30 junio 2004

13 días

Cuesta en estas fechas postreras de Junio de 2004, una enormidad ponerse delante de un ardiente teclado, una humeante pantalla y una CPU en amenazante estado de ebullición, pues otra cosa no me parecen tales artilugios a la luz de las temperaturas que estamos alcanzando en nuestra querida España.

Sin embargo, hoy he tenido la oportunidad de contemplar una película que no había visto y que el hecho de dejar pasar de largo su visionado hace unos años, me dejó un amargo sabor de boca. Ello me ha animado a escribir, tratando de sortear de la mejor manera posible, el asfixiante calor que nos invade.

Hablo de "13 días", un largometraje interpretado por Kevin Costner -no demasiado buen actor, a mi juicio- en el papel de asesor del Presidente J.F. Kennedy durante la crisis de los misiles cubanos de Octubre de 1962. El resto del reparto es absolutamente desconocido para mí, empezando por los actores que dan vida a los malogrados hermanos Kennedy -John y Robert- y terminando por el último extra, lo que me invita a pensar que el filme, aunque parece riguroso, se ideó posiblemente como vehículo para el lucimiento personal del actor de mayor prestigio.

Pero pese a ello, la película mantiene intacto el interés del espectador -al menos en lo que a mí respecta- y pone de manifiesto con toda su crudeza las tensiones humanas y políticas que azotaron al Presidente Kennedy y a todos sus colaboradores durante aquellos cruciales días. Es fácilmente perceptible la sensación que se intenta transmitir de que ya entonces, entre los altos mandos de las Fuerzas Armadas Norteamericanas, no parecían calibrarse en toda su extensión las repercusiones de un intento de echar por las bravas a los soviéticos de la isla caribeña, anteponiendo no se sabe muy bien qué intereses personales o militares al agotamiento de cualquier vía de negociación.

Afortunadamente, los Kennedy obraron con cautela y mano de hierro a un tiempo. El bloqueo marítimo a la isla surtió el efecto deseado y las negociaciones en la trastienda entre altos dignatarios soviéticos y norteamericanos dieron como resultado el mantenimiento de un débil equilibrio estratégico y sobre todo, de la paz a nivel global.

Sin embargo, aquél enfrentamiento en la Administración Norteamericana entre quienes lucharon a brazo partido por la conservación de la paz y quienes abogaban por una intervención directa contra las bases instaladas en Cuba, se llevaría por delante la vida de los dos hermanos Kennedy. Quien más quien menos, sospecha que los asesinatos de ambos no fueron sino el definitivo ajuste de cuentas de las alas más duras de la Administración y el Ejército norteamericano, ante lo que entendieron como una grave debilidad política frente a Cuba y a la Unión Soviética en aquellos críticos días de 1962.

De ser ciertas estas sospechas, la perseverancia, la constancia, el buen juicio, el sentido común, el desvelo por los demás, la lucha por la defensa de las más justas y profundas convicciones y en definitiva, el intento de preservación de los más elevados valores humanos, se habría topado con la más retorcida protervia y con la más ignominiosa de las venganzas, disfrazadas además, de puntuales y aislados actos de inopinada violencia.

Pero es el tiempo, que todo lo juzga cuando nos da la suficiente perspectiva, el que se encarga de poner a cada uno en su sitio y dar a cada cual el reconocimiento que merece. No es ni mucho menos mi intención la de compararme en calado y en importancia histórica con Kennedy, pero espero que al igual que la historia y los hechos enaltecieron la figura de aquel extraordinario Presidente, el paso de las semanas, los meses y los años, terminen haciendo justicia con aquellos que por la espalda, sin previo aviso y con toda la deslealtad, la alevosía y la hipocresía de que fueron capaces, me decapitaron laboralmente sin darme siquiera la oportunidad de defenderme ante las insidias y las emboscadas que me tendieron por el camino.

Oponer razones y argumentos justos, correctos, razonables y cabales ante el embate de la arbitrariedad, de la infamia, de la esquizofrenia y del despotismo, conlleva el pago en ocasiones, de muy altas facturas.

Lucio Decumio.

24 junio 2004

Siempre se queda el mismo

En virtud de una serie de problemas de índole laboral que han terminado por adelantar -y darles carácter indefinido- mis vacaciones veraniegas, llevaba varios días sin abrir mi ventana cibernética y empezaba a echar de menos el sonido del martilleo de mis dedos oprimiendo las teclas de mi PC.

