24 noviembre 2005

Real Madrid 3 - Barcelona 0

Ronaldo y Ronaldinhno se abrazan en el transcurso del partido disputado entre el Real Madrid y el Barcelona el pasado sábado.

1-0. Minuto 16 de partido. Samuel Eto'o, ex-jugador del Real Madrid al que Florentino Pérez vendió al Barcelona hace cerca de un año tras varias temporadas unido a la disciplina madridista, marca el primer gol de un centelleante equipo culé, cuando apenas han transcurrido 15 minutos desde el inicio del partido entre los dos colosos del fútbol español. El delantero camerunés, exultante, se dirige a la banda y celebra su gol justo al borde de la línea de banda, a escasos ocho metros de las primeras filas del graderío del Santiago Bernabéu.

Lo que en el terreno de juego catalán hubiera sido considerado como una afrenta capaz de desatar la más extrema visceralidad de numerosos simpatizantes azulgranas -que un ex jugador del Barcelona marcara un gol en el Camp Nou vistiendo la camiseta del Real Madrid- en el campo del equipo más glorioso de la Historia, se acepta con la rabia y la pesadumbre contenida de un momento tan adverso, pero con la entereza, la caballerosidad y la deportividad que se le exige y se le presume a una afición digna de llamarse así.

Hubo gente que se sorprendió por el hecho de que los seguidores del Real Madrid no reaccionaran con virulencia ante el tanto marcado por el jugador africano, especialmente tras los alaridos selváticos que bajo la forma de titubeantes y ridículos pareados, aquél profirió, ebrio de despique, durante las celebraciones que subsiguieron a la consecución del pasado título de Liga por parte del equipo barcelonista. Esa sorpresa por la intachable actitud de la afición merengue sólo puede deberse a las ansias por encontrar en el eterno rival, un reflejo idéntico a los gravísimos defectos que salpican la propia trayectoria vital, siempre envuelta en modales, maneras y formas chulescas recubiertas por el provechoso barniz del victimismo político. Allá cada cual.

2-0. Minuto 70. Ronaldinho inicia su enésima cabalgada por la banda con el balón unido a su bota por un invisible cordón umbilical. Ningún defensor blanco es capaz de poner coto a la genialidad del brasileño y en un abrir y cerrar de ojos, el marcador señala un desesperante 0-3 para todos los que sentimos con cariño los colores de un equipo legendario.

Tras la soberbia jugada protagonizada por el punta sudamericano, el público del Bernabéu no sólo no se deja llevar por el forofismo más rancio y palurdo y se emplea con denuedo en la tarea de arrojar teléfonos móviles, monedas, mecheros o cabezas de cochinillo a los jugadores rivales, sino que en un alarde de hidalguía del que sólo existen precedentes en España en este mismo estadio y con el mismo contrincante como protagonista, se levanta de sus asientos y aplaude sinceramente admirado, el último tanto conseguido por un jugador que realmente sí que parece llegado de otra galaxia.

3-0. Primeras horas de la madrugada del domingo 20 de Noviembre de 2005. El Barcelona acaba de aterrizar en el aeropuerto del Prat. Los jugadores, emocionados por el gran partido que acaban de protagonizar en el campo del eterno rival, abandonan eufóricos el avión y se dirigen a la terminal para tomar rumbo a sus respectivos domicilios. En las salas y pasillos del aeropuerto barcelonés, docenas, tal vez cientos de aficionados culés esperan a sus ídolos para homenajearles y expresarles su agradecimiento por el espectáculo ofrecido. Estampa habitual en estos casos, hasta que un numeroso grupo de energúmenos y analfabetos, decide que no estará de más brindar a sus jugadores una maravillosa coral en la que mezclarán el odio, la aversión y el victimismo con el que se les ha emponzoñado durante sus largos años de obligatorio adoctrinamiento nacionalista, con los delicados versos recitados por el trovador camerunés meses antes.

