Sigue y no para el goteo de asesinatos en la Comunidad de Madrid. En lo que va de año, por lo menos se han debido producir del orden de 90 crímenes, algo realmente inaudito y sorprendente en lugares tradicionalmente pacíficos como son nuestra capital y región. Sencillamente, estos datos, más propios de los arrabales de ciudades históricamente golpeadas por una violencia endémica como Bogotá o Río de Janeiro -por poner dos ejemplos palmarios- se me antojan intolerables.
Hoy les ha tocado el turno a un albanés y a una rumana. Él, 28 años, ha fallecido. Ella, algo más joven, herida. Antes les precedieron búlgaros, ecuatorianos, colombianos, ucranianos, rusos, moldavos, magrebíes y algún que otro español, en este siniestro via crucis en el que se han convertido las calles de Madrid y su Comunidad en los últimos dos o tres años. Pero como decía con anterioridad, 2003 se lleva una mención especial por su carácter marcadamente sangriento.
Sinceramente, no me he ocupado de llevar a cabo ninguna estadística que refleje con exactitud datos sobre procedencia u origen de los muertos y de los sicarios, pero no creo estar muy descaminado ni muy desacertado cuando me atrevo a afirmar que en un altísimo porcentaje de estos sucesos, quienes toman parte en los mismos son ciudadanos extranjeros, cuya situación administrativa y legal, posiblemente no sea la más recomendable. Salvo algunos de los que cayeron víctimas del célebre "asesino de la baraja" y Sandra Palo, no recuerdo más españoles que hayan fallecido violentamente en Madrid en el curso de este año, ni más asesinos de la misma nacionalidad.
Sin embargo, si acudimos a cualquier buscador e introducimos las palabras clave "asesinatos en Madrid 2003", podremos acceder a un auténtico rosario de noticias relacionadas en las que se nos informa de colombianos tiroteados, ecuatorianos apuñalados en reyertas, magrebíes desangrados, eslavos ejecutados... Y las reseñas sobre los asesinos, aunque someras, parecen no dejar lugar a la duda, pues casi siempre se trata de compatriotas de las víctimas que llevan a cabo ajustes de cuentas por asuntos relacionados con el mundo del hampa -ocasionalmente hay crímenes pasionales, desde luego-, al modo en que lo harían en sus países o ciudades de origen.
Muchos dirán que mientras se maten entre ellos, poco puede importarnos a los demás. Pero estos crímenes no dejan de crear un clima de inseguridad ciudadana muy grave entre las gentes de bien que pueblan, trabajan y viven en nuestra Comunidad. Al margen, estos acontecimientos transmiten una imagen al resto del país y al extranjero realmente pésima, por no hablar de la foto que se ofrece de las comunidades de inmigrantes a las que pertenecen los infaustos implicados en estos luctuosos hechos. En último término, aunque las mafias colombianas, ecuatorianas o eslavas observen una estricta Ley del Talión hacia sus miembros más díscolos, cualquier transeúnte inocente podría verse envuelto en algún tiroteo o conflicto entre estos grupos y quedar malherido. O en un peor y más hierático estado.
Urjo a las autoridades municipales, regionales y nacionales a que tomen las medidas que sean oportunas para poner freno a este desatino. Y sobre todo, que no se dejen influir en sus decisiones por los tradicionales complejos de inferioridad moral que siempre les han afectado ante la camada de intelectualoides pseudo-progresistas que ven en el imperio de la Ley y en su cumplimiento estricto, más un obstáculo que una salvaguarda.
Lucio Decumio.
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