Pero ya estoy de nuevo por aquí dispuesto a acudir puntual a la cita que conmigo mismo, tengo desde hace cerca de un año en este modesto espacio. Si algo he aprendido en los últimos tiempos, pero particularmente en este último año, que como antes apuntaba, es en el que con más interés me he empleado a la hora de redactar reflexiones de todo tipo, es que ante cualquier acontecimiento, eventualidad o noticia, conviene esperar unos días, tal vez unas semanas y valorarlo posteriormente con la perspectiva, la transparencia y la tranquilidad que confiere el paso del tiempo.

Por ello y aunque algunos de los ojos que recorren este texto ahora mismo hayan adquirido el volumen y las proporciones de un balón de playa debido a la sorpresa y a lo inesperado de mi primera afirmación, aún no quiero entrar a describir las circunstancias, las causas y los motivos que desde mi punto de vista, han ocasionado que mis huesos hayan tenido que estrellarse contra el frío y duro terrazo de las oficinas del INEM, de los Juzgados de lo Social, de las indemnizaciones por despido improcedente y de mil gaitas más en las que jamás pensé que me vería envuelto, pero en las que para mi infortunio, ahora me veo enzarzado.

No es mi intención crear una atmósfera de tensión y de interés entre mi auditorio, con el fin de que caigan en la ansiedad de saber qué ocurrirá en el próximo episodio. Las cosas no son tan importantes y menos las que me suceden a mí, así que insisto en lo de la perspectiva y el tiempo. Ahora mismo, después del golpe y aún dolorido, es pronto para ponerse manos a la obra, pero quiero aprovechar la presencia de testigos para prometerme desde aquí, que lo haré en breve plazo. Afilaré la pluma pues.

En estos días también han sucedido un montón de cosas. Zapatero ha seguido bajándose los pantalones por doquier, aunque tales acontecimientos hayan dejado de ser noticia para convertirse en desesperante rutina, mientras Irak aborda las últimas jornadas previas a la transferencia del poder a las autoridades locales, algo por lo que la progresía y la intelectualidad que nos intenta lobotomizar, reza para que no se consume, pues muchos de los proyectiles demagógicos utilizados hasta la fecha, quedarían definitivamente desactivados.

Pero tampoco tengo ganas de extenderme en consideraciones políticas, algo de lo que me he empachado -y es posible que haya empachado también- durante las últimas intervenciones, aunque lo de la entrega del poder a los iraquíes el 30 de Junio, me sirva para enlazar con otro acontecimiento tan reciente como triste. Me refiero al profético chiste que circuló antes del domingo por todos los buzones de correo electrónico de España, en el que se advertía de que Zapatero había ordenado el regreso inmediato de nuestros futbolistas destacados en Portugal, antes del citado 30 de Junio.

Profético como digo y agorero también, fue el chascarrillo de marras. No falla, cada dos años, ya sea Eurocopa, ya sea Mundial, los irredentos aficionados al fútbol tenemos una cita ineludible con la cara de tontos que se nos queda cuando después de miles de ilusiones acumuladas en torno al equipo que hemos llevado al certamen de turno, a aquél se le encogen las piernas en los momentos críticos, le abandona la suerte o le atraca un árbitro musulmán e infiel que pasaba por allí y ha de volverse a España con el rabo entre las piernas y con otra oportunidad desaprovechada, rebosando el zurrón de los fracasos.

El caso es que, tras estos fiascos, siempre se enjuicia duramente la labor del seleccionador y curiosamente, siempre con el agua del río desperdigada ya en la inmensidad del mar. Los periodistas y los aficionados lo tienen muy sencillo, especialmente los primeros. Si el seleccionador no alinea a los que dice la Prensa y luego pierde el partido, Sáez o el que sea, es culpable de un delito de lesa majestad por no haber hecho caso a los sacrosantos augures que cubren informativamente el acontecimiento. Pero si los alinea y pierde, también le cazan por el ángulo inverso y le declaran falto de personalidad y de criterio propio por haberse dejado llevar por las corrientes de opinión.

