Creo que ayer me extendí demasiado sobre China, su programa espacial, sus avances tecnológicos y el resquemor que ello debería despertar en las cancillerías occidentales. Pero bueno, allá cada cual con lo suyo.
Había metido a Taiwán en todo este “fregao” porque hace unos días, tuvimos conocimiento de que en la capital de la antigua Formosa se está levantando y están a punto de finalizar las obras del que será -bueno, ya es- el rascacielos más alto de la Tierra. Una pasada arquitectónica de 508 metros de altura que albergará oficinas, viviendas, centros de ocio, la Bolsa de Taiwán, bancos y demás servicios y hasta un total de 12.000 personas, que podrán convivir y trabajar a un tiempo en tan singular y majestuosa construcción.
Mi propia y reconocida incapacidad para la ciencias más técnicas no obsta para que reconozca, alabe y envidie la obra de aquellos que son capaces de diseñar, levantar y darle vida a estructuras civiles de este calibre. No dejo de asombrarme ante la audacia y la inteligencia de arquitectos, ingenieros de caminos, canales, puertos y demás individuos que con la sola ayuda de las matemáticas y de su imaginación, son capaces de concebir y plasmar estas construcciones.
Me vuelvo a desviar del hilo argumental que me trajo hasta aquí y que no era otro que mi encendido convencimiento de que este tipo de edificios puede ser y debería ser la solución a los problemas de espacio que acucian a las grandes ciudades, incluidas las españolas. Y ahí señalo a Madrid con especial énfasis. Hace unos años, leía que países como Japón y Corea estudiaban la posibilidad de construir edificios de un kilómetro de altura e incluso más, con la finalidad de solucionar sus graves problemas de densidad de población.
Aunque parezca una barbaridad, a mí no me da esa sensación. Y en países tan inestables y peligrosos, desde la perspectiva sísmica como Japón, aún podría antojársenos como una peligrosa alternativa, pero Madrid, donde la máxima actividad telúrica de que se tiene constancia la produjo hace unos años la caída de un suicida con sobrepeso desde el viaducto, los edificios kilométricos o medio-kilométricos pueden ser una opción muy a tener en cuenta.
¿No sería mejor uno, dos o cinco edificios de estas características en nuestra capital antes que la construcción de múltiples barrios que se extendieran por una superficie mucho mayor, aumentando el caos urbanístico y causando más daños ambientales?
Soy lego en estas materias, lo reconozco, pero yo creo que puede ser una opción arquitectónica y urbana razonable.
Lucio Decumio.
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