El retrato completo del partido -su antes, su durante y su depués- no puede ser más revelador del temple de unos y otros. Mientras que el madridismo es capaz de mantener intacta la compostura, la decencia, la gallardía y el comedimiento incluso bajo circunstancias extremas de desazón y disgusto, llegando a reconocer abiertamente la superioridad del adversario, la otra afición, la victoriosa, no duda ni por un momento en rebozarse autocomplaciente en sus miserias y mezquindades, en su atávica inquina y en su particularismo aldeano. Lo curioso del caso-en realidad no lo es tanto, si uno se para a pensar y a analizar las actitudes históricas de unos y otros- es que llegados a una situación de inversión de los papeles, aquélla donde el Real Madrid hubiera salido triunfante y el Barcelona humillado, el comportamiento de unos y otros habría sido exactamente el mismo.

Episodios y situaciones como las que pudimos contemplar durante el pasado fin de semana, son las que realmente diferencian a uno y otro club en el sentido sociológico e histórico. En el deporte como en la vida, hay que pasearse con la educación y la cortesía como banderas. Ser generoso, magnánimo y cordial en la victoria y humilde y digno en la derrota. Esa es la clave.

Lucio Decumio.

20 noviembre 2005

Vuelta al pasado

José Montilla, Ministro de Industria y Energía y Secretario General del PSC, partido que ha sido el principal beneficiario de las cancelaciones crediticias de una caja de ahorros a la que posteriormente, él, Zapatero y el Tripartito han prestado todo su apoyo en sus manejos monopolísticos dentro del terreno energético. Qué majos.

Quienes más prevenidos estamos contra el carácter taimado y embustero del socialismo, del comunismo y del nacionalismo patrios, tenemos cierta tendencia a pensar que cualquier acto o decisión tomada por gobernantes o dirigentes de estos signos, está empañada por alguna trampa que oculta la verdadera intención de su ejecutor.

Esto que digo podría interpretarse por algunos como una paranoica caza de brujas, en la que por mucho que se nos muestren las bondades del adversario, es tal nuestra desconfianza hacia él, que siempre nos empeñaremos en rebuscar en sus defectos y nos negaremos en redondo a ver sus virtudes. Sin embargo, considero que tal dictamen es de obligatoria desestimación a la vista de las innumerables pruebas de juego sucio y subterráneo que no han parado de ofrecernos socialistas, comunistas, esquerristas o nacionalistas en los últimos tiempos. Actos que a mi juicio, han de colocar bajo permanentemente sospecha, las decisiones y las intenciones de los representantes políticos de las ideologías citadas.

Estimo pues que el permanente recelo ante estas gentes, es un sano ejercicio de salud democrática y de profundo sentido crítico, más aún en los tiempos que corren, dado su abrumador dominio cuantitativo y sociológico en los medios de comunicación de masas. Imperio que no sólo les hace prácticamente invulnerables contra toda crítica, sino que les convierte en durísimos adversarios que no parpadean a la hora de intentar aplastar a quienes se les oponen.

Desgraciadamente, esa saludable actividad que consiste en desconfiar acerca de todo aquello que dicen o hacen, toca a su fin. Las conjeturas sobre los propósitos de nuestros actuales gobernantes y de sus opacos socios cuando dan un paso en una determinada dirección, han dejado de ser tales. Como decía, es de tal magnitud su control sobre los medios financieros o informativos, que en un insolente avance cualitativo del que no existen precedentes, han determinado que no resulta necesario tomarse la molestia de guardar las apariencias. Han decidido que es accesorio ocultarse o disfrazarse a la hora de atropellar los derechos de los ciudadanos y han dispuesto que ya no es preciso tratar de despistar a la opinión pública cuando de alcanzar sus más espurios fines se trata.

Ahora si quieren o pretenden algo, van a por ello a cara descubierta, sin tapujos y sin bagatelas pues la maquinaria de intoxicación que les secunda, ya no sólo se encarga de maquillar la realidad, sino que llega incluso a negarla a golpe de descalificaciones, de insultos o de amenazas contra quienes denuncian sus desafueros. Se sienten perfectamente protegidos por sus particulares matones y escudados en la atalaya de su invulnerabilidad, ya no demuestran ningún reparo ni pudor a la hora de pavonearse como los más fuertes y los más pendencieros del lugar.

