Por fin, Juan María Atucha y otros dos miembros de la Mesa del Parlamento Vasco, Gorka Knörr y Conchi Bilbao, se vieron ayer en la obligación de declarar ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, por su reiterada y contumaz negativa a disolver en la Cámara Autónoma de Vitoria, al Grupo Parlamentario Sozialista Abertzaleak, los confesos hermanos de sangre de la ponzoña etarra.
Bien por los mecanismos jurídicos y de derecho de nuestro Estado. Estos traidores, estos sepulcros blanqueados que se han dedicado durante dos decenios a nadar y a guardar la ropa, a poner una vela a Dios y otra al diablo, a mancillarse una mano mientras se lavaban la otra, a contemplar con impúdica aquiescencia cómo los crímenes etarras allanaban el camino hacia pingües réditos políticos, por fin van a empezar a verle las orejas al lobo. Al lobo de la justicia, de la democracia y del derecho.
Mil veces he insistido desde esta página que tanto esputo y oprobio sobre las víctimas del terrorismo, tanto desamparo hacia sus familiares, tanta chulería hacia el resto de los españoles, tanto apoyo indisimulado a las más variopintas ramificaciones de la banda terrorista, tanta victimización, tanta hipocresía, tanta falsedad, tanta mentira, tanto odio, tanto racismo, tanta psicosis alucinatoria y tanto mesianismo, no podían quedar impunes. Los hijos políticos de la febril y delirante intolerancia sabiniana, que han convertido a la noble y españolísima tierra vasca en una comarca inhóspita y cruel para todos aquellos que no desean adscribirse al pensamiento único, van a tener que responder de sus execrables actos.
Pensaban, al igual que algunos ministros y altos cargos socialistas imputados en los crímenes del GAL "que por ser yo quien soy" sus delitos, sus desacatos y sus insubordinaciones caerían en el saco del olvido y que el Estado, tantas veces vacilante e irresoluto ante sus desafíos, no se atrevería a dar el paso que ha dado. Pues lo ha dado y una vez accionado el mecanismo, éste no parará hasta que estos dirigentes taimados y alevosos paguen por sus pecados.
Ante este estado de cosas, el normal en una democracia que se precie, los rebuznos del pontífice máximo del nacionalismo vasco no se han hecho esperar. Dice Arzallus que no amenaza al afirmarlo, que sólo advierte de que si Atucha termina en la cárcel, en el País Vasco se desatará algo más que alarma social. Pero que nadie se sobresalte ante los graznidos de este inicuo personaje. Algún ladrido similar profirió cuando la Justicia actuó con firmeza para ilegalizar Batasuna y tomar medidas contra la lucha callejera. Y el tiempo ha arrojado los resultados y las consecuencias de aquellas medidas. Las concentraciones de apoyo a los cachorros del hacha y la serpiente cada vez han sido menores y los actos de violencia callejera han desaparecido en la práctica de las calles del País Vasco.
Gozan de gran apoyo social, pero estoy convencido de que buena parte de éste proviene del miedo atávico a unos políticos y a una realidad artificial por ellos creada, con la que gran parte de los vascos se ha acostumbrado a convivir. Pero este temor que ciega a muchos sectores de la población vascongada tiene que terminar disolviéndose, en un viraje que les lleve a instalarse en un régimen definitivamente democrático, justo y cabal.
Lucio Decumio.
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