04 marzo 2004

Calma

Muchas veces he iniciado mis intervenciones en este pequeño espacio dedicado a mis particulares reflexiones, haciendo saber a mi reducido pero descollante auditorio, que no sabía muy bien a qué dedicar mis observaciones. Y hoy vuelvo a encontrarme ante la misma tesitura, aunque la actualidad que nos rodea se empeñe en hacer brotar innumerables acontecimientos que podrían servirme de punto de partida para elaborar uno de mis tradicionales yunques argumentativos. Pero si os digo la verdad y pese al interés inmediato que despiertan en mí noticias como los recientes atentados que han tenido lugar en Bagdad y Kerbala, la campaña electoral norteamericana o la más cercana que tiene lugar en nuestro país, hoy no me siento con ganas ni con ánimo como para entrar en profundidad sobre ninguno de estos asuntos.

Es tal mi apatía a la hora de abordar con hondura los asuntos que más remueven mi atención, que ni tan siquiera me apetece hablar de la gansada que ha perpetrado la UEFA al sancionar a Roberto Carlos con dos partidos, por una acción que el árbitro del partido que disputó el Real Madrid contra el Bayern de Múnich la pasada semana, ni tan siquiera reflejó en el acta.

Ojo, no estoy cansado, ni creo que me canse, de afilar mi pluma y mi magro ingenio contra políticos taimados, dirigentes traicioneros, personajes mediocres o terroristas sedientos de sangre. Simplemente, creo que me encuentro en una pequeña encrucijada, de la que espero salir más pronto que tarde, pero que mientras siga instalado en ella, me invitará a pensar y a considerar que esta vida que nos ha tocado vivir y el entorno en el que tiene lugar, son injustos y arbitrarios, antes que cabales y razonables y que la mayoría de los seres humanos, por muchas muestras de grandeza, entrega y generosidad que den unos pocos, seguirá el camino trazado por la senda de la ingratitud, el egoísmo y la defensa a ultranza de sus propios intereses y provechos, sin detenerse a pensar en aquellos que nada tienen ni tendrán.

Y muchas veces, nosotros mismos somos los ingratos, los egoístas o los aprovechados y ni tan siquiera nos percatamos de ello.

Lucio Decumio.

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