Digo yo, ¿qué más datos se necesitan para demostrar la culpabilidad dolosa de Carod, Montilla y Zapatero en el nauseabundo asunto de la condonación general de deudas al PSC y ERC por parte de La Caixa? ¿Es preciso alguna prueba más que constate que la generosidad de Fornesa sólo es la contrapartida que obtiene la entidad financiera bajo su mando, por el apoyo prestado desde el Gobierno y el Tripartito a la OPA lanzada por Gas Natural -cuyo principal accionista es precisamente La Caixa- para hacerse con el control de Endesa? ¿Cuántos indicios más hay que poner sobre la mesa para que quede nítidamente reflejado que Zapatero canjeó con Durao Barroso quién sabe qué cromos, a cambio de la inhibición de Bruselas en el escandaloso asunto de la OPA de Gas Natural?

El mayordomo era el principal heredero de las propiedades y de la fortuna de la venerable anciana que acababa de morir asesinada; las huellas del mayordomo recorrían de arriba a abajo el mango del arma del crimen, mientras que el filo de aquel cuchillo aún lanzaba húmedos destellos bermellones; el chaleco, el pantalón, la camisa y los zapatos del mayordomo habían sido alcanzados por infinidad de pequeñas gotas de sangre de la infortunada víctima; docenas de oscuros cabellos rizados, como los del mayordomo, reposaban sobre el cadáver aún caliente de la propietaria de la mansión; bajo las uñas del cuerpo sin vida que yacía en mitad del salón, había restos de piel que correspondían precisamente a la del mayordomo; y el mayordomo lucía unos espectaculares arañazos en su rostro que aún rezumaban sangre cuando el inspector llegó a aquella mansión de la campiña británica.

El mayordomo era sin duda, el asesino. Pero para asombro del resto del servicio, el mayordomo no sólo no iba a pagar por su delito sino que saldría beneficiado del mismo, tal y como había estipulado en criminal compadraje, con el inspector recién llegado.

Así es España en la actualidad. Como lo era antes de 1996. Un país en el que los corruptos y los corruptores se pasean a sus anchas, burlan las leyes y se mofan de los ciudadanos sin el menor empacho. Y como he dicho tantas y tantas veces, pese a que desde Marzo de 2004 hemos asistido a acontecimientos realmente asombrosos en virtud de su naturaleza desventurada, ridícula o resueltamente antidemocrática, sólo hemos visto la punta del iceberg. Lo peor está seguramente aún por venir.

Lo que a las personas leales, honradas y trabajadoras les cuesta décadas -siglos si se me apura-, poner en pie, a los miserables, a los necios y a los avaros sólo les ocupa unos cuantos meses la tarea de desmoronarlo.

Lucio Decumio.

10 noviembre 2005

Oportuna inestabilidad coronaria

Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Presidente de la Junta de Extremadura y uno de los más encarnizados críticos con el texto del Estatuto alumbrado por Maragall, Carod y Zapatero. ¿De verdad que a nadie le resultó extraño que sufriera un infarto el mismo día del debate autonómico en el Senado?

Directo al grano y sin rodeos. Mi intención era la de asomarme por hoy por aquí y dejar constancia de algo que creo que no ha despertado las sospechas de ningún comentarista, analista o periodista, pero sí las mías, pues en esta España de pandereta, rechifla, impostura y premeditada ocultación de la verdad, coincidirán mis lectores en que cualquier cosa es posible. Y más.

Hoy es mi deseo centrar mi intervención en un acontecimiento relacionado con el pretenciosamente denominado "Debate sobre el Estado de las Autonomías", celebrado hace escasas jornadas en esa cámara de ignotas atribuciones que para muchos, es el Senado. Sé que voy a rizar mucho el rizo -habría querido decir "tirabuzonear" el tirabuzón, pero me he cortado- al manifestar lo siguiente y que seguramente, esté viendo fantasmas donde no los hay, pero ¿y si los hubiera?

El mencionado debate senatorial tenía todas las papeletas para convertirse en una excelente piedra de toque político para el recién admitido a trámite Estatuto de Cataluña y cómo no, para su principal mentor, el sin par Rodríguez Zapatero. Y en éstas, con la que está cayendo no sólo fuera de la jaula de grillos socialista sino incluso dentro, donde se multiplican las voces que ponen en duda, cuando no directamente fuera del juego constitucional al citado Estatuto, va y mira tú por dónde, el más incisivo y acerado estilete que desde la cuerda socialista se manifiesta en contra de ese engendro anti-español y filo-totalitario, el más encendido defensor de la esencia patria desde las butacas jerárquicas del PSOE, ergo Juan Carlos Rodríguez Ibarra, sufre un repentino y oportunísimo infarto de miocardio que se lo lleva al Hospital de San Carlos y le impide intervenir en la tribuna de oradores senatorial durante los tres días de debate.

Fíjate qué casualidad. El único entre todos los barones socialistas que iban a acudir al debate en la Cámara Alta que podía ponerle las peras al cuarto a un par de metros de distancia a Zapatero y a Maragall, con millones de espectadores disfrutando de tan gozoso espectáculo, va y se pone malito a última hora.

Dirán algunos, hombre, quedaba Manuel Chaves para aguarle y afearle la fiesta al papá y al Papá del Estatuto catalán y sacarles a ambos un poquito -aunque sólo fuera un poquito-, los colores desde su propia orilla. Pero de alguien que hace gala de una alfabetización y una dicción tan deplorables, sólo se pueden esperar pintorescos episodios como la acuñación de gentilicios interplanetarios con los que referirse a su homólogo en la Presidencia de la Comunidad Murciana, para convocarle al debate como el "Presidente de la Comunidad Marciana". Eso se llama esencia intelectual y fortaleza argumental bajo cero.

Concluida la digresión en torno a Manuel Chaves, diré que no es mi intención dar forma a una suerte de truculento complot interno que desde las filas socialistas, haya intentado acabar con la vida de Rodríguez Ibarra para evitar su presencia en el Senado. Si se quiere, el debate tenía su importancia -relativa y circunstancial eso sí-, pero no tanto como para tratar de acabar con la vida del tornado extremeño. No, no era para tanto y además, hasta ahí no han llegado todavía los socialistas o eso creo, aunque los nubarrones que se avecinan deberían invitarnos a considerar la posibilidad de aprender a dormir con una oreja levantada, como los perros. Nunca se sabe.

No, en realidad, lo que estoy sugiriendo es que posiblemente todo esto haya sido una cortina de humo más, la penúltima maniobra de distracción y manipulación preparada en los fogones más potentes del "aparachtik" socialista para ganar tiempo y engañar a la opinión pública por enésima vez.

Reconozcámoslo. El escenario que se le presentaba al Presidente del Gobierno en los momentos previos al debate en el Senado, distaba notablemente de ser halagüeño; a su cada vez más bajo nivel de popularidad, debido especialmente al "affaire" Estatut y a su falta de empaque argumental, se unía en el horizonte el amenazante perfil de algunos de los carros - M1 Aguirre, M50 Matas y Leopard Camps- mejor artillados del enemigo, esperándole con las ánimas niqueladas para batirle sin piedad en cuanto abandonara la cómoda trinchera de la bancada socialista. Con este panorama, debió pensar Rubalcaba, sólo le faltaba al pobre ZP tener que preocuparse de esquivar el fuego amigo proveniente de la retaguardia.

El fuerte carácter orgánico y sectario del PSOE, así como alguna pequeña manita polanquera, tuvo que hacer el resto. Con lustros de mayorías absolutas a sus espaldas en Extremadura y a buen seguro con más de un pufo colgando de sus plateadas barbas, es perfectamente posible que alguna velada insinuación sobre futuros escándalos aireados por la prensa, llegara hasta los oídos de Ibarra. Ello, con el fin de convencerle de que lo mejor para todos -y sobre todo para él- era poner en marcha un "Plan B" que impidiera su presencia en la Cámara Alta.

Es por ese estilo político oportunista y ventajista y que en mayor o menor medida, unos y otros practican en el PSOE, que no me caben esperanzas de que por muchas voces que se alcen contra los descabellados proyectos de ZP, alguien dé verdaderamente un puñetazo sobre la mesa y tome partido por la razón y el sentido común. Rodríguez-Ibarra es un caso paradigmático de lo que digo. Lleva meses ladrando -como Bono, Vázquez y otros- pero no se atreve a morder la mano que le da de comer.

En fin, esto sólo son conjeturas y evidentemente, no hay pruebas de que la película que acabo de contar, tenga siquiera visos de ser real. Pero insisto en lo afirmado previamente. Hipótesis a descartar en la España de ZP, Maragall, Llamazares, Carod o Ibarreche, pocas o ninguna a la vista de los precedentes.

Lucio Decumio.

07 noviembre 2005

¿Para cuándo un nuevo Infante de España?

La Infanta Leonor de Borbón a su salida de la Clínica Rúber Internacional de Madrid. Fuentes bien informadas afirman que la pequeña ya ha solicitado a sus padres que a no mucho tardar, encarguen un hermanito.

O está a por uvas o se ha dado un golpe en la cabeza, habrán pensado muchos de la figura de este humilde comentarista cuando hayan leído el título que preside su reflexión de hoy. O eso o está más desubicado que un labriego vietnamita en medio de la sala de pantallas de un centro de seguimiento de satélites.

Pero no, ni lo uno ni lo otro. En contra de los aventurados y alarmistas dictámenes médicos acerca de mi salud mental primero y frente a quienes me creen dramáticamente desinformado respecto a las crónicas de sociedad y a los nacimientos más insignes que las ocupan después, paso a desmentir categóricamente cualquier tipo de cortocircuito psíquico y por supuesto y con más vehemencia si cabe, descarto de plano que haya estado tan desconectado de la realidad informativa como para no haberme enterado aún del alumbramiento de la Infanta Leonor.

Y ojo, también me pongo la venda antes de que me hagan la herida. Que nadie piense que he sufrido un ataque de tardía misoginia o de rancio machismo decimonónico. Qué va. Reconozco que como monárquico, la reciente llegada al mundo del primer vástago de los Príncipes de Asturias me satisface profundamente, pues garantiza –una vez modificada la Constitución al efecto- la sucesión a la Corona y la pervivencia de una de las pocas instituciones verdaderamente aglutinadoras y esencialmente españolas que van quedando en nuestra Nación.
Y que no crean mis lectores que no me he planteado lo que con toda seguridad, ellos mismos se han cuestionado. A la luz de los actuales acontecimientos y de los que nos deparará el futuro inmediato ¿es seguro que algún día pueda reinar sobre lo que hoy conocemos como España, a la vuelta de 40 ó 50 años, la recién nacida Leonor?

Lo cierto es que pese a la tristeza que me embarga a la hora de reconocerlo, no puedo dejar de hacer constar que tras un pausado análisis de nuestra realidad política actual, se me presenta en extremo complicado que la hija de Don Felipe y Doña Letizia –doy por segura la modificación constitucional que asegure su subida al trono-, pueda reinar exactamente en los mismos territorios que a día de hoy, se reúnen bajo la corona de su abuelo.

Que nuestra Constitución y por extensión, nuestra estabilidad como Nación y nuestra prosperidad como pueblo están amenazadas gravemente por la insensatez suicida de un Presidente del Gobierno que pone su gaznate y el nuestro entre los colmillos nacionalistas periféricos, resulta ya más que evidente y hoy no incidiré de nuevo sobre ello. Tan grave es la coacción a la que estamos sometidos y tan grande el peligro que puede derivarse de ella que por fin, los más insignes representantes de la Monarquía Española, esto es, el Rey y el Príncipe de Asturias, han aprovechado –con bastante retraso, añadiré- algunos de los últimos actos de su agenda para brindar su inequívoco sostén a las virtudes de nuestra Constitución y de nuestro modelo de Estado.

