Era una chica de Alcorcón, de tan sólo 22 años de edad, cuando la noche del 16 al 17 de Mayo de 2003, mientras esperaba pacientemente el autobús que le llevaría a su casa pasadas las 02.30h, fue secuestrada a punta de navaja por una pandilla de hijos de puta que tras introducirla en un coche, llevársela a un descampado, violarla repetidamente y atropellarla con el mismo vehículo hasta dejarla inconsciente, se atrevieron a rociarla con gasolina y quemarla, aún viva, para mayor deleite de sus perversas e inicuas mentes.
Los hijos de puta que perpetraron este crimen, para el que no encuentro calificativo, son al parecer cuatro adolescentes -tal vez alguno más, según las últimas investigaciones-, menores de edad todos salvo uno, que residen en la citada localidad madrileña y que hasta la fecha en que cometieron esta abominable carnicería, acumulaban más de 700 denuncias ante la Comisaría de Policía de Alcorcón y la Fiscalía de Menores. Las mencionadas denuncias, que iban desde la quema de coches y otros actos vandálicos, hasta las heridas causadas a algunos viandantes por disparos realizados con escopetas de perdigones, fueron agolpándose durante años en los despachos sin que nadie con la suficiente autoridad pusiera las cosas en su sitio y acabara con este rosario de delitos.
Estoy convencido de que el que más y el que menos dentro de la Comisaría de Policía de Alcorcón y de la Fiscalía de Menores, sabía que más temprano que tarde, estos hijos de puta darían un dramático salto cualitativo en el espectro de sus delitos y pasarían de quemar coches y robar bolsos, a llevarse alguna vida por delante. También estoy seguro de que los funcionarios de uno y otro organismo pusieron en conocimiento de sus superiores el recurrente vandalismo de estos cuatro sicarios. Y es más que probable que estos mismos superiores remitieran algún que otro informe a las autoridades municipales y autonómicas pertinentes, advirtiendo del peligro que podía cernirse sobre algún inocente.
Pero nadie hizo nada. No tengo pruebas para acusar, pero se me antoja transparente el hecho de que hubo una escalofriante dejación de funciones por parte de algún organismo o autoridad. O lo que es peor, algún grave acceso de papanatismo y cobardía que impidió afrontar con valentía la modificación de la Ley del Menor y adelantar la edad penal de los delincuentes. Porque, no es nada descabellado pensar que esos poderes públicos -que recibieron los más que seguros informes de la Fiscalía de Menores y de la Comisaría de Policía de Alcorcón de los que antes hablaba-, barajaran en algún momento la posibilidad de movilizar fuerzas y recursos con el fin de retocar la citada ley y mandar a estos hijos de puta a una acogedora celda, en un bonito presidio, durante unos cuantos y bien merecidos lustros.
El problema es que eran y son menores. Y en los tiempos que corren en España, tratar de modificar una ley para prevenir posibles desastres como el sucedido y que a su vez esa modificación no encaje en los sagrados e inviolables preceptos sociales que custodian celosamente los guardianes de esa moderna censura que es la corrección política, significa verse estigmatizado con el calificativo de fascista y retrógrado para el resto de tus días.
Y así, aunque hayan robado, alunizado, disparado, atracado, golpeado y violado las propiedades ajenas de un modo tan escalofriante y estremecedor, la Ley, esa ante la que teóricamente todos somos iguales, les ha seguido considerando menores, pese a que sus horripilantes delitos nos los han mostrado como adultos desalmados y despiadados.
A mí que no me cuenten mandangas. Hoy en día, Octubre de 2003, un niño de 11 años ha visto más cosas impactantes y sabe más de la vida y de lo que va la misma, que yo cuando tenía 18. Además, a partir de los 11 ó 12 años, un infante sabe distinguir perfectamente el alcance de sus actos y si estos son reprobables o no. Eso con toda seguridad. Y no digamos ya si al mozalbete en cuestión le han salido pelos en la cara y en el pubis y arrastra tras de sí, a los 16 ó 17 años, un historial delictivo que santificaría y daría buen nombre a "El Torete" a "El Vaquilla" y a "El Lute" en sus tiempos mozos y de mayor gloria.
Coincido plenamente con las opiniones de los desgarrados progenitores de Sandra. Los hijos de puta han cometido crímenes y delitos de adultos y como tales deben pagar. Ni ellos mismos, ni sus abogados, ni cualquier retroprogesista de salón que salte a la palestra para defender la bondad intrínseca del delincuente y acusar a la sociedad de negar el pan y la sal al asesino y ser el origen de todos sus delitos, deberían poder escudarse en las fechas de nacimiento de los vándalos para soslayar o minimizar el gran castigo que merecen por sus atrocidades.
Aunque los padres y la familia ya han recogido más de las 500.000 firmas necesarias para presentar ante el Congreso la iniciativa popular que promueva un proyecto de ley para la modificación de la Ley del Menor y que la edad penal se adelante a los 16 años, avanzo desde aquí mi más sincero apoyo y mi más comprometida firma virtual en ese sentido.
Y por último. A los señores gobernantes municipales, autonómicos y nacionales les reclamo más audacia, más valentía y más decisión a la hora de tomar medidas que no se ajusten a la más severa corrección política. Seguro que si alguien profiere el aparatoso alarido de turno y escenifica el consabido rasgón de vestiduras, es que ustedes han dado en el clavo, seguro.
Lucio Decumio.
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