Se ha cometido el penúltimo atropello contra la memoria de las víctimas del terrorismo etarra. El encargado de perpetrarlo en esta ocasión ha sido el consitorio de Mondragón, Guipúzcoa, al hacerse cargo del pago de 10 facturas de 120 euros cada una, que corresponden a otros tantos pedidos de libros realizados por otros diez de los más desalmados criminales -afortunadamente ya en prisión- que ha dado a luz la serpiente etarra.
Por lo que parece, las facturas fueron remitidas al Ayuntamiento por la coordinadora del Programa de Estudios de la Universidad del País Vasco para alumnos reclusos. En la misma misiva, se solicitaba a los responsables municipales que se hicieran cargo del abono de las facturas tal y como habían hecho en anteriores ocasiones. Curiosamente, sólo cinco de los diez presos terroristas se encuentran matriculados en alguna carrera.
Es evidente que no he venido hasta aquí para protestar por la cuantía de la subvención que el Ayuntamiento que les vio nacer les otorga para que adquieran libros de cara a mejorar su puesta a punto académica. Tampoco reclamo contra la picaresca que se puede ocultar tras el hecho de pasar diez facturas cuando deberían haberse pasado sólo cinco. No, tampoco eso me escandaliza.
Lo que me pone los pelos de punta, me temo que también por penúltima vez, es contemplar como día tras día se sucede sin solución de continuidad, un interminable y desesperante goteo de agravios y ultrajes contra todos aquellos que viven el día a día en el País Vasco instalados en el dolor, el miedo y la amenaza. No sólo han de soportar la persecución paranoica de los asesinos y de sus siervos políticos sino que cíclicamente, se ven obligados a tragar los sapos que sus gobernantes municipales y regionales les sirven en forma de ofensas como ésta, o como la de la purga del párroco de Maruri, o como la de las subvenciones recibidas por familiares y amigos de presos etarras para que les visiten en las cárceles que se encuentran más allá del País Vasco.
Hace unos días hablaba de que en España se venía produciendo desde tiempo atrás, una inquietante alteración del orden moral de las cosas. Los vítores y las aclamaciones de que son objeto aquellos que roban, intrigan, trepan y engañan son cada vez más frecuentes y se convierten en una bofetada en la cara de todos aquellos que honradamente trabajamos para ganarnos el pan. Aún así, esta cuestión se hace soportable porque ni nuestras vidas, ni la de nuestros seres queridos, se encuentran bajo una permanente amenaza.
Sin embargo, esto último sí que sucede en el País Vasco, así que cualquiera puede imaginarse como debe sentirse la mitad de la población que allí vive y que tiene que tolerar y padecer los besos, las ovaciones, las palmaditas y las subvenciones que reciben, desde casi cualquier instancia pública gobernada por partidos nacionalistas, aquéllos que les amenazan y que les liquidan.
Y lo peor de todo es que creo que estas injuriosas decisiones que adoptan los gobernantes nacionalistas con tanta frecuencia y alegría, son sólo la punta del iceberg de un estado de cosas que huele a podrido desde hace muchos años en aquella bella y atormentada región de España.
Una última cuestión. Para que nos hagamos una idea de qué tipo de carnívoros reciben estas "becas de estudios", me detendré en la figura de Jesús Mari Zabarte Arregui. Este caimán desalmado, que fue, para mayor sarcasmo, carnicero de su pueblo, había participado antes de ser detenido por la Guardia Civil, en más de veinte atentados. Estaba asimismo acusado de nueve asesinatos.
Según la información que he podido recabar, llegó a declarar ante la Benemérita que depués de participar en el ametrallamiento de varios policías nacionales que desayunaban en un bar de Rentería, matando a cuatro e hiriendo a dos, pararon después la ambulancia que trasladaba a uno de estos últimos y remataron a la víctima.
¿Es o no es para gritar de rabia e impotencia?
Lucio Decumio.
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