Y aunque no lo manifiesten expresamente, con este apoyo sin fisuras a nuestra Carta Magna y a nuestro sistema de libertades, el Monarca y su Heredero reconocen implícitamente –o al menos así lo entiendo yo- su preocupación en torno a los riesgos que nos acechan a todos, Monarquía incluida, si el equilibrio constitucional y el consenso que sobre el que se apoya se alteran sustancialmente sin el consentimiento de una gran mayoría nacional y se terminan vendiendo alegremente en el mostrador del oportunismo sonriente y de la eventual supervivencia política.

Pero como conocemos perfectamente la errática e inconsciente necedad de Zapatero, así como el carácter rapiñador, levantisco y retorcido de las alimañas en que se apoya para continuar asido a La Moncloa, aun a costa de que España se borre del mapa en cuestión de meses, Don Juan Carlos y Don Felipe han de ser conscientes de que sus advertencias y sus admoniciones, como las de tantos notables personajes de la vida política, social y económica de España, caen irremediablemente en saco roto.

En épocas pretéritas y durante no pocos siglos, fue práctica común entre las monarquías del Viejo Continente establecer lazos de consanguinidad que garantizaran -o al menos tuvieran tal intención-, la estabilidad y la paz entre las naciones que unían a través del matrimonio, a los representantes más ilustres de sus casas reales. Así, princesas e infantas de España eran desposadas por reyes y herederos de Inglaterra, Francia, Flandes o Portugal y en sentido contrario, también las hijas y los hijos, los nietos y las nietas de los monarcas de aquellos países, eran la tinta con la que se matasellaba la lealtad y la cooperación entre España y los estados de su entorno.

¿Adónde quiero llegar? ¿Sugiero que el Príncipe se divorcie de Letizia y que se case con una hija de Carod, Maragall o Ibarreche, caso de que estos últimos hubieran abandonado por unos momentos los delirios esencialistas que nublan su jíbara masa gris, con el fin de dar paso y tiempo al solaz de la consumación matrimonial? No, ni hablar, no me malinterpretéis.

Aunque lo que voy a decir pueda sonarle a alguien a chifla o disparate, considero que no lo es tanto. Además, seguro que no soy al primero que se le pasa por la cabeza la idea que a continuación delineo.

Desde mi punto de vista, tras el nacimiento de Leonor de Borbón, a la Monarquía española se le presenta una oportunidad inmejorable, histórica me atrevería a afirmar, de modificar o al menos intentarlo, el errante curso que han tomado los acontecimientos políticos de nuestra Nación por obra y gracia de una clase dirigente intelectualmente paupérrima y deficiente. Y sobre todo, el Príncipe está ante una ocasión única de velar por la propia continuidad de la dinastía borbónica al frente de España, así como de la supervivencia misma de ésta última.

Es el momento de que los Príncipes de Asturias aprovechen el compromiso adquirido por Rodríguez Zapatero de modificar la Constitución para promover la igualdad de hombre y mujer en la sucesión al Trono y hacerle caer en su propio enredo.

Todos sabemos cuál es el proceso que se debe seguir para tramitar una reforma de la Carta Magna. Si hay alguien que no lo conozca en profundidad, le remito al siguiente enlace para que se empape del artículo 168, notificándole previamente que el Título II que se menciona en dicho artículo, es el que está relacionado con las atribuciones, labores y deberes del Monarca, así como con las líneas de sucesión dinástica.

Me habéis entendido perfectamente. Un nuevo embarazo de la Princesa Letizia ocasionaría un auténtico terremoto político e invertiría obligatoriamente, en un giro de 180º, la agenda política y las prioridades del Gobierno, encaminándolas hacia una reforma constitucional de máxima urgencia.

