Hace algún tiempo, mi buen amigo Rodolfo, madrileño de nacimiento, manchego de adopción, intervenía sucintamente en una página web por él creada, con diferentes enumeraciones de actitudes que, emanando del comportamiento de las personas que le rodeaban o con las que tenía que interactuar, le molestaban profundamente.
Voy a tomar prestada por un día su idea de enunciar abiertamente su disconformidad con el modo de proceder de algunos seres humanos en determinados aspectos. Estas manifestaciones, como no podía ser de otro modo, también me incluirán a mí, pues creo que no sería justo reprobar alegremente a los demás y no ser capaz de hacer al mismo tiempo, un mínimo ejercicio de autocrítica. Espero que esta actividad detractora en la que hoy me empeño, me sirva como válvula de escape a los problemas que me vienen punzando durante las últimas semanas, así como acto de catarsis y purificación que me permita seguir manteniendo en el futuro, una línea editorial correcta, cortés y comedida. Pero hoy no, hoy me desfogo.
1/ Me molestan mis vecinos ecuatorianos. Lo digo a pecho descubierto aunque con la máxima conmiseración hacia la situación que viven en sus países y que les ha obligado a venir a España. Pero la pobreza y la miseria de la que intentaron escapar -que no ha de ser obligatoriamente sinónimo de mala educación- no puede conferirles ningún derecho para actuar del modo en que lo hacen, pues zapatean sin rubor el techo de mi casa, arrastran muebles por todo el piso a horas intempestivas, gritan y provocan trifulcas en cualquier instante y organizan fiestas los fines de semana que duran entre 12 y 15 horas, que nos impiden descansar convenientemente y que nos obligan a subir repetidamente a llamarles la atención por su falta de educación y de respeto hacia nosotros y el resto de vecinos. En fin, gente como nosotros, que trabaja y convive desde siempre con sus iguales con el máximo respeto y educación, no tiene que verse en la tesitura de soportar este inagotable calvario de indios incívicos e incivilizados, carentes de los más mínimos conceptos de urbanidad y respeto por la comunidad de vecinos en la que habitan.
Lo peor de todo es que si eres demasiado acerbo en tus críticas hacia ellos y hacia su conducta pedestre, todavía puedes ser acusado de racista, fascista, xenófobo e intolerante por algún tipo mugriento y greñudo, con pañuelo palestino anudado al cuello y seborreica perilla de chivo pendiente de su barbilla. Pues bien, si mi deseo de que estos indeseables desaparezcan de mi vida y de la de cualquiera que pueda verse afectado por estos comportamientos pleistocénicos, significa que soy un exaltado y un intransigente, pues sea, lo soy.
2/ Me molestan determinados clichés de la gente al hablar. Señores, reclamo algo más de iniciativa y de creatividad a la hora de plantear preguntas típicas y sobre todo, en el momento de responder con los correspondientes tópicos. El idioma español tiene infinidad de recursos para poder articular frases o respuestas mucho más imaginativas que las que utilizamos a diario. O ¿es que acaso “de lunes” o “de miércoles” o “de viernes” es una respuesta de recibo cuando nos cuestionan por nuestro estado de ánimo en un determinado momento?
3/ Me molesta que quienes están encargados de asumir responsabilidades en las empresas, de dinamizar a los grupos, de motivarles y de llevar a sus departamentos a buen puerto, hagan una irresponsable abstracción de sus funciones y se dediquen a mariposear por la oficina y a perder en tiempo en conciliábulos tras los que al cabo de horas de deliberación, sólo se llega al acuerdo de volver a reunirse dentro de unos días para "cerrar el tema". Y después, cuando las cosas vienen mal dadas en razón de haber sido absolutamente incapaces de poner orden al desconcierto iniciado por ellos desde la cúspide, el sanedrín directivo llega a la conclusión de que las responsabilidades han de depurarse entre los eslabones más débiles.
