26 septiembre 2003

Aznar yerra

Desde esta humilde tribuna se ha defendido en más de una ocasión la gestión del Presidente del Gobierno en los distintos ámbitos que abarca su condición. Su etapa al frente del Ejecutivo de la Nación se puede calificar como una de las más prósperas, económicamente hablando, de la Historia de España; la firmeza democrática que ha demostrado contra los más abyectos enemigos de la libertad y de la concordia, los terroristas de ETA y su entorno, ha sido encomiable; el prestigio exterior que ha alcanzado España durante su mandato, sobrepasa con mucho las expectativas más optimistas. En definitiva, el vuelco que ha experimentado nuestro país desde que llegara la poder en 1996 ha sido realmente espectacular, eso nadie se lo puede quitar.

Sin embargo, tal y como se hace glosa en estas líneas de sus éxitos, así me veo en la obligación de hacer constar sus errores, al menos los que creo observar desde mi modesto punto de vista. Y entre los de mayor bulto, se encuentran las palabras que recientemente ha pronunciado en su estancia en Nueva York, en el curso de las reuniones que mantienen los Jefes de Estado y de Gobierno de los cinco continentes dentro del marco de la Asamblea General de la ONU.

Aznar, que cae rendido cual doncella en los brazos de su amado cuando George W. Bush hace su aparición en las inmediaciones, ha venido a decir que espera y desea que el actual Presidente de los Estados Unidos salga reelegido en el cargo en 2004, por el bien de la paz mundial.

Coincido y coincidiré siempre con este Presidente del Gobierno y con cualquiera otro que ocupe su lugar, en la apreciación de que España ha de estar junto a sus históricos aliados norteamericanos en el empuje por lograr un mundo más justo y seguro. Pero donde no puedo estar de acuerdo con él, es en su deseo de que Bush vuelva a dirigir los destinos de la nación más poderosa del planeta durante otros cuatro años. No, Bush no y sólo una razón esgrimiré.

La génesis de muchos de los conflictos diplomáticos y militares que nos han afectado en los últimos meses y que casi nadie trae a nuestra memoria a día de hoy, se remonta a las elecciones a la Presidencia de los Estados Unidos que tuvieron lugar el primer martes de Noviembre de 2000. Si alguien no lo recuerda aún, el recuento de los votos que tuvo lugar aquella misma noche arrojó un empate técnico entre Bush y el candidato demócrata Al Gore. Los datos parecían claros en todos los estados de la Unión, salvo en Florida y si mis lectores hacen un pequeño ejercicio memorístico, los resultados en este estado tuvieron que ser revisados y examinados con lupa durante varios días, algo inaudito hasta la fecha. Finalmente, el fruto de aquéllos interminables chequeos cayó del lado del candidato republicano por un puñado de votos, lo que significó que todos los delegados de aquel estado estarían del lado de Bush a la hora de que se eligiera presidente.

Dos apuntes al respecto. Primero, creo recordar que desaparecieron urnas y papeletas durante los inacabables recuentos y segundo, algo sobre lo que la memoria no me falla y que considero de capital importancia, dadas las circunstancias: el gobernador del estado de Florida en aquellas fechas -hoy sigue siéndolo- era Jeb Bush, hermano del candidato que salió beneficiado.

No tengo tiempo de detenerme en el pasado del Presidente norteamericano, ni en su árbol genealógico, ni en los distintos intereses mercantiles y económicos en los que, presuntamente, está involucrada su familia y él mismo. Son amplios, oscuros y en ocasiones, casi siniestros y darían para un comentario en exclusiva al respecto.

Asimismo, haciendo abstracción de las distintas decisiones, posturas, discursos y leyes promulgados por Bush y su Gobierno desde que llegaron al poder -muchas de ellas en las antípodas de la justicia, la paz y la seguridad-, sólo el hecho de que su elección se confirmara en campo no neutral, de forma tan sospechosa y apurada debería poner en guardia a cualquiera.

Pero no a Aznar, que parece no querer detenerse en los claroscuros que jalonan la trayectoria política y personal de George W. Bush, no sé muy bien si por convicción personal -espero que no sea así- o por determinadas ventajas políticas y económicas que pudiera obtener España. Aun poniéndonos en este último caso, que a Aznar le moviera el exclusivo interés nacional en su apuesta personal por Bush, estimo que convendría matizar en algo ese seguidismo y ese apoyo irredento del que hace gala el Presidente español, pues bien podría volverse en contra de sus intereses y los de su partido en el futuro.

Habrían bastado las tradicionales y muy diplomáticas palabras de auxilio, sostén y ayuda inequívoca de España a su aliado norteamericano en la tarea de garantizar la paz, la libertad y la democracia en todos los rincones del mundo y hubiera quedado usted estupendamente bien, Don José María.

Lucio Decumio.

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