Tras el brutal apuñalamiento de que fue objeto en el día de ayer, hoy nos hemos desayunado con la trágica noticia del fallecimiento de la Ministra de Asuntos Exteriores de Suecia, Anna Lindh. Mujer joven, activa, atractiva, luchadora y muy bien considerada por el pueblo sueco, que ha visto salvajemente segada su vida, según apuntan todas las informaciones, por la voluntad homicida y los delirios paranoicos de un desequilibrado en un conocido centro comercial de la capital escandinava. Obviamente, las comparaciones entre este asesinato y el magnicidio perpetrado en 1986 contra el entonces primer ministro sueco, Olof Palme, son inevitables.
Casi como ha sucedido en este caso, Palme paseaba tranquilamente con su esposa por las calles de Estocolmo y fue abatido a balazos por un desconocido. No parecía haber motivos, ni móviles claros que justificaran aquel homicidio como tampoco parece haberlos en el caso de la Jefa de la Diplomacia sueca, que realizaba sus compras apacible y despreocupadamente en una de las tiendas del complejo comercial Nordiska Kompaniet. A mí, después de contemplar las similitudes entre ambos crímenes, lo que me viene inmediatamente a la cabeza es la idea de que si ya resulta sorprendente, chocante e irritante a los ojos de un observador imparcial y meridional como yo, la ausencia de escoltas en los dos casos, me puedo imaginar el estado de frustración y rabia que debe apoderarse de un sueco de a pie, al contemplar como la historia se repite de modo tan dramático.
Porque si ya parece incomprensible e inverosímil que mataran a un Primer Ministro de un país como Suecia, en plena calle y sin nadie cerca encargado de su seguridad que pudiera impedir que el sicario o sicarios llevaran a cabo su crimen en la más absoluta impunidad, más inaudito y enojoso debe aparecer a la vista de la opinión pública sueca que un asesinato de similares características se haya producido cuando ya se contaba con tan aciago precedente.
En fin, que no salgo de mi asombro. Por muy avanzado social, económica y políticamente que sea un país, como es el caso que nos ocupa, las autoridades y las fuerzas del orden han de tener en cuenta que hay determinadas personalidades que no pueden -ni aun desde el uso legítimo y cabal de su propia libertad individual-, hacer abstracción de su seguridad personal tan alegremente. El hecho de que se sientan muy seguros y muy libres -lo que es realmente loable y envidiable- no obsta para que no tomen las debidas precauciones, pues en cualquier parte, en cualquier país o en cualquier ciudad, podemos tropezar con gentuza desesperada dispuesta a jugarse el todo por el todo con tal de vengar afrentas inexistentes, despacharse contra los representantes políticos de opciones opuestas, o simplemente ganar un dinero por eliminar del mapa a alguien de tanta importancia.
Puede parecer muy tópico, pero los asesinatos de los políticos y sobre todo de aquellos que han sido democráticamente elegidos por su pueblo, son un golpe muy duro a quienes representan y sobre todo, al sistema democrático en sí mismo. Aunque sea a partir de hechos tan condenables y espantosos, espero que los gobernantes suecos tomen nota y aprendan la lección.
Lucio Decumio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario