19 octubre 2003

Otras cinco del viernes

Ante la pertinaz sequía de ideas que sufre mi intelecto, me veo en la obligación de recurrir nuevamente a las preguntas que se vierten al ciberespacio desde el célebre blog "Las cinco del viernes", curiosamente cada viernes. Como dije en otra ocasión pero con otras palabras, cuando uno carece, circunstancialmente eso sí, de la proactividad creativa necesaria, qué mejor que te asalten a preguntas para poner en marcha tu imaginación e inventiva.

Bueno, pues ahí voy de nuevo con las cinco preguntitas que ponen esta semana en liza.

1/ ¿Tienes un sueño? Sí. ¿Alguna vez has logrado realizar alguno de tus sueños? Que yo recuerde y suelo recordar muy bien, no.

2/ Si supieras que sólo te queda un día de vida, ¿qué harías? Depende de las circunstancias y me explico.

A/ Si el mundo entero estuviera a la espera de la caída de un meteorito del tamaño de Texas, como sucede en la película "Armaggedon", me lo tomaría con absoluta filosofía y no me preocuparía demasiado. Supongo que me aplicaría el viejo adagio de "mal de muchos, consuelo de tontos" y me iría tranquilamente a acostar a la espera de poder contemplar al día siguiente el fin del mundo. Es posible que, en un arrebato de recuperada fe en Dios y en la Iglesia me acercara por algún confesionario y vaciara el saco de mis faltas ante algún misericordioso pastor y ante el Altísimo, por si las moscas, que no por otra cosa. Aunque bien visto, si todo el mundo fuera consciente de la inminencia del fin de los tiempos, los confesionarios registrarían unas colas que me impedirían llevar a cabo con éxito esta tarea. Moriría, por tanto, en pecado mortal y en el Juicio Final, no me salvaría ni "Pirri Manson".

B/ Si algún médico me dice en su consulta que me resta un único día para convertirme en un gigantesco criadero de malvas, le metería tal galleta que se le quitarían las ganas de volver a decir nada parecido a nadie, eso en primer término. En segundo lugar y una vez abandonado el despacho del galeno con los nudillos ensangrentados por su impacto en la mandíbula del indeseable, me dirigiría a mi casa, le daría un beso a mi madre, escribiría algo a mis amigos y familiares y dejaría en lugar bien visible de mi escritorio las claves de mis tarjetas y mis cuentas bancarias, para que mi familia pudiera pegarse un modesto homenaje a costa de mis parvos ahorros y de algún seguro de vida de esos que se firman cuando ingresas la nómina en un banco. Por último, llamaría a la Mutua y pondría como conductores habituales de mi flamante coche nuevo a mi hermana y a mi padre, para que pudieran utilizarlo sin mayor inconveniente. Moriría, por tanto, habiendo dejado todo atado y bien atado, pero en pecado mortal, lo que significaría que en el Juicio Final mi salvación eterna se encontraría igualmente en entredicho, pese a la noble acción de aporrear al médico.

C/ Si es alguna pitonisa o adivino quien me hace partícipe de mi fatal y cercano destino, ése o ésa sí que no lo cuentan. Para el tiempo que voy a pasar en el presidio, no tiene por qué haber compasión con pájaros de tan mal agüero. Este postrer acto, aunque honroso y justificado, no terminaría por redimirme de todas mis faltas. Moriría, por tanto, en pecado venial y pasaría una temporadita en el Purgatorio hasta que en los cielos, a bien tuvieran abrirme sus puertas.

D/ No le haría el amor repetidamente y hasta la extenuación a mi novia, por la sencilla razón de que no la tengo. Y si lo intentara con alguna conocida o con la primera que pasara a mi lado por la calle, seguro que ante mis apresurados ruegos contestaría que le parezco un chico estupendo, muy educado, culto, inteligente, intuitivo, sagaz y donairoso que podría estar con cualquier chica que me propusiera seducir, pero que ella no está por la labor. Moriría, por tanto, en pecado mortal y con la definitiva certeza de que a los empanados, nos está vedado el néctar de los encantos femeninos. En el Juicio Final, ya estoy oyendo el fallo del Sumo Hacedor ante mi caso: al Infierno doblemente, por tonto y por pecador.

3/ ¿Si pudieras tener un superpoder, ¿cuál escogerías? La sanación de enfermedades incurables y de enfermos terminales mediante la simple imposición de mis manos.

4/ Si pudieras cambiar alguna parte de tu cuerpo ¿cuál cambiarías? Sin dudarlo, la nariz. Mi madre me ha recordado en alguna ocasión que siendo yo un infante balbuceante y despreocupado, vine a tropezar inopinadamente con el borde de la alfombra del salón para desplomarme de bruces contra la misma, unos ochenta centímetros más allá del traspiés. Tan ciega hubo de ser mi confianza en lo esponjoso del tapiz, que rehusé amortiguar la caída haciendo uso de mis manos, por lo que el "alfombrizaje" fue absorbido en su totalidad por mi apéndice olfativo-respiratorio. De ahí que a día de hoy, aún siga marcadamente ladeado hacia la derecha de mi rostro. Un último apunte a este respecto para indicar que si en Corporación Dermoestética estuvieran de aniversario y me ofrecieran un "dos por uno", buscaría angular y afilar algo más las facciones de mi semblante.

5/ Tienes alguna manía, temor o fobia. ¿Cuál? Creo no tener manías, sólo hábitos o costumbres que si tienen que ser alterados circunstancialmente, tampoco me importa demasiado. Tal vez os preguntéis cuáles son y yo os aseguro que no tendría el menor inconveniente en comentarlos en estas líneas que tan desenfadadas me están quedando, si no fuera porque están íntimamente relacionados con asuntos escatológicos cuya descripción, educada y púdicamente eludiré.

Sólo manifiesto un temor atávico, enfermizo y obsesivo hacia el cáncer. Ya se me puede caer el cielo sobre la cabeza o que me saquen vestido con un casco, espada, malla y taparrabos a la arena del Coliseo para combatir a diez leones, que lo prefiero a la detección de cualquier indicio tumoral en mi organismo o en el de un ser cercano.

En última instancia, detesto a los gatos, aunque creo que ese repudio no alcanza el grado de fobia. Con lo que no puedo es con los mosquitos. Prefiero pasar las noches de verano con las ventanas cerradas a cal y canto y con 30º de temperatura en mi habitación, que abrir el paso a esos diminutos insectos para que se ceben en mi cara, mis piernas y mis brazos. Desde mi particular punto de vista, pocas cosas hay más desagradables que verte despertado por el zumbido provocado por el aleteo de estos bichos infectos y por la irritación desencadenada por sus múltiples picaduras.

Lucio Decumio.

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