fichar por el Unicaja.

Estos son los hechos, puros y duros. ¿Mi opinión? Sinceramente, creo que la mayoría de los dirigentes de las Federaciones Deportivas Nacionales, no digieren como debieran el éxito de los deportistas que las representan y en virtud de ello, sienten la irrefrenable necesidad de comportarse como auténticos mentecatos, con el fin de obtener sus quince minutos de gloria catódica, aunque tan infantil comportamiento, vaya en detrimento de su propia imagen. ¿Exagero? Creo que no. Si no, recordad el enfrentamiento entre Pedro Muñoz y los tenistas españoles, encabezados por Rafa Nadal. O las descabelladas predicciones de José María Odriozola, presidente de la Federación Española de Atletismo, que antes de Pekín 2008 pronosticó entre 8 y 10 medallas en esta disciplina, para terminar volviéndonos con cero metales. O Ángel Villar y sus declaraciones de borrachín alegre y despistado, tras el triunfo en la Eurocopa. Y para qué seguir.

La segunda, de carácter energético.

Resulta curiosa la coincidencia espacio-temporal, entre el reciente intento por parte de determinados grupos políticos y sociales, de abrir un debate sereno y argumentado sobre la necesidad de construir nuevas centrales nucleares que nos independicen energéticamente del exterior y la aparición en los medios gubernamentales de oportunos accidentes o incidentes, registrados en algunas de las centrales que actualmente se encuentran en funcionamiento. Reconozcámoslo. Son unos auténticos artistas. Si existieran unos galardones internacionales que premiaran a los gobernantes con menos escrúpulos y a los políticos más hipócritas, más oportunistas y más destacadamente manipuladores, nuestros socialistas encabezarían el medallero un año tras otro.

La tercera, de naturalez política.

Pese a la magnitud de la tragedia ¿hasta qué punto es necesario que Zapatero dé a luz a un mini gabinete de crisis para gestionar -soy benévolo, lo reconozco- la catástrofe de Barajas? ¿A qué tanta ocultación de datos a familiares, medios y opinión pública? Aunque una gran parte estén carbonizados e irreconocibles, ¿es creíble que desde un punto de vista estrictamente técnico, se precise más de una semana para completar la identificación de, a lo sumo, 120 cuerpos?

Con Zapatero en el Gobierno, cualquier hipótesis por alucinante que parezca, resulta posible y plausible. Desde la ocultación de la realidad para eludir la responsabilidad gubernamental en la ineficaz labor de AENA como organismo regulador y controlador del tráfico aéreo y de las compañías que operan en España, hasta el intento deliberado de esconder un escenario mucho más siniestro y estremecedor.

La cuarta, de tipo cinematográfico.

Bajo el nada pretencioso título de "Los girasoles ciegos", José Luis Cuerda, célebre realizador español, sólo comparable en talento a un puñado de dioses del Olimpo cinematográfico como Kubrick, Spielberg, Ford, Coppola, Allen, Lucas o Lubistch, ha dado forma a una historia cargada de ingenio creativo, fuerza y originalidad. El argumento, necesariamente merecedor de un Oscar al Mejor Guión Original, centellea, deslumbra y rasga el firmamento cinematográfico patrio, gracias a su innovador, arriesgado y audaz planteamiento: recién terminada la Guerra Civil española, un despiadado clérigo que simpatiza abiertamente con Francisco Franco, el tirano más sanguinario que han conocido las edades humanas, se dedica a perseguir sin tregua a un pacífico ex-combatiente republicano, al que su mujer oculta en las estancias secretas de su casa. Al tiempo, el sacerdote, cuya protervia infinita convierte de un plumazo en inocentes aprendices del mal al Joker, a Lord Vader y a Freddy Kruger, trata de satisfacer sus deseos más inconfesables con la bella esposa del valeroso luchador por la libertad.

