Considero que nadie que me conozca mínimamente barajará ninguna duda acerca de mi occidentalismo y mi apoyo al derrocamiento del sangriento régimen de Sadam Hussein llevado a cabo por los Estados Unidos y sus aliados. Desde esta misma página he defendido con vehemencia y argumentos sólidos la necesidad de la caída del dictador, de que la lejana Babilonia dejara atrás lustros de salvajes represiones y caminara hacia el aperturismo democrático y al respeto por la vida y las libertades individuales. Si alguien no recuerda lo que he manifestado en otras ocasiones, puede acudir al enlace de "Política Internacional" sito en esta misma página y buscar los comentarios que redacté el 12/07/2003 y el 21/07/2003 en torno a esta misma cuestión.
Pero las cosas siguen empeorando, tal y como comentaba y presumía hace unos meses. Al margen de la ya probada inexistencia de arsenales de armas de destrucción masiva y de la incapacidad de norteamericanos y británicos para dar con el paradero de Sadam Hussein, el goteo de bajas estadounidenses del que hablaba en el verano, se ha transmutado en una desbocada e incontrolable sangría de vidas humanas. Vidas de jóvenes soldados que al parecer, no tienen el menor valor para un Bush, para un Rumsfeld o para un Chenney que siguen empeñados en mantener una presencia militar en Irak, cada vez más contestada y más rechazada por la opinión pública norteamericana y no digamos ya por la población mesopotámica.
Hasta diarios tan poco sospechosos de antiamericanismo como el ABC, han llegado a recoger informaciones en las que los iraquíes expresan su más absoluto rechazo a la presencia de unas tropas que cada vez controlan menos la situación y que día a día, tratan peor a quienes en teoría, fueron a liberar. El mismo diario plasma datos estremecedores recabados por sus enviados especiales, en el sentido de que la población civil celebra cada vez con más alborozo los asaltos a los convoyes de suministro, las explosiones de minas bajo los "jeeps" y camiones yanquis, el derribo de aparatos de transporte con docenas de soldados americanos, o el ametrallamiento de patrullas de marines. Cuanto más grave y más sangriento es el desastre, mayor algarabía entre los iraquíes. Un macabro círculo vicioso de desconfianza y mutuo rebote entre soldados y población civil que sólo puede ir a peor.
No entro a valorar el origen de estos atentados, pues me resulta claro que hay una resistencia iraquí espléndidamente organizada por no se sabe muy bien quién y que además, tiene que estar recibiendo forzosamente ayuda exterior de comandos terroristas entrenados en otros territorios árabes. Entre los unos y los otros, han encontrado el modo de mojarle la oreja al gigante americano y hacerle morder el polvo de desierto iraquí.
Yo no me alegro por lo que le sucede a los soldados americanos. Me entristece y mucho. Porque de los que allí mueren, muchos tendrán mi edad, algunos mis estudios y todos, con muy pequeñas variaciones, un modo muy similar al mío de ver la vida, la familia, los amigos y los objetivos personales a alcanzar. Pero me entristece aún más la nueva y sobrada muestra de cobardía y defensa de oscuros intereses de los dirigentes americanos, que prefieren ver como sus soldados caen todas las semanas por docenas en un lejano país y no se atreven a resolver el conflicto embarcándolos de vuelta a su casa.
Los iraquíes en particular y los musulmanes en general, han dado históricamente sobradas muestras de rechazo hacia las tesis democratizadoras y liberalizadoras de Occidente. Siglos de sometimiento a emires, reyezuelos, ayatollahs y mulás no se cambian de la noche a la mañana. Se necesitarán decenios, tal vez siglos, para que cientos de millones de musulmanes terminen percatándose de que el odio al malévolo Occidente que sus déspotas y tiranos buscan insistentemente inculcarles, sólo tiene el objetivo de que la clase dirigente islámica -política y religiosa- mantenga sus históricos privilegios a costa de la miseria y la ignorancia de sus súbditos y sus fieles.
Los americanos y todos nosotros deberíamos darnos cuenta de que nuestra labor allí finalizó con el derrocamiento del régimen. Puede parecer duro, pero el trabajo sobre el terreno que se desempeña actualmente está condenado al fracaso y habría que ir pensando en buscar alternativas más sutiles para permeabilizar a estas sociedades ante los cambios que queremos proponerles.
Y si la preocupación de alguno es el destino del petróleo, sólo añadiré que los occidentales necesitamos comprarlo tanto como los árabes precisan venderlo.
Lucio Decumio.
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