18 noviembre 2003

Rituales de destrucción y muerte

Un nuevo atentado terrorista ha vuelto a dejar su sangrienta impronta en las inmediaciones de dos sinagogas situadas en el centro de Estambul, la capital de Turquía, obligando a contar por decenas el número de muertos y de heridos. Turquía, pese a algunos claroscuros que aún jalonan su trayectoria política, es el único país de mayoría musulmana que parece caminar con paso firme hacia una democracia plena y hacia un reconocimiento de los derechos y las libertades de sus ciudadanos.

Tan es así, que incluso hasta se pueden encontrar sinagogas en su territorio, descubrimiento éste que se me antoja de muy complicada ejecución en la inmensa mayoría de los estados de confesión islámica y ello, pese a que desde hace aproximadamente un año, el Gobierno de la Nación está en manos de islamistas moderados. Insisto, aún hay zonas grises, como la inextinguible llama del problema kurdo o determinadas prácticas jurídicas y penales que no terminan de encajar en los usos y costumbres europeos, mucho más avanzadas en ese sentido, pero es más que posible que por el marcado laicismo de su sociedad y su proximidad geográfica a la Europa de las libertades, Turquía termine integrándose en breve en la UE y abrazando definitivamente los derechos humanos, la democracia y el progreso.

Pero para que eso no suceda, ni en Turquía ni en el resto del Islam, hay quien desde dentro del país, con los convenientes apoyos exteriores del terrorismo islámico más agreste y montaraz, trata de poner palos en las ruedas de ese proceso de acercamiento a Europa y a la libertad, a través de atentados como el que tuvo lugar el pasado fin de semana en Estambul.

El mundo musulmán y su modo de pensar, sus creencias y sus relaciones con el resto de países son extremadamente complejos. Creo haber indicado en otras ocasiones, -y no me cansaré de repetirlo hasta que alguien me demuestre lo contrario- que el núcleo de la acción política de los gobernantes islámicos y de la actividad religiosa del clero musulmán, consiste en la victimización permanente y sistemática de la sociedad que gobiernan, con el exclusivo fin de mantenerles sojuzgados, empapados en el desconocimiento, el analfabetismo y la falta de información transparente.

Mientras las castas gobernantes se enriquecen obscenamente a costa de los recursos nacionales y de la explotación de sus súbditos, éstos sólo perciben a cambio la intoxicación y las mentiras de esos dirigentes que insisten en avivar la llama del odio hacia Occidente, convirtiéndole en el epicentro de los males de la población, de su pobreza, de su miseria, de sus enfermedades y de su falta de oportunidades.

En la medida que esto siga siendo así, mientras que el estrato gobernante en los países islámicos siga tan influido, tan enraizado y tan interrelacionado con la jerarquía religiosa musulmana y actúen en armonía y en confluencia de espurios intereses para mantener secuestrada la voluntad de sus conciudadanos, las cosas no cambiarán y siempre habrá uno, diez, cien o mil musulmanes dispuestos a participar en un macabro ritual de inmolación que dejará un desolador rastro de muerte y destrucción en un hotel de Bali, en un cuartel de carabinieri o unas oficinas de la ONU en Iraq, en dos sinagogas turcas o en un restaurante o discoteca de Jerusalén o Tel-Aviv.

El problema, definitivamente, no está en los demás, no está en nosotros, los occidentales, por mucho que nos intenten hacer creer lo contrario las fuertes corrientes de la corrección política de la izquierda social y sectores socio-políticos afines al mundo musulmán. Está en ellos, en la corrupta clase política que busca destruir, enjoyarse y desunir, antes que crear, repartir y aunar esfuerzos; en el integrismo de los postulados religiosos que manejan ayatollahs, mulás y muecines, basados en una interpretación torticera de las páginas del Corán; en la inflamación del rencor hacia Occidente; en la falta de voluntad e interés en abrir la mano y dirigir a sus naciones hacia un progreso social y económico que les garantice un futuro y un bienestar. Pero no, eso no lo harán nunca, pues con ello perderían, más pronto que tarde, prebendas, poltronas, bicocas, inmunidad y sobre todo, el control del sistema y de los recursos.

Lucio Decumio.

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