14 octubre 2003

Fiestas de El Arenal

Vuelvo a incorporarme a mis modestas tareas de redactor tras haberme abstraído de mis obligaciones con el teclado durante casi 96 horas. Esta prolongada ausencia, como bien saben mis escasos veinte lectores, ha estado motivada por mi presencia en las fiestas patronales del pueblo de mi madre. Alguno de vosotros, cuando no todos, seguro que ya ha tenido la ocasión de contemplar imágenes y declaraciones detalladas en los más variopintos y estomagantes programas de televisión en torno a lo allí sucedido durante el último fin de semana, por mor de la presencia de Julián Muñoz, como bien sabéis, oriundo del lugar y de Isabel Pantoja, amante y confidente del primero.

No me voy a extender en glosar el pregón de los festejos pronunciado por Julián y tampoco en los saludos iluminados por la sonrisa invertida de la Pantoja el pasado viernes 10. Asimismo, no haré mención a la presencia de ambos por las calles de la villa durante las procesiones que tuvieron lugar el sábado y el domingo. En primer lugar, no me interesa y en segundo, no tuve la oportunidad de verlos, así que cualquier declaración al respecto traicionaría mi voluntad de objetivar coherentemente los hechos que suceden a mi alrededor.

Me voy a limitar a hacer constar una experiencia personal, que en el marco de las Fiestas de Octubre de El Arenal, tiende a acrecentarse y a magnificarse a cada año que pasa. Mi modo de contemplar, con la vista y el espíritu, los más tradicionales festejos de mi amado pueblo, ha cambiado abruptamente de un tiempo a esta parte. Hasta hace tres o cuatro años, me sentía partícipe de los mismos y me divertía de lo lindo con mis amigos y con mi familia. Pero desde hace un par de años, percibo que el ambiente que me rodea ha cambiado. Quién sabe, tal vez sólo haya cambiado yo o quizás lo advierto de un modo diferente. El caso es que me siento cada vez más desubicado y menos integrado en la atmósfera festiva que se respira.

Hace presa de mí desde hace un tiempo la desasosegante sensación de que al margen de que por mi edad y por mis inquietudes el núcleo de los festejos ya no encaja con mis ganas de divertirme como antaño, las fiestas de El Arenal han quedado algo trasnochadas y periclitadas. Me duele en el corazón decirlo de este modo, pero han envejecido mal, en definitiva.

Desde mi humilde óptica, que puede estar perfectamente desenfocada, que a nadie le quepa la menor duda, pienso que unas fiestas de estas características no pueden quedarse en un tradicional baile con orquesta en la plaza del pueblo, cuatro atracciones de feria decadentes, unos fuegos artificiales, que son sobre todo eso, artificiales y un chocolate con churros matinal para tratar de levantar el ánimo de los más trasnochadores.

Hace 50 años e incluso menos, 30 ó 20, esta clase de festejos tenían como objetivo que las gentes del lugar, que se pasaban el año entregadas a sus agotadoras labores agrícolas y ganaderas, disfrutaran de unos días de esparcimiento, diversión y algo de desenfreno. Olvidaban así durante unas horas, una vida dura e ingrata, más llena de sinsabores y de momentos agrios, que de pasatiempos y distracciones.

Pero en el Siglo XXI, cualquier observador mínimamente imparcial se da cuenta de que los usos y costumbres de los españoles han cambiado incluso en ubicaciones recónditas, como es el caso de esta pequeña villa de la Sierra de Gredos. La calidad de vida ha mejorado y las nuevas técnicas agrícolas y ganaderas han transmutado tareas antes ásperas en trabajos más llevaderos.

Los nativos ya no ocupan entre el 80% y el 90% de su tiempo en estas labores. Hay mucho más tiempo libre y las oportunidades de ocio, esparcimiento y disfrute se le han multiplicado exponencialmente a cualquier joven de cualquier localidad española o inclusive a un hombre o mujer de mediana edad. Ahora se viaja más, se puede disfrutar de la TV vía satélite en cualquier punto de España, del vídeo, del DVD, de libros, de cine cerca de casa. Disponemos de más bienes de consumo que nos hacen la vida más fácil y transitable, como automóviles, teléfonos móviles, ordenadores, reproductores de música... A la vista de estas realidades incuestionables, debemos darnos cuenta de que los típicos entretenimientos de hace unas décadas, han quedado más que obsoletos.

Propongo desde aquí, a las autoridades municipales de El Arenal y a todas aquellas corporaciones locales que se encuentren en una situación similar, una revisión en profundidad de los programas de fiestas para años venideros, con el fin de que se vayan modificando y puedan incluirse actividades más en la línea de los tiempos que corren.

Siento -seguro que muchos no lo sentís- no extenderme más, pero hoy estoy especialmente cansado y quiero acostarme temprano.

Lucio Decumio.

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