17 diciembre 2003

Zinedine Zidane, Patrimonio de la Humanidad

Hoy no tenía ni idea sobre qué podía escribir. Y buceando en las páginas de deportes de los periódicos "on-line" me he topado con varias noticias acerca de este futbolista. Ayer fue elegido "FIFA World Player 2003" o lo que es lo mismo, mejor jugador de balompié de este año, siempre según los seleccionadores nacionales de las distintas federaciones adscritas a la FIFA. Además, aprovechando la entrega de dicho premio en la ciudad suiza de Basilea, el centrocampista francés y el delantero brasileño Ronaldo, organizaron una pachanguita con otros insignes jugadores con el noble propósito de recaudar fondos contra la pobreza.

Este futbolista francés es todo un ejemplo y un espejo en el que muchos, por no decir todos, deberíamos mirarnos; por su voluntario retiro del endiosamiento que afecta a otros deportistas de élite, por estar instalado en una humildad y un respeto hacia sus compañeros y adversarios dignos de elogio, por ser el excelso jugador que nos deleita cada domingo con mil y un malabarismos con el balón entre los pies, por ser un vivo ejemplo de sacrificio dentro del campo y de discreción fuera de él y en último término, por su intenso y desinteresado compromiso con los más débiles y los más desfavorecidos.

He visto muchos y muy buenos futbolistas sobre un terreno de juego a lo largo de mi vida. Y sólo la exquisitez balompédica de Maradona es comparable a la de este gigantón francés. Pero entre los dos media un abismo. En calidad humana, en inteligencia, en sentido de la responsabilidad, en modestia, en cortesía, en decoro y en elegancia, gana por goleada este marsellés de ascendencia bereber, al excéntrico y caprichoso argentino.

Y a alguien se le podría ocurrir que a un genio, destaque en la disciplina que destaque, se le tienen que permitir sus extravagancias y sus rarezas, sus manías y sus desplantes, sus chaladuras y sus licencias. Pero yo digo que no. Yo afirmo que si alguien es poseedor de un don único que le hace descollar por encima de los demás, ya sea aquél artístico, literario, lírico, filosófico, matemático, musical o circunscrito al ámbito del deporte como es el caso, debe cuidar de que esa habilidad, ese talento, ese regalo único del que goza, no sólo sirva a su exclusivo provecho, sino que redunde generosamente en beneficio del mayor número de semejantes. Si no obra así, no es un genio, es un egoísta.

Esa y no otra, es la verdadera grandeza que ha de distinguir a los hombres sobresalientes, de los chiflados y de los desquiciados.

Lucio Decumio.

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