05 octubre 2003

Loterías y Apuestas del Estado

Nada de atentados palestinos contra intereses israelíes y nada de revanchas y castigos judíos contra las propiedades y las tierras de los familiares de los terroristas implicados en las atrocidades suicidas. Algo más vulgar y prosaico toca en el día de hoy.

A un amante de los juegos de azar como yo, le están haciendo la vida imposible desde el Organismo Nacional de Loterías y Apuestas del Estado de un tiempo a esta parte. Tengo la costumbre -buena o mala, eso se deja al libre juicio de lector- de jugar a la Lotería Primitiva, a la Bonoloto y a la Quiniela de fútbol y todo ello, desde años muy mozos. Eso sí, tengo la muy mala usanza de apostar siempre con los mismos números, lo que por razones que omitiré citar en este caso por evidentes que resultan, me impide abandonar tan costoso hábito.

Y digo bien lo de costoso, porque aunque uno juegue un sólo par de combinaciones a la Primitiva, ya está gastando cuatro euros semanales, lo que unido a otros cuatro de la Bonoloto y a lo que cuesta la Quiniela en estos momentos, termina por sumar un montante de, por lo menos, dos mil pesetas semanales.

Y todo esto sin ninguna contrapartida real y sobre todo proporcional. Ojo, no estoy exigiendo que los premios de estos juegos se abalancen sobre mí y me abracen y cubran con millones de euros que me ayuden a retirarme de la circulación. Lo único que pido, es una justa y decente compensación entre precios y premios. O bien incrementando éstos o por el contrario, bajando aquéllos. Algún lector poco avisado y sobre todo, poco amante de este tipo de apuestas, dirá que me he vuelto loco o que no tengo medida, pues la Lotería Primitiva acaba de repartir, sin ir más lejos este último sábado, un primer premio superior a los 20 millones de euros.

Pero la realidad es muy distinta. Dejando al margen que este tipo de premios, cercanos a los 3.500 millones de pesetas, son exclusivo fruto de la acumulación de los botes generados por la ausencia de acertantes en las semanas precedentes, desde su instauración -reinstauración tras siglo y medio de carencia- en 1985, los precios de las apuestas en la Lotería Primitiva y en los sucedáneos que fueron apareciendo posteriormente, Bonoloto y Gordo de la Primitiva, no han hecho más que incrementarse y los premios que perciben los apostantes, han menguado hasta límites ridículos.

Pondré un ejemplo. En 1985-1986, cuando alboreaba de nuevo en los despachos de apuestas el antiguo juego de la Primitiva -de ahí su nombre, evidentemente- el coste de la apuesta era de 25 pesetas. Cualquiera que llevara 20 duros en el bolsillo y pasara al lado de una oficina autorizada del ONLAE un miércoles, podía detenerse en ella, pedir un bolígrafo Bic al lotero, tachar 6 números en cuatro de las casillas del boleto, pagar con la añorada "libra" y marcharse a su casa tan feliz, soñando con un jugoso guiño de la diosa Fortuna que le dejara al día siguiente disfrutar de una saneada cuenta bancaria de 250 ó 300 millones de pesetas. Y la vida resuelta.

A día de hoy, Octubre de 2003, esa misma persona, con más años, más canas y más experiencia, pasea despreocupadamente por su mismo barrio de entonces y se percata de que aquella vetusta oficina de Loterías sigue allí, en el mismo sitio donde él la había dejado hace ya unos años. También es miércoles y en sus bolsillos tintinean algunas piezas que corresponden a varias fracciones de la nueva moneda europea. Se detiene y observa que aquel lotero próximo a los cincuenta de hace unos años, debe encontrarse al borde de la jubilación. Entra en el despacho y reconoce el mismo desorden de antaño, con cientos de boletos que irregularmente alfombran el suelo y se desperdigan por los mostradores.

Sigue habiendo largas colas para sellar docenas de ilusiones y se termina diciendo a sí mismo que por qué no, por qué en esta ocasión no puede o no debe cambiar su suerte. Guarda pacientemente su turno hasta llegar a la ventanilla y, desentendido de los cambios que la escala de precios de este juego ha experimentado durante los últimos años, sella un boleto por cuatro apuestas, como en 1986. El lotero, que cree reconocer en ese hombre que pasa ya de los treinta, a un habitual cliente adolescente de hace tiempo, le entrega el resguardo y le pide 4 euros por el mismo.