4/ Me molesta tener la edad que tengo y no haber tenido clara nunca mi vocación ni lo que definitivamente quería hacer en la vida. Sí, por el contrario, sirva en mi descargo que siempre se me ha presentado con meridiana transparencia qué era lo que no quería hacer durante mi existencia y con ella. Marido con esta última afirmación para asegurar que si hay algo que me resulta especialmente irritante de mí mismo, es mi natural proclividad a no estar nunca en el lugar oportuno en el momento adecuado. ¡¡Qué manía tengo de llegar con el paso cambiado a todas partes!!
5/ Me molestan los complejos de que hace todavía gala buena parte de la sociedad española y algunos partidos políticos a la hora de abordar los problemas del nacionalismo vasco y catalán. Ya basta de paños calientes con aquellos que se han valido del período de mayor prosperidad y crecimiento que ha conocido la Historia de España, así como de la legitimidad de que fluye de las instituciones que nos dimos los españoles hace 25 años, para violentar esos mismos organismos y tratar de cambiar arbitraria y minoritariamente las reglas del juego en su presunto beneficio. Si hay que modificar el Código Penal o las leyes para mandar a Ibarretxe, Arzallus y su camada al presidio por saltarse las normas legales y constitucionales vigentes, se hace y punto. De ese modo, otros como Mas, Carod-Rovira, Beirás o incluso Maragall, podrán ir tomando nota y se pensarán dos veces sus guiones de política-ficción.
6/ Me molesta también y mucho, al hilo del quinto punto que acabo de exponer, no entender de dónde proviene tanto empeño por parte de los nacionalistas a la hora de tratar de desvincularse de España. ¿Por qué razón están permanentemente enfadados y rebotados con el resto del mundo? Vale que quieran mantener determinados matices diferenciadores del resto de los españoles. Eso es legítimo y hasta encomiable, pues todos no podemos ser iguales y de hecho, el resto de las regiones y provincias mantienen y sostienen en la medida de lo posible, sus más enraizadas costumbres y hábitos locales.
Pero si rezamos al mismo Dios, si hablamos el mismo idioma, si ingerimos los mismos alimentos, si tenemos todos los mismos derechos y libertades y gozamos de un alto y parejo nivel de renta entre todas las regiones –diría que entre ellos, catalanes y vascos, es incluso más elevado- si conducimos todos por las mismas carreteras y en el mismo sentido y si en definitiva, las preocupaciones de vascos, catalanes, madrileños, murcianos, y demás españoles son básicamente las mismas, insisto, ¿de dónde emana y en qué se apoya esa enojosa obstinación centrífuga y disgregadora?
7/ Añado un último fastidio a la colección enumerada y que hoy miércoles me ha mortificado especialmente. Como me he tenido que desplazar hasta Barcelona por trabajo y volver en el día, me he visto obligado a viajar dos veces en avión y hasta cuatro veces en taxi. De los cuatro trayectos que he tenido que realizar abordo de tan noble servicio público, dos han sido absolutamente indignantes, mientras que los otros dos podrían ser calificados de razonables. Y me explicaré. He tenido que llamar a un taxi para que viniera a recogerme a mi casa a las 05.45h de hoy miércoles y ya por ello me ha cobrado un suplemento, algo que a todas luces puede parecer normal. Y debe serlo, porque viene a domicilio.
Pero que te cobren un recargo por llevarte al aeropuerto me parece simple y llanamente usura. Y la velocidad con la que pasaban los céntimos de cinco en cinco en el taxímetro, es un atraco más alevoso que el que podrías sufrir en alguna perdida carretera de Afganistán a manos de un grupo de bandoleros locales. El trayecto desde mi casa hasta la terminal me ha costado la friolera de 30,45€. Y la vuelta desde Barajas a mi casa, cerca de 25€. Lo dicho, los taxistas de Madrid, en comparación con los barceloneses -que me han cobrado por los dos trayectos 14€ y 16€ respectivamente en distancias parejas a las recorridas en Madrid- son unos salteadores de caminos. Como vuelvan a hacer alguna huelga porque ganan poco, por falta de seguridad o por alguna vaina por el estilo, me voy a cabrear.
Y otro día, en equidad, hablaré de las cosas que me agradan.
Lucio Decumio.
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