19 septiembre 2003

El mundo al revés

No voy a decir nombres. Ni falta que hace. Al igual que sucedió hace un par de meses, cuando un muy cercano familiar se vio afectado por la quiebra de la constructora que debía edificar su vivienda, encontrándose ahora sumido en un laberinto legal de no muy despejado horizonte, hoy he sentido rabia, impotencia y ganas de coger a los responsables de la injusticia por el pescuezo y decirles en su cara lo cobardes y mandilones que son.

Yo no sé qué clase de sensación pre-orgásmica invita a mucha gente en nuestro país a solidarizarse con el verdugo, con el canalla y con el aprovechado, al tiempo que se ensaña obscenamente con la víctima, pero observo con creciente preocupación que esta repugnante inversión moral se produce -y me temo que se reproduce- cada vez con más frecuencia.

Pasaré a relatar los acontecimientos. Hace unos meses, un amigo mío entrevistó para el puesto de cajera en la sucursal de una importante multinacional de la que es director, a una chica cuyo currículum le había hecho llegar el director de otra sucursal de la misma empresa, paisano de la interesada. Durante las primeras semanas, la joven parecía despuntar en su labor y los responsables de esta oficina se mostraban encantados con su trabajo, especialmente mi amigo, el director.

Sin embargo, pasados los meses, el equipo de dirección del establecimiento detectó importantes descuadres en los balances de caja. Estos desajustes se cifraron en una cantidad que no determinaré, pero que permitiría comprar en un solo plazo, un buen coche de segunda mano, por poner un ejemplo. Inmediatamente mi amigo -el director- y su equipo de gestión levantaron su dedo índice contra aquella avezada cajera que tan buenas sensaciones y perspectivas había despertado en sus inicios en el puesto. Puesta ante el brete de tener que devolver el dinero que había sustraído, o ser denunciada, la chica reconoció el hurto, prometió reintegrar el importe detraído y fue despedida.

Evidentemente, este asunto llegó a más altas esferas de la multinacional, donde se tomó la decisión de no iniciar acciones judiciales contra la joven y avispada ratera, puesto que éstas terminarían por sumar un coste superior al montante total de lo robado por la ya ex-cajera. Y ante los atónitos ojos de mi amigo y de su equipo de dirección, los responsables de zona le obligaron a suspender de empleo y sueldo por tres días a la persona que había dado la voz de alarma y detectado las malas artes de la funesta empleada. Esa persona, a la que los ignominiosos superiores de zona obligaron a mi amigo a sancionar, forma parte del círculo de amistades de mi colega y también mío, así que cualquiera puede hacerse una idea de la papeleta y de la situación por la que ha tenido que pasar mi amigo, el director de la sucursal de esta infamante multinacional.

He planteado muchas veces la comparación o el símil y no me resisto a volver a hacerlo en este "blog". Imaginemos que somos -como naturalmente somos- unas personas decentes, trabajadoras y honradas que nos vamos tranquilamente de vacaciones a disfrutar de unos merecidos días de asueto. Cuando volvemos a nuestro hogar, nos encontramos con que éste ha sido asaltado y desvalijado. Nuestro disgusto no puede ser mayor, así que lo primero que se nos ocurre es, presos de un desasosegante desamparo, llamar a la Policía que rauda, se presenta en nuestro domicilio. Les decimos lo que ha pasado, qué nos hemos encontrado y pedimos consejo para que nos ayuden a presentar una denuncia. Hasta aquí todo normal. Pero si los acontecimientos se desarrollaran como los que anteriormente he expuesto y que obviamente son verídicos, la reacción de la Policía bien podría ser la siguiente:

-"No señores, no presenten ninguna denuncia porque no vamos a encontrar a los responsables del mayor disgusto que se han llevado en sus vidas. Ni tan siquiera vamos a investigar el caso, porque es inútil. Ahora bien, como han sido ustedes unos imbéciles y unos necios, vamos a llevarles esposados al calabozo por haber sido tan incautos y haberse dejado robar en su domicilio. Y después, iniciaremos las pertinentes y obligadas diligencias judiciales para que queden debidamente escarmentados".

-"¡¡Pero oiga, si nosotros somos los afectados!! Las víctimas del robo hemos sido nosotros, nos han quitado todo lo que teníamos de valor en nuestra casa y aún así, ustedes, que son la Policía, quienes deben proteger a los ciudadanos de los abusos de los delincuentes, me dicen en mi propia casa que no sólo no van a perseguir y a atrapar a los responsables de este atraco, sino que además, van a hacer todo lo posible por empapelarnos, con la excusa de que somos unos descuidados y nos hemos dejado robar. Pero esto es inaudito, no me lo puedo creer".

-"Pues créanselo. Este mundo es de los listillos, de los trepas, de los enchufados, de los caraduras, de los jetas, de los manguis y de los enterados, pero no de gente como ustedes, personas honradas, trabajadoras y sobre todo estúpidamente confiadas en la bondad de los demás. De hecho, no sólo vamos a denunciarles por haberse dejado robar, que ya hay que ser memo, sino que vamos a intentar hacer todo lo posible para que paguen por su virginal candidez y por su falta de picardía y desvergüenza. ¡¡A ver si espabilan, que estamos en el siglo XXI, hombre!!".

Pues eso. Yo quisiera saber cuándo vamos a dejar en nuestro país de admirar, mimar y reverenciar al sinvergüenza y al descarado y se le va a tratar como lo que es; un vulgar delincuente que debe pagar por los atropellos cometidos contra la figura de sus íntegros conciudadanos.

Lucio Decumio.

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