La porquería y la inmundicia que nos asalta desde la pequeña pantalla, ha encontrado en los últimos tiempos una nueva fórmula para multiplicarse y apoderarse de la atención de las mentes menos despiertas y menos críticas que se sientan enfrente de ella. Me estoy refiriendo a una idea particularmente desarrollada en el ámbito de la emisora privada Tele 5 y a la que yo he definido conceptualmente con el título que encabeza mi comentario de hoy.
Desde la aparición en antena del primer "Gran Hermano", allá por la primavera de 2000, la citada cadena se ha entregado con impúdico fervor a la elaboración de una parrilla de programas de carácter interdependiente. Basta fijarse en los espacios que a diario puede uno encontrarse en Tele 5 y detenerse en los contenidos que ofrecen, en los presentadores que los conducen y en los invitados que participan, para darse cuenta de que si no hubiera mediado un repertorio previo de repugnante mugre esparcida entre diferentes creaciones televisivas como el mencionado "Gran Hermano" o el "Hotel Glamour", programas como "A tu lado" o las mismísimas "Crónicas Marcianas" tendrían que afrontar una muy complicada supervivencia, al menos en el formato en que están concebidas actualmente.
Dicho de otra forma. Si unos espacios no generan polémica, altercados, perfidias o conflictos entre sus protagonistas, los otros no tienen razón de ser. Ante tanta reciprocidad y dependencia de intereses, se me antoja como una certeza irrebatible, el hecho de que el grupúsculo de grimosos que estuvieron zascandileando por el "Hotel Glamour" durante varias semanas, así como los rastrojos intelectuales que se encierran en la casa de "Gran Hermano" cada seis u ocho meses, deben ser convenientemente aleccionados por los responsables de la productora del programa y de la propia cadena para provocar el mayor número de escándalos, desvergüenzas y tumultos, con el fin de que cuando vayan saliendo, los trapos sucios artificialmente tejidos en el interior de la casa o del hotel, puedan ser oportuna y provechosamente aireados a los cuatro vientos en los programas creados al efecto.
Me entran náuseas sólo de pensar en esta maquiavélica e indigna táctica empleada por Tele 5 para hacinar ante el televisor a cientos de miles de indocumentados. Pero peor que los vómitos que me asaltan, es el espanto que me invade si me detengo a valorar la nula capacidad de censura de los telespectadores que contemplan con gozo y satisfacción las peleas y las reyertas protagonizadas por los chulos y las porteras que habitan los platós de estos programas.
El remate a todo este circo de sucios intereses lo ponen los creadores de esta trampa intelectual. Para sostener y justificar la impudicia, buscan apoyo en la evidencia de que este tipo de programación es del agrado de los telespectadores, pues los índices de audiencia arrojan datos esclarecedores al respecto. Que haya gente dispuesta a rebozar su intelecto y a untar su entendimiento en este repelente frasco de heces, pase. Debe haber personas para todo, incluso para esto.
Pero los responsables de las cadenas de televisión han de ser conscientes del poder y de la capacidad de influencia que los contenidos de sus programas tienen sobre las personas menos preparadas y en especial sobre los jóvenes. Jóvenes que contemplan como gente de nula capacitación intelectual y académica, se eleva a los altares de la más efímera popularidad y de la más sórdida riqueza, exclusivamente apoyados en su propia deshonestidad, desvergüenza y falta de valores.
Sé que las cadenas privadas de televisión han de obtener beneficios y pagar los sueldos de sus empleados y que espacios como los que ocupan mis reflexiones de hoy, sin duda ayudan a alcanzar esas metas a los prebostes del negocio televisivo. Pero esto tiene que tener un tope, que sólo pueden poner los propios televidentes, ahítos de la proliferación de programas por cuya contemplación, incluso la inteligencia de una gallina de corral se sentiría gravemente insultada. Hago votos para que en breve plazo, los espectadores le den la espalda a esta clase de inverecundia y desfachatez y que las emisoras de televisión se vean obligadas a ofrecer espacios que no obturen ni fosilicen, sino que inquieten y dinamicen a la mente y a la razón.
Y si el cambio se operara proactivamente desde las propias cadenas, mejor que mejor.
Lucio Decumio.
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