Dirijo mis pasos de nuevo hacia la noticia del futuro enlace del Príncipe de Asturias y Letizia Ortiz, con el fin de matizar algunas cuestiones y afirmaciones realizadas en los dos comentarios que sobre tan insigne acontecimiento redacté hace unos días. Desde que di por concluida mi última intervención acerca del compromiso real, mis oídos y mis ojos han sido testigos de determinados hechos y aclaraciones que han transmutado mi inicial alborozo por el anuncio, en un apreciable recelo hacia la unión, especialmente determinado por algunos comportamientos y manifestaciones de la futura Princesa de Asturias.
Vaya por delante que no dejo de incidir en el hecho de que considero al Príncipe como una persona prevenida, inteligente y preparada como pocas, que ha meditado profundamente una decisión y una elección en la que forzosamente se han tenido que aunar necesidades institucionales y de Estado por un lado, y apetencias personales y sentimentales por otro. Sin embargo, me han llegado noticias de que no todo es algarabía y jolgorio en la Casa Real. Mientras que la Reina Sofía parece estar absolutamente de acuerdo con el enlace, pues el Príncipe es su ojito derecho y casi todo lo que haga o diga el Heredero de la Corona, tiene la aquiescencia y el apoyo de su madre, Su Majestad el Rey Don Juan Carlos parece no estar tan convencido de la idoneidad del proyecto matrimonial emprendido por su hijo.
¿Razones? Al parecer, Letizia tiene demasiado "pasado". Padres divorciados, una hermana divorciada, ella misma separada tras un matrimonio civil. Cuestiones éstas que podrían terminar desembarcando dentro del ámbito de los espacios y las publicaciones en que las verduleras de turno desnudan obscenamente la intimidad de famosos y menos famosos, con el grave peligro que ello conlleva.
Ya expresé mi preocupación hace algunos días en el sentido de que estos programas podrían convertirse con el paso del tiempo, en peligrosos arietes contra la estabilidad de la Institución Monárquica. Y veo ahora que mis palabras adquieren un nuevo significado dentro de ese contexto, pues muchos de estos aspectos relacionados con el pasado de Letizia se escapaban a mi conocimiento durante la redacción de los dos primeros "posts". Y no sólo eso. Según mis fuentes, Letizia no ha hecho la Primera Comunión y por extensión, tampoco la Confirmación. Hasta el menos avisado sabe que ambos sacramentos son fundamentales si de lo que se trata es de contraer matrimonio a través de la Iglesia Católica. En último término, ella misma se ha declarado agnóstica.
Así que no es de extrañar el malestar del Rey si al pasado de Letizia le sumamos la grave falta de apego y compromiso de la futura Princesa hacia la Iglesia Católica, institución que mantiene estrechos lazos con la Monarquía desde la noche de los tiempos y que caminan de la mano en multitud de actos y ofrendas a santos, santas, patronos y patronas.
Al margen de estos datos, recabados de fuentes de toda solvencia, varios episodios de la pedida de mano protagonizados por Letizia Ortiz, no terminaron de ser de mi agrado. En primer lugar, su vestido blanco de chaqueta y pantalón es lo más alejado que existe de las exigencias del protocolo en actos de esta índole. El blanco, ha de estar reservado exclusivamente para el día de la boda y eso debería haberlo sabido o por lo menos, preguntado. Y en cuanto a su llamada de atención al Príncipe para que le dejara terminar de hablar en un momento dado, sobran las palabras.
Estos dos detalles me llevan a pensar que esta chica habrá de prepararse muy en profundidad en los próximos meses de cara a la trascendental labor que tendrá que llevar a cabo como Princesa y Reina. Asimismo, deberá aprender a limar determinadas vertientes de su personalidad que encajan muy mal en la tradición y en los usos de la Monarquía. De lo contrario, estas pequeñas gotas de engreimiento, altivez y soberbia que inconscientemente ha destilado, podrían volverse en su contra y lo que es peor, en contra del Príncipe y de la institución a la que representa.
Lucio Decumio.
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