27 julio 2003

Lance Armstrong

Desconozco cuál es la etimología del nombre del campeón norteamericano, pero para extraer la del apellido, sólo hay que hacer un sencillo ejercicio de traducción directa: nos queda así, un Brazo Fuerte, capaz de levantarse como un coloso y abatir a una de las más abruptas y funestas adversidades contra las que se pueda enfrentar un ser humano. El cáncer.

Discurría el verano de 1995 y un servidor se encontraba más allá de los Pirineos, trabajando en Disneyland París y aprendiendo francés, al mismo tiempo que Miguel Induráin se encaminaba como un titán hacia su quinta victoria consecutiva en el Tour de Francia. En una de las etapas, no recuerdo cuál, mientras el pelotón descendía raudo por las sinuosas curvas de un puerto de montaña galo, un joven corredor italiano del equipo Motorola perdía el control de su bicicleta y daba con sus huesos en el asfalto.

Aquel el día debía estar señalado en el calendario de Fabio Casartelli con un siniestro color. Tanta fue su mala suerte al caer, que su cabeza fue a impactar contra uno de los mojones de piedra que desempeña el papel de quitamiedos en las carreteras de alta montaña. En aquellas fechas, el uso del casco no era obligatorio, por lo que el cráneo del corredor transalpino percutió sin protección alguna contra aquel pedrusco. Tras varias horas en coma, falleció en un hospital francés, tiñendo aquel Tour de sangre, luto y dolor.

Al día siguiente, un conmocionado pelotón, en el que se encontraban el resto de compañeros de Casartelli en el equipo Motorola, tomaba la salida, rumbo a otra agotadora etapa plagada de puertos desafiantes. Tras varias escaramuzas, controladas todas por el campeón español, un joven norteamericano de 23 años atacaba a todos los favoritos a falta de escasos kilómetros para la meta. Sus fuerzas, las justas; su nombre, Lance Armstrong; su equipo, el Motorola; su objetivo, ganar la etapa; y clavada en su mente una especial dedicatoria si se imponía: a un compañero de habitación y de equipo que acababa de perder la vida.

Esa fue la primera vez en mi vida que supe de este tipo. Fue emocionante verle llegar exhausto a la meta y consagrar la victoria a su amigo y compañero. En el siguiente Tour, apenas despuntó y todo parecía indicar que aquél americano impulsivo y tenaz del 95 terminaría ganándose la vida como un gregario más de los que van cambiando de equipo año tras año y que siempre permanece a la sombra de los grandes líderes. Sin embargo, a finales de aquel año 96, Armstrong se desfondó. Perdía fuerza a ojos vista y los médicos, tras varias pruebas, le detectaron un tumor maligno en los testículos que a esas alturas, ya se le había extendido al estómago, los pulmones y el cerebro.

Su lucha contra la enfermedad fue colosal, pues a nadie puede escapársele la trascendencia y la gravedad del mal que le afectó. Soportó con disciplina espartana las interminables sesiones de quimioterapia destinadas a reducir la influencia del cáncer, al margen de varias operaciones quirúrgicas encaminadas a extirparlo. Al cabo de muchos meses de obstinado combate contra la dolencia, el Brazo Fuerte había aplastado a su más temible rival y volvía a subirse a una bicicleta, pero esta vez, no con el ánimo de ganarse el pan decentemente hasta su retirada como ciclista profesional, sino con el firme y redoblado propósito de convertirse en un campeón para el recuerdo. Al fin y al cabo, -hubo de pensar para sí el tejano- si le había ganado la guerra a la muerte, ¿qué razón o qué obstáculos podrían impedirle vencer a los vivos en empresas notablemente más sencillas, aunque éstas llevaran el nombre de Tour de Francia?

El mismo año en que se le detectó la enfermedad, Induráin anunciaba su retirada dejando al pelotón internacional huérfano de un liderazgo claro. Riis ganó el Tour de ese año, Jan Ullrich se impuso en el 97 y Pantani, tras los escándalos por dopaje que a punto estuvieron de acabar con la carrera, conquistó el Tour de 1998.

En ese estado de cosas, Armstrong irrumpe en 1999 en el certamen francés con una energía y un ímpetu formidables. Está más delgado que hace unos años, su rostro apunta perfiles y trazos cadavéricos, signos inequívocos del macabro tránsito del cáncer por su organismo, pero su voluntad y sus piernas son ya de acero. Mediada la carrera, los expertos empiezan a tomarle en consideración, mientras que los aficionados no salen de su asombro ante su increíble recuperación para la vida y la alta competición. Tiene ya 27 años, la misma edad que Induráin cuando éste se proclama ganador del Tour por vez primera en 1991. Poco a poco, se va haciendo dueño y señor de la carrera, se enfunda el jersey amarillo de líder y se olvida de quitárselo hasta llegar a los Campos Elíseos. Un Amrstrong endurecido por las vicisitudes que ha tenido que afrontar y derrotar, repetirá la misma liturgia durante los tres años siguientes, batiendo a todos los rivales que tratan de cuestionar su imperium y pasando por encima de las cobardes e infundadas inculpaciones de dopaje que arrojan sobre él diversos sectores de una prensa francesa, hastiada e impaciente por la pertinaz escasez de talentos galos.

Así hasta el Tour de 2003, año en el que el ciclista tejano admite llegar más justo de fuerzas que en anteriores ediciones. Pero se mantiene firme y la suerte le sonríe cuando de Beloki -el único que parece que puede hacerle sombra- hace presa el infortunio el las primeras etapas y lo manda a un hospital a recuperarse de múltiples fracturas. En la segunda parte de la carrera, Jan Ullrich el rocoso alemán ganador en 1997, trata de mojarle la oreja, pero es inútil. El americano vuelve a imponerse en la ronda gala para hacerse un hueco entre los grandes mitos de la carrera: Anquetil, Merckx, Hinault e Induráin. Es ya el quinto que gana cinco Tours y el segundo, tras el gigante navarro, que lo logra consecutivamente.

Carezco de datos sobre el resto de victorias de los dos franceses y del belga, así que me ceñiré en mi análisis al español y a Armstrong. Siempre he admirado a Induráin y le he considerado el mejor, pues a su innegable categoría como deportista, hay que sumarle su espíritu humilde y su caballeroso modo de ver la competición. Y como español, qué voy a pensar si no. Además, tiene en su haber otros dos Giros, que no son asunto menor ni mucho menos. Pero aunque me duela, creo que Armstrong le rebasa, o habría de rebasarle -según mi opinión, claro- pues sus cinco victorias en el Tour han de servirnos a todos como ejemplo de tenacidad, de esfuerzo, de valentía, de pugna y de definitiva superación del peor de los diagnósticos que pueda recibir un paciente.

Si alguien, por lo tanto, ha de encabezar los anales del ciclismo mundial, por encima de nuestro idolatrado Miguel Induráin, que sea el indomable e irreductible Brazo Fuerte.

Lucio Decumio.

1 comentario:

Nodisparenalpianista dijo...

Buscando el nombre del prematuramente muerto Fabio Casartelli caigo en tu guep. Probablemente volveré, porque tiene buena pinta. Un saludo. NDAP