Película de los hechos. Si la Princesa de Asturias queda encinta en un plazo de dos o tres meses y el nonato resulta varón, una de dos; o Zapatero cumple su promesa de reformar la Constitución para garantizar la igualdad de hombre y mujer en el acceso al Trono, desencadenándose así el proceso de aprobación de la reforma por 2/3 del Congreso, la disolución de las Cortes, la convocatoria de Elecciones Generales y la composición de un nuevo Parlamento que ratificara los cambios introducidos en el texto constitucional sometiéndolos a referéndum o el Presidente del Gobierno quedaría indeleblemente retratado, incluso ante sus más acérrimos, como el gobernante más mezquino, oportunista y sin escrúpulos que hubiera visto España.

¿Que mi proposición podría verse, desde la perspectiva de la izquierda y de los nacionalistas, como una intromisión interesada de la Corona en los proyectos de enmienda larvada y oscurantista de la Constitución que pretenden llevar a cabo unos y otros mediante reformas estatutarias que no son tales? Perfecto, esa es la idea. Y además, tendrían que tragar y callar. O eso o dar un golpe de estado republicano y destronar al Rey. Antes de todo eso, es preciso pararles los pies y hacerlo desde el escrupuloso respeto a las reglas del juego. Es lo que más escocería a esta pandilla de bucaneros.

¿Que a alguien puede resultarle innoble forzar un embarazo en el seno del matrimonio de los Príncipes de Asturias y utilizar la figura de un niño que aún no ha nacido para remover los cimientos constitucionales del Título II y provocar un adelanto electoral con más de año y medio de anticipo? Puede ser, pero hecha la ley, hecha la trampa. Más villanía cobijan las propuestas de Zapatero y sus socios y a su plasmación en cuestión de meses nos quieren abocar. Y por otra parte, abandonando el territorio político por un instante y adentrándonos en el estrictamente familiar, ¿cuántos casos no se han visto de niños concebidos con la intención ser ellos mismos por una parte, pero también con la idea de que pudieran salvar la vida de sus hermanos enfermos de leucemia mediante un transplante de médula? Este sería un caso similar, pero extrapolado a nivel nacional.

Y una última pega que podría hacerse contra este planteamiento. Alguien podría pensar que pese a que ese embarazo tuviera lugar, se corre el riesgo de que el segundo hijo de los Príncipes no sea varón y todo el tinglado se venga abajo. Sí, cierto, pero al igual que en el pasado se elegían los compromisos matrimoniales de los hijos de los reyes en función de los más altos intereses de Estado y así vincular en mayor o menor medida a unas monarquías con otras, ¿por qué no elegir previamente el sexo del bebé –proceso extremadamente sencillo en la actualidad- con el fin de que sea del máximo provecho y utilidad para todo el país? Téngase en cuenta lo siguiente. Si con los enlaces principescos amañados de antemano, se buscaba en el pasado soslayar guerras y conflictos ¿no podría un simple bebé varón apagar la mecha de la crisis que se avecina? Yo creo que sí.

Si a alguien con la suficiente influencia jerárquica como para trasladar esta propuesta a las personas adecuadas no se le ha ocurrido todavía la idea, puede tomarla de este comentario, que encantado se la presto.

Lucio Decumio.

04 noviembre 2005

Bendito aislamiento


A la vista de estos tres individuos, sobra cualquier tipo de comentario. Miento, hay uno que no sobra: ¡¡Sinvergüenzas!!

La vida política de nuestra Nación se ha centrifugado peligrosamente en las últimas fechas. Los acontecimientos se han precipitado en el Parlamento Nacional y tras el debate del pasado miércoles y la subsiguiente admisión a trámite en el Congreso del proyecto de reforma del Estatuto de Cataluña, nos encontramos ante un breve paréntesis que bien podría concluir, allá por la primavera de 2006, en una tormenta de imprevisibles consecuencias.