Y así siempre. La redactores deportivos son un hatajo de cobardes revanchistas, hienas que siempre llevan las de ganar, pues esperan a los hechos consumados para emitir el juicio inverso, independientemente del resultado. En cuanto vienen mal dadas, saltan del barco como ratas, aunque segundos antes, defendieran a muerte a su capitán. Muy triste.

En cuanto a los aficionados, ésa chusma manejable y manipulable entre la que no me cuento, gracias a mi gran sentido crítico, cae siempre en las mismas y repetidas simplificaciones. Que cobran mucho y que si cobraran menos, correrían más; que son unos vagos y unos niños ricos y mimados a los que habría que fustigar con un látigo; que el entrenador debería haber puesto a Pascual en lugar de Torcual. Palabrería tabernera.

Debemos afrontar los hechos. España ha tenido, tiene y tendrá grandes jugadores, pero carece de tradición ganadora en los grandes torneos y eso es lo que realmente pesa y no otra cosa. Al igual que un equipo grande sale muchas veces adelante gracias al invisible impulso de su historia gloriosa, de su propio pasado victorioso, a nosotros nos pesan y el fatalismo y la desgracia que nos han acompañado tradicionalmente en este tipo de torneos. Y hasta que no atravesemos ese muro invisible de infortunio que nos separa del éxito, nada podremos hacer. Cambiaremos de seleccionador diez veces, de jugadores cien, ya podrán ir los mejores futbolistas del planeta enfundados en la elástica nacional, que como en el ánimo siga instalado el lastre de la desventura, la calamidad y la derrota, nada se podrá hacer.

En este tipo de competiciones, las camisetas y la historia que está detrás de ellas, muchas veces ganan más partidos y más puntos que la calidad de sus propios futbolistas. Se lo pueden preguntar a Italia o a Alemania, que aunque hayan salido malparadas esta vez, casi siempre suele ser al contrario. Y qué decir de Brasil o de Argentina. Los jugadores de estas selecciones que juegan en cada torneo son distintos a los de hace 20, 30 ó 50 años, pero los triunfos de sus padres y de sus abuelos están entretejidos en el nylon de las camisetas y en la piel de las botas Aimar, Ronaldo, Ballack o Totti. Es un valor añadido que saben que portan y por el que actúan en consecuencia.

Y Villar dimisión. Todo el mundo pide las cabezas de los seleccionadores españoles, pero nadie la de quien los nombra.

Lucio Decumio.


17 junio 2004

La guerra y la demagogia como argumentos políticos perennes

La comisión parlamentaria de investigación que indaga en los hechos del 11 de Septiembre de 2001, ha llegado a la conclusión de que aquellos salvajes atentados terroristas, no fueron organizados desde Irak. Esta resolución, una de tantas que alcanzará la citada comisión, es muy sencilla de entender y de descifrar y además, algo redundante, porque si algo se sabe casi desde el primer momento, es que el origen, la idea de atentar contra uno de los símbolos norteamericanos y occidentales por excelencia, partió de algunas cavernas afganas donde el agreste régimen talibán, cobijaba a Bin Laden.

Pero curiosamente, el PSOE, a través de su Secretario de Organización, ha llegado a una conclusión por inferencia realmente asombrosa. Si los atentados del 11-S no fueron organizados en Irak, la invasión aliada para derrocar a Sadam no estaba justificada y mucho menos, el incontestable apoyo político, pero militarmente testimonial, prestado por José María Aznar y su Gobierno a la intervención. ¡¡Gracias a Dios!! Menos mal que estos nuevos ilustrados de la Era de las Telecomunicaciones, han llegado hasta nosotros para hacernos ver lo que no hemos logrado leer entre las criptográficas líneas redactadas por los investigadores del 11-S.

En vista de estos impactantes descubrimientos llevados a cabo por el PSOE, su infando Secretario de Organización, José Blanco, se ha apresurado a exigir al anterior Gobierno que pida perdón a los ciudadanos españoles por haberlos engañado, pues al no tener el 11-S su raíz en Irak, el asalto contra la dictadura de Sadam no estaba justificado.

Espectacular ejercicio de torsión argumental y sobre todo, de la realidad, al que nos invita este insignificante personaje. Hasta donde yo sé, que es hasta donde yo creo que sabe la inmensa mayoría de la población, la intervención aliada en Irak se justificó -y se apoyó desde el Gobierno del PP- en virtud de la más que posible existencia de arsenales de armas de destrucción masiva en suelo iraquí, que eran susceptibles de ser utilizados por el tirano contra su población -como ya lo había hecho en otras ocasiones-, contra estados vecinos o incluso contra países de Occidente -posibilidad más que remota, desde luego-.

