25 enero 2004

Echar de menos al enemigo

Son numerosísimos los casos en que dos o más individuos o grupos que despuntan sobremanera en el desempeño de una disciplina concreta, pugnan durante años por el liderazgo absoluto de la misma, siempre manteniendo como punto de referencia a sus directos rivales. Convierten de ese modo todas sus manifestaciones profesionales, en vehículo de directa e insaciable competencia con sus émulos y en fuente de argumentos de discusión para las gentes interesadas en sus labores. Así, incluso durante décadas, nuestros protagonistas encuentran entre sus adversarios y las obras de éstos, el impulso vital que dinamiza su existencia, la razón última de su trabajo y un motivo de íntima superación por el que mantenerse en la brecha, más incluso, que por la estimación hacia su propia ocupación.

Pero cuando el tiempo empieza a ejecutar inexorablemente la labranza de los rostros y el enjabelgado de los cabellos, uno de esos jactanciosos rivales de antaño decide dar un paso adelante e inicia, primero tímidamente y después de modo abierto, su repliegue. Cuando eso sucede, sus antagonistas quedan desubicados y empiezan a darse cuenta de hasta qué punto dependían los unos de los otros para llevar a cabo su labor. Llegados a este estadio de cosas, el proceso de interiorización de la propia realidad se acelera y la cadena de abandonos se hace imparable. Siempre habían luchado a brazo partido entre ellos para ser reconocidos individualmente como los mejores, pero al ir desapareciendo sus contrarios, el interés por el combate decrece, pues ellos quisieron demostrar que eran los mejores entre los mejores y esa evidencia se les torna imposible si los amados enemigos desisten de permanecer en la arena del circo.

Por si alguien no se había percatado aún, esta introducción está relacionada con la ola de abandonos y jubilaciones que desde un tiempo a esta parte, inunda el mundo de la política española. Parece claro que muchos de nuestros dirigentes han cumplido un ciclo al frente de sus formaciones y que han decidido, casi todos a una, abandonar sus respectivos barcos y bajarse en el puerto del ciclo 2003-2004, que será recordado mucho tiempo, por tan amplio abanico de ilustres renuncias.

-Jordi Pujol, Presidente de la Generalitat de Catalunya entre 1980 y 2003, será seguramente recordado por su grandísimo instinto político, su camaleónica capacidad de adaptación al medio en el que se desenvolvía y su talante persuasivo y negociador. Y también por haber convertido a Catalunya durante esos largos 23 años, en un coto cerrado de intereses afines a su formación política en general y a su familia en particular.

-José María Aznar, pese a la invectivas de última hora desde la izquieda más ultramontana, deberá ser recordado como un gobernante recto y comprometido con su palabra, así como el impulsor de una política económica que ha catapultado a España a los primeros puestos mundiales de renta y desarrollo. Fue el primer presidente que renunció a permanecer más de ocho años en el poder, incluso antes de salir elegido por primera vez en 1996, y también fue el primero que, dados sus éxitos en su primera legislatura, obtuvo más votos y escaños en la segunda.

-Felipe González. El Presidente del Gobierno que introdujo a España en la UE. En unas condiciones draconianas, desde luego, pero más que seguramente, las únicas posibles en 1985. El tiempo ha dado la razón a su iniciativa. Y cómo no, se le recordará por ser el gobernante bajo cuyo mandato España experimentó y vivió uno de los procesos de corrupción política generalizada más vergonzosos de su Historia. Y como el dirigente que no supo articular una respuesta coherente contra ETA. Sin embargo, a la vista del actual arriero del PSOE, uno termina por echarle de menos.

-Xabier Arzallus, salvo por sus más enfervorizados y enfermizos correligionarios, tendrá que ser recordado como un individuo envilecido y soberbio, que no habiendo hecho nunca gala de la suficiente gallardía como para acudir en una lista electoral y ser juzgado por los ciudadanos en las urnas, acumuló tal cantidad de poder en sus manos, que embarcó a sus partido y a sus dirigentes en una singladura sin retorno en pos de su particular paraíso nacionalista. Edén que hasta la fecha, se ha llevado por delante la vida de cientos de personas y el coraje y el orgullo de decenas de miles.

-Manuel Fraga, que aunque no ha lanzado su último aliento político, sí que está consumiendo sus últimos meses al frente de la Xunta de Galicia. Ex-ministro franquista de Información y Turismo, conocido entre el resto de integrantes de los gobiernos del dictador como "el liberal", por su talante aperturista y democratizador. Gran luchador y refundador del centro-derecha español, se le otorgó por parte de su partido un dorado "exilio" político en su Galicia natal, en la que por lo visto, se ha operado un cambio infraestructural y económico asombroso desde que este ya octogenario dirigente, tomó las riendas del poder autonómico.

-Francisco Álvarez-Cascos. Notable político, mejor estratega e insaciable seductor, que ha gozado siempre de una pésima imagen pública. Sin embargo, sus logros al frente del Ministerio de Obras Públicas han de reconocérsele en su justa y gran medida. Tal y como hizo Aznar, ha cumplido sobradamente con la palabra dada de abandonar el mundo de la política cuando lo hiciera su amigo y mentor.

Por diferentes motivos, me alegro de que todos hayan optado por el abandono. El tiempo se encargará de valorar en sus justa medida, sus diferentes actuaciones.

Lucio Decumio.

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