He seguido con la máxima atención todo el proceso, especialmente en las últimas semanas y no hago sino pensar y llevarme las manos a la cabeza al comprobar que todo este burdo artificio pergeñado por unos iluminados dispuestos a realizar cualquier pirueta política con tal de mantenerse en el poder -local o nacional, lo mismo da-, sólo ha servido para provocar una disparatada y costosísima sangría de tiempo y energías, pero especialmente, para abrir una profundísima herida y ocasionar una gravísima erosión en el espíritu de convivencia que hasta la fecha, presidía nuestras vidas. De hecho, estoy seguro de que si pudiéramos meternos en la retorcida mente de los padres de la criatura, alcanzaríamos a darnos cuenta de que ese desgaste era sólo el primero, pero no el último de los objetivos que se plantearon alcanzar los redactores de la infamia cuando en alguna oscura mazmorra del Palacio de Sant Jordi, se devanaban los sesos para que el siguiente artículo a plasmar, fuera aún más ultrajante que el anterior.

El esputo que para el resto de los españoles y para su soberanía supone la admisión a trámite del Estatuto y su más que segura aprobación futura -independientemente de las modificaciones con las que nos quieran vender su fraudulento encaje dentro de los límites constitucionales-, ha sido una provocación premeditada, consciente y estudiada por parte del nacionalismo catalán para hacer saltar por los aires nuestra convivencia nacional.

Apoyados en la debilidad política y patriótica de un Gobierno Central exclusivamente interesado en mantenerse en el poder y en laminar a su principal adversario político, PSC, ERC, IU y CiU han aprovechado la ocasión y han arrimado una barra de hierro incandescente a la piel de la Nación con el fin de desatar su ira y de ese modo, aprovechar su lógica y esperada reacción defensiva para cargarse de más argumentos con los que alimentar su fabulado desencuentro con el resto de España, presentarse como víctimas de la intransigencia de un Estado opresor y justificar futuros y más estruendosos desmanes dialécticos y de cualquier otro tipo.

Voy concluyendo. Este tenebroso episodio del que todavía está por escribirse el final, no habría tenido lugar si el PSOE, el Gobierno y el principal líder de ambos, hubieran hecho frente, desde la lealtad institucional y el respeto a la soberanía nacional a un articulado abyecto, insolidario, aldeano, segregador y sobre todo, anticonstitucional. El sombrío futuro que se vislumbra en el horizonte no sería tal si esos mismos actores se sacudieran de una vez por todas su negativa visión de la idea de España y su atávica inclinación por transformarla en un improductivo y receloso reino de taifas.

Pero no es así. El PSOE y el Gobierno se han convertido en cómplices necesarios de una vileza que puede acabar con España en muy poco tiempo. Nos encontramos frente a una mentira, un engaño y una traición con mayúsculas y que desde todos los puntos del arco parlamentario -salvo el ocupado por el PP- se trata de revestir con los ropajes de una forzada normalidad democrática y maquillar con un despliegue propagandístico opresivo y acrítico, para consumo exclusivo y despreocupado de las cabezas más ociosas del rebaño.

Frente a todo ello, un solo grupo parlamentario que representa a la mitad de los españoles, es el único que ha apostado por la sensatez política, la lucidez intelectual y la claridad de ideas, conceptos y recursos democráticos. Postura que curiosamente los demás partidos se han apresurado a calificar de reaccionaria, antidemocrática y aislacionista.

Incierto y lóbrego, pero a un tiempo satisfactorio y enorgullecedor, resulta aquel aislamiento que es consecuencia de nuestro repudio y rechazo hacia los lobos que triunfantes, han entrado en el redil gracias a la colaboración, el apoyo y el impulso del mismísimo pastor. Bienvenido sea el acorralamiento al que nos quieren someter a tantos y tantos millones de españoles, si esa soledad es el peaje que debemos abonar por la defensa que hagamos de la paz, la igualdad, la libertad y la armónica convivencia de todos y entre todos.

Lucio Decumio.