15 marzo 2004

Moros en la costa

A medida que pasan las horas, las pistas que fueron dejando los alienígenas que perpetraron la carnicería del 11-M y las pesquisas que llevan a cabo los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, parecen conducir inexorablemente hacia la certeza de que organizaciones extremistas islámicas, conectadas en mayor o menor medida con Al Qaida -en árabe, La Red- fueron las responsables de tanta muerte, tanto luto y tanto dolor.

Aunque así se termine demostrando y las células de tan infame organización en España caigan en las redes de la Policía Nacional y la Guardia Civil, no modificaré ni una coma en torno a mis afirmaciones aquí recogidas hace un par de días. No es cabezonería, ni ciega obstinación en mis postulados. Ni mucho menos. Lo que aseveré bajo el título "Holocausto", bien podría haberlo escrito hace un par de semanas, si los etarras que pretendían entrar en Madrid con 500 kilos de explosivos, hubieran burlado el cerco policial y hubieran hecho explotar la mortífera mercancía que transportaban en los polígonos del Corredor del Henares, tal y como tenían previsto.

O también podría haber servido mi texto de hace un par de días, como denuncia de los matarifes etarras y de sus corifeos políticos y mediáticos, en el caso de que en Nochebuena de 2003, aquéllos hubieran echado abajo la estación de Chamartín a base de mochilas-bomba abandonadas en varios trenes que debían llegar a su destino madrileño a media tarde de tan señalada fecha. O remontándonos en el tiempo, mis reflexiones del pasado sábado habrían tenido perfecta vigencia y valor si esos carroñeros hubieran traspasado con su "Caravana de la Muerte", el cinturon policial que protegía Madrid en las Navidades de 1999, para hacer volar el Salón de Loterías y Apuestas del Estado, la Torre Picasso o el Santiago Bernabéu, objetivos confesos de los asesinos entonces capturados.

Así que insisto, no cambiaré ni una tilde ni una coma. Mucho me temo que en el futuro, ETA, no sólo no contenta con la orgía de muerte y destrucción contemplada, sino tal vez envidiosa del éxito y el eco obtenido por el zarpazo del integrismo musulmán en los mismos lugares donde la serpiente tantas veces lo intentó y nunca lo consiguió, redoble sus esfuerzos con el fin de insistir en su objetivo de tratar de sembrar el pánico y la devastación en la capital de España.

Y como colofón y aun reconociendo que mi perseverancia en la idea de que la implicación etarra en el cataclismo del jueves bien pudiera interpretarse como cerril tozudez exenta de criterios empíricos plausibles, no me permitiré bajarme de la burra hasta que los acontecimientos y las pruebas, me descabalguen de la misma.

Lucio Decumio.

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