La mentira pues, es la que entreteje Blanco y no otra, como miserablemente, intenta hacernos ver.

Esta permanente recurrencia a las tesis con las que trataron de erosionar al anterior Gobierno y con las que dinamitaron la voluntad popular en las vísperas de las elecciones del 14-M, debería empezar a cansar y a poner sobre aviso incluso a sus propios votantes y simpatizantes. A los demás no nos pilla de sorpresa, pero a los suyos, algo debería empezar a darles en la nariz.

Yermos de iniciativa y calidad política, como demuestran sus inagotables y vergonzantes tropiezos jurídicos y administrativos y henchidos de ánimos de revancha y desquite contra el anterior Gobierno, como evidencia su extenuante carrera derogatoria, plasmada en la aniquilación del PHN o de la LOCE, los dirigentes socialistas se siguen agarrando al clavo ardiendo de la guerra de Irak para esconder sus miserias y continuar golpeando a su adversario. En lugar de enfocar sus esfuerzos hacia el bien común de los ciudadanos y hacia la correcta gestión económica y política de la Nación, pierden el tiempo -o tal vez intentan ganarlo para sí- convirtiéndose en la oposición de la Oposición, algo realmente inaudito en un sistema democrático.

Pero son listos, muy listos al actuar de este modo. Una gran parte de la opinión pública española está tan narcotizada y tan adormecida por las tesis simplistas y demagógicas que con tanta pericia manosean los socialistas y sus acólitos en torno a los orígenes y a las consecuencias del apoyo español a la intervención aliada en Irak, que seguramente aquélla prestará más atención y le dará más importancia a esta nueva falacia, que a las docenas de barbaridades y estupideces que han perpetrado desde que hace dos meses, el gobierno de la Nación cayera, manchado de sangre y cubierto de mentiras, en sus manos.

Lucio Decumio.

13 junio 2004

Permisos de conducir baratitos

Ha llegado hasta mis oídos, proveniente de fuentes de toda solvencia, la noticia de que de un tiempo a esta parte, los inmigrantes que han arribado a centenares de miles en los últimos años a España, pueden, a través de la presentación del permiso acreditativo para conducir expedido en sus países de origen, obtener gratuitamente el permiso nacional, sin necesidad de pasar por ningún otro trámite, administrativo o técnico.

Si esto realmente es así, las cosas están llegando demasiado lejos. No sé si esta decisión la ha tomado el actual Gobierno o es fruto de los complejos del anterior, pero eso me da igual. Lo que me indigna y encoleriza es saber que cientos de miles de jóvenes españoles se tienen que gastar una media de casi mil euros -normalmente del bolsillo de sus propios padres- en la obtención del permiso de conducir, siguiendo los trámites legalmente establecidos, mientras que una proporción similar de inmigrantes lo consiguen a cambio de nada o mejor dicho, a través de la presentación de un documento que vaya usted a saber qué valor legal puede tener, incluso en el país de origen de aquél que lo entrega como prueba de que sabe conducir.

En fin, me temo que nos encontramos ante el penúltimo agravio que los españoles cometemos contra nosotros mismos, en virtud de los gravísimos prejuicios que manifestamos una y otra vez y que nos invitan a acomplejarnos de lo que somos, de quiénes somos y de cómo somos.

En última instancia, se me podría ocurrir pensar que este canje de cromos que se lleva a cabo con los más que sospechosos permisos de conducir ecuatorianos, colombianos, magrebíes o de cualquier otra condición u origen, se hace en virtud de algún acuerdo con los Gobiernos de los países de procedencia, pero mucho me temo que no debe ser así. Aplicando la máxima de "piensa mal y acertarás" me encuentro ante el casi irrebatible juicio de que al igual que en otras instancias administrativas, políticas y económicas, en aquéllos lugares, el método para obtener una acreditación que autorice a un individuo a conducir un vehículo de tracción mecánica, debe estar más relacionado con los sobornos y con las falsificaciones, que con un proceso limpio, estricto y controlado. Así que teniendo en cuenta estos más que seguros precedentes, se me hace muy complicado creer que se hayan podido cerrar desde España, convenios de colaboración absolutamente estancos y ajenos al juego sucio de los intereses de las mafias que operan en esos países.

