Lo prometido es deuda. Hace un par de días hice constar en este blog mi intención de extenderme sobre el presunto, porque yo diría presunto, suicidio del microbiólogo experto en armas químicas y asesor del Gobierno Británico en esta última cuestión, David Kelly. He visto sus fotos, he indagado someramente en su biografía y en sus logros y la sensación que he extraído es la de que se trataba de un hombre, en principio, íntegro y honesto.
Pongo en antecedentes a quien no esté al tanto de todo este escándalo. Hace unas semanas, la BBC informó de que fuentes del Ministerio de Defensa Británico habían filtrado datos a algunos reporteros de la cadena, en el sentido de que los informes que el Gobierno de Tony Blair manejaba en torno al arsenal de armas químicas en posesión de Sadam Hussein, habrían sido tratados hiperbólicamente por el Ejecutivo con la intención manifiesta de justificar y fundamentar irrefutablemente ante la opinión pública, la intervención militar del Reino Unido contra el régimen del tirano iraquí.
Con el paso de los días, el nombre de David Kelly, asesor del Gobierno y en especial, del Ministerio de Defensa, saltó a la palestra como posible "topo", fuente o informador -llámele cada uno como quiera- de los periodistas de la cadena estatal británica. Desde ese instante, las presiones sobre el científico se acentuaron sobremanera, en especial las que venían dirigidas desde el propio Gobierno. Un día antes de su, sigo insistiendo, presunto suicidio, fue duramente interrogado por una comisión parlamentaria que investigaba las mencionadas filtraciones a la Prensa.
Al día siguiente, salió a dar un paseo por los alrededores de su domicilio y ya no volvió. La Policía dio con su cadáver en las inmediaciones de su casa, escasas horas después de denunciada su desaparición, estallando así un escándalo de proporciones bíblicas ante las mismísimas narices de Tony Blair y su Gabinete. Al poco, se supo que se le había encontrado con las venas de su muñeca izquierda seccionadas y con un cuchillo al lado. Además, corroborando casi de modo irrebatible la tesis del suicidio, un frasco de barbitúricos se hallaba a su vez a escasa distancia del cuerpo sin vida de Kelly.
A mí, sinceramente se me hace muy difícil de creer que un padre de familia respetado y querido por su vecindario y sus parientes, eminente microbiólogo, miembro durante ocho años de los equipos de inspectores de desarme de Naciones Unidas en Irak, científico erudito de 59 años que había visto de todo en su vida, persona cabal, preparada, culta y cultivada, fuera capaz de desmoronarse psicológicamente ante la presión mediática, gubernamental y parlamentaria, hasta el punto de tomar la determinación de quitarse la vida al día siguiente de prestar declaración ante la comisión del Parlamento de la que antes hablaba. Además, mi querencia por el argumento de que este hombre no se suicidó, la apoyo a su vez en la tesis de que las pruebas encontradas en el lugar de su fallecimiento y que apuntan tan unívocamente hacia el suicidio, son tan gruesas, tan chuscas, tan toscas y tan dirigidas a tranquilizar y a engañar al vulgo con el razonamiento de que él mismo se cortó las venas, que no me da la gana digerirlas.
Yo creo que David Kelly sabía muchísimas cosas más de las que -confirmado ya por la BBC- transmitió a los periodistas de la emisora de televisión. Otra cosa es que fuera a hacerlas públicas, pero quienes pudieran estar interesados en que no siguiera hablando sobre el particular, seguro que no estaban tan convencidos de que el insigne científico no tuviera intención de seguir conversando secretamente o en público, con más periodistas.
Yo no acuso a Tony Blair, ni tan siquiera a algún miembro de su Gabinete. Obviamente no tengo pruebas, pero la carga de la razón por una parte, de la lógica por otra y porqué no, de mi intuición en último término, me dicen que este hombre no tenía motivos para tomar tan drástica y dramática decisión. No he venido aquí a escribir una sentencia contra un Gobierno extranjero y sus actos, pues no considero al Primer Ministro ni a su Gobierno, capaces de ordenar, ni tan siquiera sugerir, la ejecución de alguien molesto para sus intereses. El asesinato como recurso político, de defensa o ataque, quedó desterrado hace muchos decenios de la democracias occidentales. O eso me gustaría seguir creyendo. Regímenes dictatoriales, que los hay por docenas en todo el mundo, no dudan en secuestrar, ejecutar, asesinar o encarcelar a sus opositores, pero una democracia tan consolidada como el Reino Unido no puede hacerlo. La Prensa, la opinión pública y las instituciones políticas, sociales y jurídicas están tan asentadas y son tan maduras, que no permitirían pasar por alto semejante disparate.
Yo quiero pensar que el Gobierno de su Graciosa Majestad no está implicado. Hasta yo mismo me rasgaría las vestiduras si así fuera. Quiero pensar, por contra, en intereses de índole mercantil, militar, empresarial o de los servicios secretos de varios países, como ideólogos o instigadores del crimen de este buen hombre.
La investigación del caso le ha sido encomendada a James Brian Hutton, un ilustre juez británico miembro de la Cámara de los Lores, quien al parecer hace gala de una imparcialidad y una profesionalidad exquisitas. Y Tony Blair ha sido el primero en ponerse a disposición del juez para prestar declaración, actitud esta que el honra y dice mucho en su favor.
Parece pues, que los mecanismos del sistema democrático británico se han puesto en marcha con la máxima celeridad y pulcritud para esclarecer este incierto, opaco y casi tenebroso asunto.
Yo sólo espero que se llegue al fondo de la cuestión, caiga quien caiga y pese a quien pese, pues la credibilidad del sistema está en entredicho. Particularmente, yo seguiré muy atento a la evolución de los acontecimientos.
Lucio Decumio.
Nota del autor: Si quieres hacer alguna observación al respecto de mis comentarios, puedes escribirme a oscar4999@hotmail.com. Pronto incluiré un enlace para que me podáis enviar mensajes directamente.
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