Se han alzado voces contra la decisión del Príncipe de Asturias de comprometerse en matrimonio con una joven periodista plebeya. Es normal y era de esperar. Evidentemente, nunca llueve a gusto de todos. Sin embargo, yo creo que la mayoría de los españoles y también la mayoría de los comentaristas políticos especializados en la Casa Real, han aceptado de buen grado la determinación que ha adoptado Don Felipe. Todos coinciden y yo coincido con ellos, en que el Príncipe es una persona preparadísima, con la cabeza muy bien amueblada y que sabe perfectamente lo que le conviene a él, a la Corona y por extensión, a España.
Desde su nacimiento y durante los decenios subsiguientes, su vida ha estado enfocada y planificada hacia una finalidad exclusiva. La de convertirse en un hombre preparado para desempeñar el cargo que por herencia le corresponderá en el futuro: el de Rey de España. Ha dispuesto de los mejores tutores y profesores; ha estudiado en las aulas más notables, pues de todos es sabido que hizo COU en un exclusivo centro canadiense y al cabo de los años, un máster en Relaciones Internacionales en USA; también ha cursado estudios de Derecho como uno más en centros menos selectivos, como la Universidad Autónoma de Madrid; ha pasado un año en cada uno de los tres Ejércitos, lo que significa que ha empleado el triple de tiempo que cualquier otro español sirviendo en armas; ha viajado por toda la Nación y por ello conoce gentes, pueblos y ciudades al detalle; y ha representado a España y a la Corona en multitud de actos internacionales en los que ha sido admirado y respetado.
Todo esto no hace sino indicarnos, al menos a mí, que se trata de una persona con una preparación académica y un conocimiento de su función representativa de España y su Monarquía, excelentes. Si su cognición es tan vasta, si su discreción privada y su actividad pública han sido siempre tan exquisitamente pulcras, ¿qué ha de llevarnos a dudar de su buen juicio a la hora de elegir una esposa adecuada y ajustada a la esfera en la que se ha de desenvolver?
Insisto. Mejor que nadie, el Príncipe conoce reglas y usos de protocolo, la vida y la cortesía diplomática, las Relaciones Internacionales y el orbe político y la sociedad en la que vive y se maneja. Así que ¿quién mejor que el Príncipe para elegir en calidad de esposa, madre y Reina, a una mujer que se pueda adaptar a todas esas exigencias?
Si ha escogido a esa mujer, de la que además asegura sentirse enamorado y correspondido, en la plebe y no en una línea de azulada extirpe europea, seguro que le sobran las razones para haber obrado de tal modo. La chica está muy bien preparada. Es inteligente, bella, simpática y con toda seguridad, se ganará el respeto y el cariño de los españoles como Princesa primero y como Reina después. A Lucio Decumio no le cabe la menor duda. Y aun a riesgo de que se me pueda acusar de patriotero, insisto en la idea de que prefiero a una plebeya universitaria española como Reina, que a una princesa europea de cualquier país escandinavo.
Apelar a viejos y periclitados valores de tradición diferenciadora entre la realeza y la plebe, o pérdida de esencia de la primera al entrar en contacto tan directo con la segunda, con el fin de criticar la decisión de Su Alteza, no me parece de recibo. Al igual que la vida y la sociedad evolucionan, así han de hacerlo también las instituciones que la gobiernan o la representan. Y más en una época tan cambiante y dinámica como la que nos ha tocado vivir.
Y la evolución que se plantea en este caso, no sólo no me parece condenable. La aplaudo.
En último término, si algo me molesta de todo esto, aunque poco, que no me quiero poner a mal con la Realeza, es no haber sido yo el que haya capturado a tan suculento ejemplar de mujer.
Lucio Decumio.
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