Y señores del Ministerio del Interior, del que depende la Dirección General de Tráfico y en último término, la expedición de los carnets de conducir: pase que quieran evitarse engorrosos procesos administrativos y quitarse de encima el muerto que supone tener a miles y miles de inmigrantes conduciendo con permisos extranjeros sin ninguna validez en España, pero por lo menos, a la hora de cambiárselos por los documentos nacionales, háganles pagar una cantidad de dinero, aunque sea testimonial. Lo suficiente, como para poder costear los gastos que se derivan de todo el proceso de elaboración y expedición del permiso.

Pero ¡¡demonios!!, ahora que se me acaba de encender la bombilla. Ésa sería una medida a todas luces racista, xenófoba, totalitaria, injusta, despectiva y chauvinista, que crisparía a la sociedad y que perjudicaría sensiblemente los paupérrimos intereses de los miles de inmigrantes que nos llegan por doquier en busca de un futuro mejor. Y tan mejor. ¿Cómo no van a venir en masa, si se les regala sin ninguna contraprestación, lo que tanto dinero y esfuerzo nos cuesta conseguir a los españoles?

Un poco de sentido común y de coherencia, es lo único que reclamo a mis gobernantes, sean del signo político que sean.

Lucio Decumio.

08 junio 2004

Si el PP hubiera ganado el 14-M...

...Y cientos de inmigrantes hubieran tomado al asalto, una tranquila tarde de Junio, la Catedral de Barcelona para exigir unos derechos que no les corresponden ni de lejos y la Guardia Civil -descartad a la Guardia Urbana de Barcelona en este caso- hubiera desalojado por las bravas a quienes llegaron a destrozar el mobiliario del templo y a orinarse en el altar, el Gobierno "popular" habría sido tachado por PSOE, IU, nacionalistas y demás ralea izquierdista, de racista, xenófobo, fascista y totalitario. Si acto seguido, varias decenas de esos mismos inmigrantes hubieran sido puestos de patitas en sus respectivos países por infringir nuestra Ley de Extranjería, los exabruptos habrían alcanzado cotas torticolizantes. Y si en último término, el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, hubiera declarado que de papeles para todos, ni hablar, las muchedumbres encolerizadas de indoctos mozalbetes antisistema, hubieran puesto sitio a las sedes del PP en toda España, por tercera vez en un año, sostenidos por la sonriente aquiescencia y las perversas justificaciones de los de siempre.

...Y Federico Trillo hubiera recibido, como Ministro de Defensa y a instancias de Mariano Rajoy, la Gran Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco por su labor en la reconquista del islote de Perejil, los mismos demagogos vociferantes mentados previamente se habrían rasgado teatralmente sus togas sanedritas, al tiempo que habrían exigido, entre estridentes alaridos de fingida congoja, la dimisión inmediata e irrevocable del Ministro, así como la devolución de la medalla. Acto seguido, es fácil imaginar la catarata de adjetivos que se habría desplomado sobre Rajoy y Trillo. Calificativos del tipo "rancios centralistas" y "nostálgicos franquistas" habrían sido de los menos ofensivos. Por cierto, según el Reglamento General de Recompensas Militares, para ser digno de tamaña condecoración, es menester destacar en el cumplimiento de los deberes militares y la prestación de sus servicios, de forma que constituyan un mérito extraordinario apreciado por el mando. Al margen, su posesión reporta al condecorado, el trato de Excelencia. Sin más comentarios.

...Y el Presidente de la Comunidad Autónoma de Valencia, Francisco Camps, del PP, hubiera conspirado a espaldas del Alcalde de Barcelona, Joan Clos, del PSOE, para minar el prestigio de la Ciudad Condal con el fin de arrebatarle la organización de la Copa América de Vela, tras haber peleado durante años para lograr que Barcelona se convirtiera en su sede en 2007, ¿cuál habría sido la reacción del PSOE, del PSC y de los nacionalistas catalanes, empezando por esos filobatasunos de ERC? ¿Y si ese proceso de erosión de la reputación de Barcelona y su capacidad organizativa, hubiera estado impulsado por la premeditada indolencia de un Gobierno central presidido por Mariano Rajoy, a la hora de elegir sus delegados para el Comité Organizador del evento? ¿Alguien se imagina un acto tan ruin por parte de un Gobierno del PP? Y lo que sería aún peor, ¿alguien se imagina las consecuencias de esas turbias maniobras?