El ingenuo apostante, sorprendido, no da crédito a lo que escucha. Con los ojos bien abiertos y voz de asombro, interpela al entrañable propietario del despacho de apuestas por la certeza de tan costosa reclamación. Pero la contestación es la misma, son cuatro euros y esa es la cruda realidad. ¡¡El precio de las apuestas se ha disparado en los últimos 17 años, por encima de un 665% respecto a 1986!! Escandalizado, pero a sabiendas de que quien está al otro lado de la ventanilla carece de responsabilidad sobre tan salvaje incremento de precios, vuelve a cuestionarle con toda la educación, pero con toda la estupefacción del mundo, respecto al abanico de premios que se manejan en la actualidad.

"En una jornada normal, -responde pacientemente el señor Fermín, de quien acaba de recordar su nombre-, el premio a repartir entre los acertantes de seis, si los hay, es de unos 450 ó 480 millones de pesetas". El cliente se retira de la ventanilla, dobla su resguardo y lo introduce en su cartera mientras que en su cerebro, en lugar de desatarse un huracán de ilusiones y de cábalas sobre el destino de que dará a tan suculento premio en el caso de ser agraciado, se organiza una tempestad aritmética en busca de explicaciones racionales que le ayuden a encajar las piezas de semejante desatino, pero no las encuentra, es imposible. Con lo que sí que topa su privilegiado cerebro es con unos datos que mueven a la reflexión sobre la gestión nefasta que se está llevando a cabo en el ONLAE y la estafa que están consumando con las ilusiones de los apostantes.

Cuando este organismo incrementa el precio de las apuestas, publicita este nuevo acoso al consumidor con argumentos que intentan hacer creer a los españoles que a mayor coste por columna sellada, superior será el premio obtenido en el caso de tener la suerte de tu lado.

Pero una simple operación matemática desmonta esta idea falaz y descubre las posaderas de estos bandoleros. Si en 1986 el premio para los acertantes de 6 números se situaba en las inmediaciones de los 300 millones de pesetas y si el precio de la apuesta se ha incrementado en un 665,54% desde entonces, el mínimo premio para los acertantes de 6 que podría exigírsele al ONLAE a día de hoy debería ser un 665,54% superior al de aquel año. Es decir, unos 1.996 millones de pesetas. Pero no es así. El premio principal, o más correcto, la cantidad de dinero destinada al premio principal sólo ha experimentado un crecimiento que ronda el 50%.

Siendo así, exijo, aunque no se me haga caso, que se reduzca el precio por apuesta en la Lotería Primitiva y que este suponga como máximo 50 ó un 60% más de lo que costaba a mediados de los ochenta. Es decir, que utilizando valores estrictamente nominales el precio de la apuesta a día de hoy debería ser de 37,6 céntimos de euro.

Y eso que no entro en porcentajes o revalorizaciones, pues cualquier mortal sabe que en 1986, por poner un ejemplo, podías comprarte un bloque entero de 80 pisos en Móstoles con 300 millones de pesetas, mientras que en 2003, con 450 millones, apenas si te comprarías 15 viviendas en ese mismo edificio.

Estoy convencido de que con un descenso de precios de estas características, las recaudaciones semanales superarían, con mucho, a las que se registran en estos momentos. Con un euro podrían jugarse tres apuestas, algo absolutamente sentato y cabal, no como el desbarajuste actual. Y esto que digo, debería servir igual para el resto de juegos gestionados por el ONLAE, como la Bonoloto, el Gordo de la Primitiva o la Quiniela, que esta temporada ha experimentado una subida en el precio por apuesta de un 66,6%, pasando de 30 céntimos de euro, a 50. Y no se han despeinado, ni se les ha caído la cara de vergüenza.

Hace 17 años, a los pobres sólo nos costaba 25 pesetas ponernos a soñar. Hoy, ni eso podemos permitirnos.

Lucio Decumio.

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