Ha sido la gran noticia del fin de semana, pero yo iría más allá. Más allá del mero hecho de que se haya confirmado el compromiso matrimonial del Príncipe de Asturias con una joven y bella periodista de TVE y de la alegría que puede haber desencadenado en toda persona de bien que habite España. Porque todo el mundo se ha detenido en glosar la figura insigne y egregia de nuestro Príncipe, así como la gran categoría personal y profesional de su prometida, pero pocos, nublada la mayoría por los aspectos más superficiales de este acontecimiento, han llegado a profundizar en la vital importancia que para la pervivencia de nuestro sistema político tiene este anuncio.
El Príncipe de Asturias, pese a su juventud, es un hombre que en el plazo de tres meses cumplirá 36 años. Para la imagen de la Corona, para su pervivencia como institución y lo que es más importante, para su mantenimiento como eje engrasador y vertebrador de la convivencia política y social de nuestro país, la prolongación de la soltería del Príncipe podía llegar a ser una cuestión preocupante. Lo cierto es que a mí, no era algo que me quitara el sueño, aunque si uno se paraba a pensar en las posibles consecuencias de su pertinaz querencia por la vida de soltero, podía llegar a estremecerse.
En este estado de cosas y dado que en los últimos años ha habido comentarios y habladurías de todos los colores, especialmente en el ámbito de la nauseabunda proliferación de espacios televisivos dedicados a la disección de las vísceras de los famosos, las innegables conquistas principescas podrían haber llegado a tener en algún momento, no excesivamente lejano, una repercusión excesivamente notable, que hubiera podido poner en tela de juicio ante los españoles, la impecable imagen de la Institución Monárquica.
Por ello, el anuncio del compromiso de Su Alteza, callará bocas, cerrará espacios de pestilente debate, apartará de lado conjeturas y quinielas matrimoniales y pondrá a todos los españoles a remar en la misma dirección, con la esperanza y la ilusión en la llegada de la fecha de un enlace del que todos, en mayor o menor medida, seremos partícipes.
El anuncio del enlace y la inminente boda real, garantizan, en definitiva, la pervivencia de la Monarquía Parlamentaria Española, figura e Institución aglutinadora y leal con sus súbditos, que con el paso de los años y la afirmación democrática experimentada por nuestro país de su mano, se ha ganado la admiración, el respeto y el cariño de todos los españoles de bien.
Creo que el Príncipe ha elegido sabiamente. Formación, categoría e inteligencia tiene para hacerlo. Una chica joven, guapa, preparada, española, ya conocida por la inmensa mayoría de sus compatriotas y que transmite seriedad, profesionalidad y simpatía. Alguien puede aducir que su carencia de vínculos con la aristocracia y la Realeza Europea más añeja puede jugar en su contra a la hora de desempeñar el fundamental papel que se le tiene asignado, pero no creo que sea óbice. Estoy convencido de que los españoles nos sentiremos más cercanos a una joven universitaria de nuestro país, que a cualquier princesa belga, sueca o danesa -y viceversa- que se hubiera escogido por motivos estrictamente protocolarios.
Mis más sinceras felicitaciones a la pareja.
En otro orden de cosas, decir que Lucio Decumio hubo de coincidir por fuerza en la Facultad de Ciencias de la Información con la futura Princesa de Asturias y Reina de España. Visto que nació el 15 de Septiembre de 1972, debió hacer acto de presencia en la Facultad un año después que un servidor, que llegó con retraso un retraso de otro en virtud de unos repasos de última hora a algunas asignaturas de COU que me ocuparon unos exiguos y desdeñables 12 meses.
Debió por tanto, estar un curso por detrás de mí y es muy posible que en mi último año en la Facultad, en el que tuve que repetir varias asignaturas de Quinto Curso tras mi estancia en ABC -curiosamente ella también anduvo por allí en fechas similares- coincidiéramos en algunas clases. Será extremadamente difícil, pero me gustaría poder algún día confirmarlo.
Porque, ¿Hay alguien a quien no le gustaría presumir de haber sido compañero de aulas de la Reina de España?
Lucio Decumio.
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