Vaya por delante que esta noche no tengo demasiadas ganas de escribir, aunque luego seguro que me extiendo y me descuelgo con la longaniza nuestra de cada día. Sospecho que esta apatía ha de deberse a la falta de noticias, nacionales e internacionales, de verdadero calado. Así que me decantaré por lo más interesante que he leído hoy, y que han sido varias informaciones relacionadas con determinados asuntos científicos, como la luz verde condicionada que ha dado el Consejo de Ministros -después de escuchar los informes de los expertos- a la investigación con células madre embrionarias, exclusivamente con fines terapéuticos.
No soy científico, no me gustaban demasiado las ciencias naturales en EGB y en BUP aunque obtenía buenos resultados académicos, y hace el suficiente tiempo que no estudio como para que cualquier reportaje o información acerca de este asunto se me antoje complicado. Sin embargo, como creo que es un argumento con el suficiente empaque, me aventuraré con mi primer comentario que analiza los aspectos científicos y morales de una misma cuestión. A ver qué sale.
En primer término, a la luz de lo que he leído, la forma más elemental que se me ocurre de definir a las células madre es, siendo redundante, como unas células "en blanco" poseedoras de la formidable capacidad de convertirse, una vez que han recibido la correspondiente información genética, en cualquier tejido humano.
Conecto con mi definición y derivo de ella que las posibilidades científicas y terapéuticas que se abren si los investigadores logran "dirigir" el desarrollo de esas células hacia su conversión en tejido, por ejemplo, pancreático, son enormes. Tantas, que en teoría, unas células madre convenientemente informadas de su función, tendrían la facultad de crear órganos completos que podrían ser transplantados a pacientes que lo necesitaran. Casi ciencia-ficción, pero no tanto.
Por ello, la comunidad científica y determinadas organizaciones ciudadanas, llevan años presionando para que los gobiernos autoricen el estudio y la manipulación de las células madre procedentes de embriones humanos. Muchos se preguntarán que cuál es el problema, qué hay de malo en tratar de investigar a partir de esas células y conseguir progresos médicos inimaginables hasta la fecha. Pues bien, como creo que he entendido lo que he visto en varios informes y reportajes, pasaré a explicarlo.
Las células madre humanas se pueden extraer del tejido adulto -parece ser que las mejores son las obtenidas a partir de la médula ósea- y, aquí viene el quid de la cuestión, del tejido celular embrionario, al que los investigadores consideran como el ideal, al efecto de obtener las citadas células. En los hospitales y clínicas de todo el mundo en general y de España en particular, hay miles y miles de embriones congelados a los que la legislación actual sólo permite estar en ese estado cinco años, al menos en nuestro país. Lo cierto es que desconozco el destino de esos embriones una vez transcurrido ese período, pero debo presumir que no pueden almacenarse de por vida, y que las condiciones técnicas necesarias para su correcta conservación han de ser con toda seguridad, costosísimas. Ahora en España, con la modificación aprobada por el Consejo de Ministros de la Ley de Reproducción Asistida, esos embriones podrán tener una doble alternativa al cabo de esos cinco años. Siempre dando a los progenitores la potestad última sobre su destino, los embriones podrán derivarse hacia la investigación terapéutica o por el contrario, ser donados a personas que se encuentran en la lista de espera de los programas de fecundación "in vitro".
Como bien habrán inferido mis lectores, de esos programas de fertilización humana "in vitro" quedan embriones que no son utilizados y que como decía previamente, se conservan congelados, lo que termina generando duras controversias que suelen enfrentar a aquéllos que ven en esos embriones un extraordinario yacimiento de alternativas médicas de incalculable profundidad y valor, y aquéllos que ven en esos microscópicos entes a seres humanos en potencia, y para los que la única salida viable es la vida, pues todos nosotros, en algún instante de nuestra existencia hemos sido "eso", aunque dentro del seno de nuestras madres y no en las paredes de un tubo de metacrilato.
Entiendo ambas posturas y las comparto. Moralmente, mi formación católica me situaría del lado de aquéllos que defienden al embrión como un ser humano pleno, que aun no definido y caracterizado, alberga en sí los derechos intrínsecos que tocan a cualquier persona, empezando por el básico, el de la vida. Sin embargo, me pongo en el lugar de los enfermos de Alzheimer, Parkinson, diabetes y mil y una enfermedades extraordinariamente complejas y devastadoras, para las que la Ciencia aún no ha encontrado conveniente remedio. Comparto su dolor, su angustia, su pesadumbre, su desasosiego y el de sus familias, por lo que me resulta fácil entender que cualquier esperanza que les ofrezcan los galenos, han de tenerla en cuenta, aunque ésta se encuentre con la reprobación moral de amplias capas sociales.
Hago hincapié en que entiendo y comparto ambas posiciones, pero a medida que escribo, me siento más humano y me pregunto si aquéllos que con tanta vehemencia defienden los destinos y los derechos de ese ser en estado embrionario, mostrarían el mismo ímpetu y ardor si ellos mismos o algún ser querido estuviera perdiendo sus facultades mentales o físicas en virtud de alguna enfermedad degenerativa. O simplemente se encontrara postrado en una silla de ruedas, pues hubo de ser vícitma en el pasado de un fatal accidente que le mermara gravemente su plenitud motriz.
Y creo que no, que verían las cosas desde otra óptica. Me viene a la memoria Cristopher Reeve, el actor norteaméricano que durante los años 80 encarnó en varias películas al celebérrimo "Supermán". Es de suponer que de no haber sufrido el accidente que sufrió, jamás hubiera liderado movimientos o corrientes de opinión en favor de la investigación con células madre embrionarias. Es más que posible, incluso, que se hubiera convertido en adalid de posturas situadas en las antípodas de las que ahora defiende. Pero su vida giró 180º cuando cayó de un caballo y tal vez sus convicciones morales experimentaron el mismo vuelco. Desde entonces, no ha cejado en su lucha por que este tipo de experimentación sea viable y pueda ofrecerle a él y a los que están como él, la posibilidad de volver a ponerse en pie. En definitiva, no deja de ser un combate en favor de la vida y del derecho a transitar por ella con la mayor diginidad.
Y dos últimas últimas cuestiones.
¿Es acaso reprobable intentar dar vida a partir de la vida misma?
¿Y si en las células madre de un embrión estuvieran las respuestas y los tratamientos a las dolencias de sus creadores o progenitores?
Lucio Decumio.
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