No recuerdo haber hecho ningún comentario al respecto en mi modesto cuaderno virtual, pero para quien no lo sepa, soy socio de un decadente gimnasio que se encuentra en las inmediaciones de mi domicilio y al que acudo casi a diario con el exclusivo fin de evitar que el sobrepeso, la grasa y mi apetencia por determinados excesos culinarios, hagan desmedida mella en mi lustroso organismo. Sin embargo, no todo es mirarse al propio ombligo o a los propios bíceps con ánimo narcisista, ya que cuando prolongas tu asistencia durante una larga temporada a un lugar como éste, no puedes evitar caer en la observación, incluso involuntaria, del comportamiento, la indumentaria o los ademanes del resto de asociados que, con más o menos entusiasmo, acuden prestos al cuidado de su cuerpo en la misma franja horaria que tú.
A este respecto, me he percatado de la presencia, desde hace algunos días, de un individuo que ha llamado poderosamente mi atención. Que nadie se asuste y piense que Lucio Decumio va a salir del armario, pues nunca ha estado dentro de él y no tiene previsto entrar a hurtadillas para luego salir mariposeando, al menos en el plazo de mis próximas 10 ó 15 reencarnaciones.
No, lo cierto es que me he detenido exclusivamente en los ropajes que lo adornan o mejor debería decir, lo deforman. La primera vez que reparé en este sujeto fue porque iba cubierto por una camiseta negra en la que se podía leer, en grandes caracteres encarnados, el nombre de un infra-grupo musical que a muchos os sonará. Su nombre -y aquí debo pedir disculpas a mi auditorio por las grafías que utilizo-, Soziedad Alkohólika, un pelotón de repugnantes fulanos filo-batasunos, que entre las letras de algunas de sus canciones como "Explota, zerdo", guardan preseas como "huele a esclavo de la ley, zipaio, siervo del rey, explota zerdo, dejarás de molestar, sucia rata morirás".
A mí particularmente, esta demostración de totalitarismo ideológico y de chulería izquierdista, radical y violenta -tal vez exista un mejor modo de definirlo, pero a mí no se me ocurre- me molestó profundamente. Pero por desgracia, ahí no quedó la cosa. Al cabo de pocos días, el chorbo se dejó caer por la sala de musculación con otra camiseta que no tenía desperdicio. De nuevo sobre otro fondo negro, una calavera servía de apoyo para la siguiente leyenda: "10.000 american soldier died". Y cómo no, esta segunda exhibición de inmundicia y de iniquidad, volvió a perturbar mi ánimo sobremanera.
Por último, en la tarde de hoy, se ha presentado ante mis atónitos ojos con otra sudadera agitadora, aunque a mi entender, algo menos insultante que las anteriores. En ella, sobre una bandera anarquista, podía leerse la expresión "Sin Dios". Y digo que es menos incendiaria que las dos anteriores, porque considero que nadie debería sentirse gravemente ofendido por una manifestación de agnosticismo como esta, pese a su intrínseca radicalidad.
Sin embargo, las otras dos -y más que vendrán, sospecho- son pura estulticia, un giro extremista y provocador que juzgo, la dirección del centro no debería tolerar. Un gimnasio no es otra cosa sino un lugar de encuentro y de socialización, al que los asociados acuden con el ánimo de hacer deporte, conocer gente nueva y llevar una vida sana -salvo casos puntuales de dopaje, que quienes lo llevan a cabo, arrostran libremente- y no un espacio en el que se pueda dar rienda suelta mediante la vestimenta, a un activismo político e ideológico tan ramplón y a la vez, tan ultrajante. Hacer apología de grupos musicales que aplauden el terrorismo etarra y que azuzan el odio y el resentimiento en las letras de sus canciones, mostrar con impúdica bajeza su alegría por la muerte de soldados americanos -o de cualquier nacionalidad- y gritar a los cuatro vientos su agnosticismo tabernero, no es de recibo.
Y no le paran los pies porque en España, seguimos acomplejados ante los vocingleros y los propagandistas que nos han inoculado un infecto virus, gracias al cual, cualquier manifestación de la izquierda doctrinaria ha de ser vista con agrado y complacencia, pues en caso contrario, la etiqueta de fascista, conservador, reaccionario y franquista, se te cuelga de inmediato.
Particularmente, si yo fuera el director del club, conminaría a este desaseado a cambiar su vestuario por uno más aséptico y acorde con las normas de la decencia y el decoro. En caso contrario, anularía su matrícula y lo expulsaría sin miramientos del lugar. Al igual que lo haría con uno que vistiera una camiseta con soflamas de apoyo a los Guerrilleros de Cristo Rey, o con serigrafías de banderas pre-constitucionales, esvásticas, yunques y flechas y demás simbología extremista.
Señores, aunque estemos en una democracia y en un Estado de Derecho, no se puede confundir premeditadamente la libertad ideológica y política, con el insulto gratuito y la vejación más abyecta.
Lucio Decumio.
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