Estos son sólo algunos ejemplos de cuál es el rasero con el que la sociedad española en general, mide los errores y los aciertos de unos y de otros. Mientras que el PSOE tiene carta blanca, absoluto derecho de pernada sobre cualquier asunto o cuestión, permiso para la comisión de las mayores fechorías, licencia para hacer suyas las consignas más absurdas y disparatadas y salvoconducto para que las mayores corruptelas aniden y encuentren cobijo y almuerzo en su seno, al PP no se le perdona ni una.

¿Motivos? Varios, seguro, pero entre ellos y seguramente el más importante, la soberbia capacidad propagandística de la izquierda nacional, capaz de cargar a la sociedad española con pesados fardos de prejuicios y complejos, alimentados por la amplificación de sus contados aciertos y por la minimización y absorción inmediata de sus graves errores.

Y así seguiremos, hasta que los dos o tres millones de ciudadanos que se creyeron los embustes de Rubalcaba en la jornada de reflexión previa al 14-M, se caigan del guindo.

Lucio Decumio.

06 junio 2004

6 de Junio de 1944

Yo creo que pocas fechas tan significativas y tan determinantes podemos encontrar en la Historia reciente de la Humanidad, como el día de hoy de hace 60 años. Al amanecer de aquél martes, los Aliados desencadenaron la mayor operación militar de la Historia, con el fin de abrir las defensas alemanas en el continente a través del Norte de Francia y derrotar de una vez por todas al demoníaco III Reich.


Centenares de miles de soldados norteamericanos, canadienses, británicos, australianos y de otra media docena de nacionalidades, fueron arrojados desde el aire tras las líneas nazis y vomitados por miles de barcazas de desembarco en las playas de Normandía. Los alemanes, que esperaban el asalto aliado pero no por el punto en que se produjo, vieron cómo las divisiones capitaneadas por Eisenhower se les metían hasta la cocina y abrían la brecha por la que se inundaría el ya debilitado búnker que en 1944, era el régimen hitleriano.

Hoy sólo quiero rendir homenaje y honrar la memoria de los miles de muchachos americanos, australianos y europeos de todo signo y nacionalidad que se dejaron la piel y la vida en aquella jornada, en las que le precedieron y las que le siguieron, para liberar a Europa de uno de los regímenes más tiránicos y sanguinarios que ha conocido la Humanidad. Sin su sacrificio, sin su empuje, sin su sangre y sin sus vidas entregadas en aquellos años, el mundo en el que hoy viviríamos sería radicalmente diferente. Tanto, que ni tan siquiera en el mejor de los alardes imaginativos, es posible hacerse una idea de bajo qué circunstancias socio-políticas nos encontraríamos en España y en Europa y en el resto del planeta.

Aquel día, aquella jornada, vio cómo se encarnaba en forma de ilusión y ansia por la libertad y la liberación de Europa, lo mejor del espíritu de Occidente, sus milenarias tradiciones humanísticas y su evolución histórica hacia la democracia, el gobierno del pueblo, el respeto a los derechos humanos y el desarrollo personal de cada uno de sus ciudadanos.

Por eso y por un futuro mejor para las generaciones que habrían de sucederles, se dejaron el alma y la vida miles y miles de jóvenes en aquéllas playas normandas, un día como hoy de 1944.

Lucio Decumio.

01 junio 2004

Teoría de las intersecciones con la Monarquía

Mis más irredentos lectores encontrarán un más que casual parecido entre el título de mi narración del día de hoy y los encabezamientos de dos de mis más recientes intervenciones. Efectivamente, no es casual, sino un refrito de urgencia entre los dos titulares citados.

Todo ello, debido a que, repentinamente y sin saber muy bien el porqué, me ha asaltado el recuerdo de una curiosa y algo rocambolesca historia que hace no mucho tiempo, me narraron algunos de mis familiares de mayor edad.

Con las lógicas reservas acerca de la cronología de los hechos, pero con la convicción y la certeza en torno a la veracidad de los acontecimientos, iniciaré mi pequeño relato.

