Hace unos días se me ocurrió hablar sobre las que vine a denominar noticias estacionales. Me refería de esta forma a las informaciones que circunstancialmente invaden los medios de comunicación con la intención, siempre desde mi punto de vista, de distraer, atemorizar o crear cierta sensación de desazón y desconfianza entre la opinión pública. Mencionaba los famosos socavones en las inmediaciones del AVE Madrid-Lérida, los casos de las vacas locas o los pollos belgas de hace unos años, las ataques de los perros o los apagones que durante Agosto y Septiembre oscurecieron amplias zonas del planeta.
Desatendí involuntariamente entonces lo que creo que es la mayor estafa informativa y económica que ha padecido la Humanidad en toda su Historia. Me estoy refiriendo al celebérrimo "Efecto 2000". Si, ya sé que muchos pensaréis que a qué viene recordar un hecho cuya ebullición informativa se desencadenó hace ya cuatro años, pero ahora me doy cuenta de que aquellos acontecimientos, por sí mismos, merecen una mención aparte y una dedicación más en profundidad que cualquier otro de los fraudes informativos a los que hace unos días hice mención.
Durante varios años, aproximadamente desde 1995 ó 1996, el mundo entero empezó a hablar y a no callar de las nefastas consecuencias que podría acarrear para la economía mundial e incluso para la estabilidad política y social a escala planetaria, el hecho de que millones de ordenadores y sistemas informáticos de todo el mundo no estuvieran preparados para asumir la modificación de las fechas que acarrearía el tránsito hacia el muy mal llamado entonces, cambio de siglo y de milenio. Por lo que se desprendía de las informaciones que brotaban a diario en todos los medios de comunicación, las computadoras cuyos códigos de registro de fechas estuvieran programados en el modo "dd/mm/aa" y no en la secuencia "dd/mm/aaaa" pasarían a interpretar que el 01/01/2000 no era otra fecha sino el 01/01/1900, con el consiguiente desbarajuste informático.
Con el paso de los meses y los años, se acrecentó el miedo, el temor y la certeza entre empresas, particulares y gobiernos -especialmente entre los últimos- de que la no instalación de los parches que vendían las empresas informáticas para paliar ese hasta entonces, insignificante defecto, podría conllevar efectos apocalípticos en la economía, las comunicaciones, el suministro de energía y el funcionamiento de los servicios básicos generales.
En las semanas previas a la llegada del mítico año 2000, apenas si se hablaba de otra cosa. Los gobiernos establecieron comités de seguimiento y emergencia, las empresas informáticas contrataron personal para ofrecer servicio a sus clientes de modo ininterrumpido entre el 31 de Diciembre y el 1 de Enero e incluso más allá de esa fecha y los agoreros, los milenaristas y los catastrofistas hacían su agosto a costa de los crédulos y los temerosos.
Y llegó el tan esperado día. El 1 de Enero arrojó sus primeros segundos en tierras ribereñas del Pacífico, más concretamente en Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur y Japón, que como países más avanzados de la zona y más dependientes de sus sistemas informáticos, estaban en los ojos de todos. Pero nada sucedió. Como cualquier otra jornada, pues no distingue entre días más o menos señalados o entre nuevos siglos o milenios, el Sol siguió su curso habitual de Este a Oeste y continuó alumbrando Asia, Europa del Este, Europa Occidental, África y por último América. Y absolutamente nada acaeció. Ni un solo ordenador, ni un solo sistema, ni una mísera impresora, scanner u ordenador personal produjo fallo alguno.
Supongo que con la alegría y los fastos que se desencadenaron para recibir al mito milenario, la farsa hubo de pasar de largo sin que los estafados quisieran prestarle mayor atención. Sólo unas semanas o meses después, alguien apuntó un dato que me pareció estremecedor. En los últimos años de la década de los 90 y con el fin de evitar el presunto colapso de sus sistemas informáticos por el pavoroso "Efecto 2000", empresas, particulares y gobiernos de todo el mundo habían desembolsado la escalofriante cifra de 55 billones de dólares, es decir 55.000 millones de dólares.
Esta indecente cantidad fue a parar a manos de unos cuantos desalmados que tuvieron un buen día la brillante idea de atemorizar a todo el planeta con un caos bíblico en el caso de que no se siguieran sus recomendaciones. Bien, alguien dirá que como se siguieron al pie de la letra, pasó lo que pasó, es decir, nada. Pero yo lanzo la siguiente pregunta al aire; cualquier persona, juiciosa y cabal, ¿es capaz de asumir sin más, que todos y cuando digo todos me refiero a todos los equipos informáticos del planeta, se habían preparado convenientemente para dar el salto al nuevo milenio sin mayores contratiempos? Alguno tuvo que quedarse en el tintero, seguro. Porque por más que se empeñen, más de doscientos gobiernos de todo el planeta y millones de empresas y de ciudadanos de todo el globo terráqueo no pueden acertar al mismo tiempo. Eso es un imposible físico y metafísico.
Con todo esto quiero decir que si el gasto en preparar a los ordenadores para que superaran el "Efecto 2000" ó "Y2K" como fue denominado por el mundo anglosajón, hubiera sido "0" en lugar de casi 9 billones de pesetas, los resultados hubieran sido idénticos. No habría sucedido nada, estoy convencido. Y ojo, servidor ya lo estaba antes de que llegara tal fecha.
En fin, que unos listos se lo llevaron a espuertas mientras que miles de millones de tontos ponían cara de no querer saber nada más del asunto y seguir con sus vidas como si este episodio no hubiera jamás sucedido.
Lucio Decumio.
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