13 marzo 2004

Holocausto

Una vez más, hemos sido los madrileños quienes hemos tenido que encajar el puñetazo genocida de ETA. Una vez más, hemos tenido que recoger los cadáveres despedazados de nuestros vecinos. Una vez más, los mutilados, los heridos y los desangrados se cuentan entre nosotros. Una vez más, nuestras mejillas se han mostrado incapaces de contener el caudal de nuestras lágrimas. Una vez más, y son ya demasiadas las ocasiones y demasiadas nuestras víctimas, una guerra no declarada, nunca entablada por nuestra parte y jamás respondida con la virulencia con la que se nos golpea, nos vuelve a zarandear pero ahora, hasta aturdirnos y descolocarnos como nunca. Una vez más en definitiva, aquéllos que azuzan el odio y la sinrazón, contemplan desde la impúdica comodidad de las butacas de sus despachos oficiales en el País Vasco, cómo los cachorros a los que adoctrinaron con sus mentiras y sus bajezas, ya se han destetado y empiezan a caminar solos por el mundo de las ejecuciones masivas y sumarias de los rivales de la tribu.

Una vez más, reclamaremos que se les caiga la cara de vergüenza a aquéllos que se adornan con suculentas caretas de progresismo y rebeldía antigubernamental cuando ven siquiera tibiamente amenazados sus intereses, pero que se esconden y se encogen como ratas cuando lo que está en juego es algo tan fundamental como las libertades de todos y el respeto a los derechos humanos y a la vida.

Una vez más mucha gente se escandalizará ante las acusaciones que se les formulen y muchos fariseos se rasgarán las vestiduras y berrearán hasta la afonía que ellos sienten también como propias, las pérdidas ocasionadas por la matanza. Pero una vez más, mañana, a lo más tardar pasado, volverán a desenmascarase. Cuando los familiares de las víctimas aún no hayan podido encontrar un mínimo descanso o un fugaz consuelo a tanto martirio, cuando la sangre de los fallecidos aún hierva y se retuerza entre sus almas desgarradas, cuando las incisiones y las mutilaciones padecidas por los heridos no hayan empezado siquiera a cicatrizar, cuando los ánimos de los afectados y de todos los españoles aún estén teñidos de bermellón, plomo y herrumbres y cuando las imágenes del apocalipsis aún torturen nuestra memoria con sus latigazos inmisericordes, los mentecatos irredentos, los cobardes inconfesos, los ingenuos irrecuperables y los cándidos contertulios de algún programa radiofónico, volverán a escupir sobre la memoria de las víctimas y retomarán su nauseabundo discurso de la equidistancia entre los muertos y los asesinos, entre quienes matan y quienes les buscan, entre quienes aplican la Ley y quienes se la saltan.

Y ya está bien. Basta ya de intelectuales pseudo-izquierdistas, periodistas apesebrados y políticos manipuladores y tenebrosos que en breve, buscarán responsabilidades a la barbarie en sectores absolutamente ajenos a ella y tratarán de encontrarle una explicación o varias, a la salvajada. Sus palabras preferidas -diálogo, acuerdo o negociación- son ignominiosas trampas contra la inteligencia, conceptos violentados y trufados de cinismo desde su misma raíz, que sólo siembran la confusión y el error entre los espíritus menos preparados y la perplejidad y el bochorno entre aquéllos que ya les conocemos.

No creen en la Justicia ni en el Estado de Derecho, pues los entienden como manifestaciones represivas que limitan su libertad para decir y hacer cuanto les venga en gana sin tener que rendir cuentas a nadie. Tal grado alcanza su abyección, que ni siquiera la sobredosis de horror y espanto que nos han administrado los ejércitos del Mal, sembrará en ellos la más mínima duda acerca de su propia y miserable realidad. Han urdido entre todos una gran mentira, un enorme embuste sobre el que se han apoyado y del que se han aprovechado convenientemente, quienes se empeñan desde la noche de los tiempos en asaltar a base de tiros y bombas, el sistema democrático y de libertades que tanto sufrimiento nos ha costado a los españoles conseguir.

Y son culpables. Culpables de haber ayudado a sembrar con ignoracia supina en unos casos y con mezquindad y vileza insuperables en otros, los vientos que nos han traído estos huracanes. Me niego a oír sin escandalizarme y encenderme, nuevas ambigüedades calculadas, nuevas falsedades y nuevas manipulaciones. No más equidistancias, no más equiparaciones entre lobos y corderos. Por el amor de Dios, que no vuelvan a repetirse episodios en los que se relativice el dolor y el sufrimiento y se maticen las culpas y las responsabilidades. ¿Qué retorcida y diabólica satisfacción encuentran estos sujetos en el varapalo a la víctima y en el sostén al verdugo?

No alcanzo a entenderlo. Que haya gente que quiere jugar a este juego deleznable, estando tan claro el lado del que deberíamos estar todos... No logro comprenderlo, no puedo asimilarlo.

Y ha sido ETA. Que a nadie le quepa duda. La ceremonia de confusión en cuanto a la autoría de la masacre, sólo puede obedecer a una calculada maniobra gubernamental para evitar que la temperatura de la sangre de las personas de bien, sobrepase el punto de ebullición. Por una parte, ETA sabe que no puede reivindicar una canallada como esta en las horas posteriores a la ejecución de la misma y necesita ganar tiempo desviando la atención hacia posibles células terroristas relacionadas con el integrismo islámico. La sombra de los hechos que se sucedieron en el País Vasco tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco es alargada y no pueden arriesgarse a una respuesta popular incontrolada y virulenta como la entonces acaecida.

Al tiempo, el Gobierno también sabe que tras el Holocausto de Atocha y alrededores, señalar abiertamente a ETA es abrir una caja de truenos que quizá no pueda controlar. Mejor mantener en la incertidumbre durante unos días al gentío, hasta que los ánimos se calmen. Entonces y sólo entonces, con el pulso estabilizado y las emociones tamizadas por las horas transcurridas, las Fuerzas de Seguridad levantarán su dedo acusador contra los insaciables carniceros etarras y se les dará caza.

Lucio Decumio.

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