Lo dicho, una producción comprometida y emocionante en la que destacan unos personajes elaborados, trabajados y alejados de cualquier tentación maniquea, así como un revelador y escrupuloso respeto por el marco histórico en el que se desarrollan los acontecimientos. Una cinta indispensable, obra de un director sublime, a la que sólo esperan el reconocimiento, la loa y la admiración del público, así pasen los siglos.

Lucio Decumio.

25 agosto 2008

2206

Ni es el año en que Madrid logrará celebrar sus primeros Juegos Olímpicos, ni tampoco es el título de una película centrada en alguna epopeya espacial humana. Es algo más simple, más sencillo y desde un punto de vista personal, mucho más abrumador.

Tras dos semanas de vacaciones, hoy he vuelto a la oficina y ese guarismo, resaltado sobre la pantalla de mi ordenador en negrita, indicaba la cantidad de correos que habían llegado a mi bandeja de entrada durante los quince días precedentes. ¿Magia? ¿Locura? ¿Una revisión cibernética del milagro de los panes y los peces?

No, no es nada de eso. El correo electrónico se ha convertido en una herramienta tan básica en nuestras vidas y en nuestras profesiones, que su volumen y caudal ponen en serio riesgo -cuando no arruinan-, el normal desarrollo de nuestras tareas diarias o laborales.

Imaginaos. Casi 140 correos diarios -he incluido tres fines de semana completos y un festivo adicional en el prorrateo- han llegado a mi buzón, desde el momento en que dejé atrás, con el fin de disfrutar de unas relajantes y merecidas vacaciones, las oficinas en las que honrada pero paupérrimamente, me gano la vida.

Alguien podría pensar que buena parte de esa montaña bíblica de información, es simple y llanamente, correo basura. Nada más lejos de la realidad. En los días que corren, mi empresa, como cualquier corporación seria y preocupada por la seguridad de sus redes e instrumentos informáticos, tiene instaladas unas más que potentes herramientas anti-spam y antivirus, así que los 140 mensajes diarios antes mencionados están todos y cada uno de ellos, relacionados de una u otra forma con mi actividad profesional.

Actividad profesional que me veo incapacitado para desarrollar en toda su extensión, debido precisamente a esa brutal cantidad de información pendiente de ser leída, analizada, gestionada o contestada. Y no lo digo por el dato acumulado en razón de varias semanas sin abrir mi cuenta de correo. Quien más quien menos, sabe de lo que hablo y sabe que el correo electrónico, más que en una ayuda, se ha convertido con el paso de los años, en un estorbo, en un obstáculo y quién sabe si en el principal motivo de preocupación, ansiedad y angustia que nos embarga en los días previos a la reincorporación a nuestros puestos, tras el goce y disfrute de nuestras vacaciones.

Y para terminar, un pequeño apunte político, muy en mi línea. En 2002, un avión fletado por el Ministerio de Defensa, entonces dirigido por Federico Trillo, se estrelló en Turquía. Murieron los 68 militares que transportaba de vuelta a España, tras cumplir una estancia de cuatro meses en el Afganistán post-talibán. Como fue norma durante los últimos años de José María Aznar, petrolero que se hundía, avión que se caía o periodista que moría en una guerra, era furiosamente empleado como arma arrojadiza contra el Gobierno del Partido Popular.

Ahora, pasados sólo unos días de la tragedia de Barajas, nadie se ha atrevido a mencionar, ni tan siquiera en voz baja, la más que segura indolencia o negligencia de AENA, a la hora de validar unos mecanismos estrictos de control sobre las líneas aéreas que operan en España. Una vez más, cuando son los socialistas quienes ocupan el poder y es su ineficacia y su incompetencia la responsable última de un desastre -helicóptero de Afganistán, incendios forestales de Galicia y Guadalajara, buques chatarra en las costas gaditanas...-, la opinión pública y la oposición política, van a dejar que se vayan de rositas.

Lucio Decumio.