Quiero advertir, en primer término, que la veleidad ortográfica que me he permitido al escribir el adjetivo "treintañero" y que sustituye a nuestra tradicional "ñ" por la doble consonante "ny" muy del gusto catalán, no viene dada porque mis raíces familiares estén asentadas en las nobles Marcas, ni tampoco es fruto de un capricho snobista. Sucede, que prefiero ver en el título de la página un par de consonantes que a la hora de leerlas, vengan a componer un fonema similar al que sustituyen, antes que observar cómo un un salpicón de interrogaciones, almohadillas o asteriscos revientan el mencionado título y lo convierten algo risible y detestable.
Bien, parece que empiezo a familiarizarme con el concepto de weblog (si es que se puede o se debe llamar así) y tras varias pruebas, he logrado publicar un pequeño texto. Lo he editado, porque sólo se trataba de una prueba y he pasado a escribir algo más serio. Sin embargo, antes de hacerlo, indicaré que no conocía este tipo de servicios en Internet y supongo que a medida que vaya cacharreando entre todas sus funciones, iré mejorando el aspecto y la presentación de esta página.
Quiero empezar mi andadura por este mundillo de las páginas personales, recordando una noticia que he leído hoy en "El Mundo", que me ha llamado poderosamente la atención y que me ha dejado un sabor agridulce, pese a tratarse de una noticia de carácter eminentemente positivo. En resumen, la información de la Agencia Efe publicada en el citado diario, hacía constar que el 1 de Julio de 2003 había sido el primer día, desde el 14 de Noviembre de 1995, en que ninguna persona había fallecido en las carreteras españolas, víctima de un accidente de tráfico. Decía lo del sabor agridulce porque aunque la noticia en sí misma es muy positiva, hemos tenido que esperar casi 2.900 días para que se produjera. Y yo me pregunto ¿cuánto tendremos que esperar para volver a oír algo semejante? Se me pone la piel de gallina sólo de pensar que si tenemos que aguardar al menos el mismo tiempo, un mínimo de 2.900 personas no tendrán la oportunidad de leer o escuchar algo semejante.
Nuestra sociedad (y yo me cuento el primero de ella en este sentido) ha sistematizado y automatizado de tal modo el uso del vehículo privado para sus desplazamientos, que obvia (inconscientemente, creo) el peligro que supone dirigirse a cualquier punto de su ciudad, provincia, país o continente a unas velocidades endiabladas, conduciendo entre cientos de vehículos que se mueven a una velocidad pareja. Y no estoy contando con los peatones, los ciclistas, los animales, la climatología...
Queridos lectores. Todas las mañanas, todas las tardes y todas las noches que nos ponemos al volante, jugamos a la ruleta rusa con nuestras vidas. Pese a que parezca una advertencia algo apocalíptica, creo que conviene tenerlo en cuenta con el fin de que podamos volver a leer, dentro de 2.900 días, que en España todos los que hemos circulado un día cualquiera por sus carreteras, hemos vuelto sanos a nuestros hogares.
Lucio Decumio.
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