Debía transcurrir el año 1925, aproximadamente. Los felices años 20 del otro lado del Atlántico y de alguna que otra capital europea, eran duros y ásperos como el pedernal en la mayor parte de España, con especial incidencia en las zonas rurales más remotas y apartadas de las urbes capitalinas. Entre ellas, la pequeña villa abulense a la que ya he hecho mención en otras ocasiones y en la que vieron la luz, las raíces maternas de Lucio Decumio.

Por aquel entonces, el abuelo de Lucio Decumio, Lucio Hipólito Decumio para más señas, un humilde agricultor y ganadero de la mencionada localidad, se había hecho a las praderas de la Sierra de Gredos con la intención de cumplir puntualmente con sus obligaciones pastoriles, que no pastorales, ojo. Le acompañaban varios naturales de la villa, familiares y amigos, fundamentalmente. Tras varias jornadas haciéndose cargo de sus reses y alimentándose de las pocas viandas con que habían pertrechado sus respectivos zurrones, el global de los pastores acordó introducir algunas modificaciones en el tedioso menú que a diario ingerían -que no diferiría demasiado del integrado por unos mendrugos de pan duro, algo de tocino y un poco de queso de oveja- y descendieron algunas lomas hasta dar con un riachuelo en el que poder pescar algunas truchas.

Todos se transmutaron en improvisados pescadores, salvo Lucio Hipólito Decumio, que de común acuerdo, quedó durante unas horas al cuidado exclusivo de todo el ganado vacuno. Transcurrieron las horas y ante la prolongada ausencia del resto del grupo y los embates del hambre, Lucio Hipólito Decumio se introdujo en un refugio cercano en el que encontró algunas tiras de carne de vacuno desecadas y en salazón. Como digo, el hambre y la demora de las ansiadas truchas en su cita con el almuerzo de mi abuelo, terminaron por obligarle a engullir varias de las mencionadas tiras. La salobridad de las mismas hubo de dejar sediento al entonces joven pastor pues acto seguido, ingirió grandes cantidades de agua.

El pobre hombre no sabía la que se le iba a venir encima. A los pocos minutos, el agua empezó a actuar como dilatador de los alimentos previamente consumidos, de tal manera que éstos iniciaron un preocupante proceso de desarrollo volumétrico en las entrañas de mi añorado abuelo, hasta que aquellas inofensivas tiras de carne reseca y en salazón, por el simple efecto de su contacto con el agua, amenazaron seriamente con hacer volar por los aires las vísceras del incauto pastor.

Al poco, los improvisados pescadores de la mañana se hicieron llegar hasta donde se encontraba el impaciente y solitario comensal, convertido en esos instantes en un gramófono de alaridos, quejidos, lamentos y retortijones.

Alarmados ante la grave situación y en medio de la nada, algunos decidieron salir apresuradamente en busca de ayuda. Y gracias a Dios, la encontraron cercana. Una numerosa montería, formada por lo que parecían nobles y aristócratas, surcaba esa misma mañana la serranía abulense, en busca del solaz y las emociones que les procuraba la caza mayor del lugar. Y a ellos se dirigieron los asustados pastores en busca de auxilio. Asombrosamente, entre aquel considerable cortejo, había varios médicos que raudos, acudieron al lugar en el que se encontraba Lucio Hipólito Decumio. Tras la administración de varias medicinas y algunos cuidados que por su marcado carácter rudimentario y elemental soslayaré, mi abuelo recuperó la presencia de ánimo y sobre todo, la salud tan gravemente amenazada sólo unos minutos antes.

El resto del séquito pareció llegar durante los momentos en que los médicos aún luchaban a brazo partido por devolver al bueno de mi abuelo al mundo de los vivos. Durante algunos minutos que hubieron de parecer horas y por orden expresa del integrante de mayor rango de aquella comitiva, nadie se marchó de allí hasta que aquel humilde pastor estuvo fuera de peligro.

Al reemprender la marcha, algunos de los integrantes de aquel grupo de cazadores se dirigieron a la autoridad antes citada, pero bajo el exclusivo tratamiento de "Su Majestad", dato por el que los modestos agricultores y ganaderos que se habían visto en tan aventurado imponderable, reconocieron a su benefactor, despidiéndole con gritos de "Viva el Rey Alfonso XIII".

Lucio Decumio.