Peco seguramente de pretencioso e inmodesto cuando me atribuyo por adelantado la veracidad y la inmutabilidad de las intervenciones que voy a desglosar. Que nadie me interprete mal. Es un simple juego de palabras que creo que queda muy bien y que seguramente, habrá traicionado el subconsciente de alguno de mis lectores, haciéndole creer que hoy iba a disfrutar de alguna jugosa receta culinaria.
Título que no me sirve para otra cosa que no sea hacer algo que ya he realizado en otras ocasiones y que es comentar someramente algunos pasajes de la actualidad con ánimo compendioso. Y allá voy.
A/ El día que te toca, te toca. Cinco personas han fallecido en un accidente de helicóptero en Gran Canaria, cuando el aparato trataba de despegar de las profundidades de un barranco al que se había precipitado un autocar con unos cincuenta turistas, la mayoría holandeses. Irónica tragedia la que han protagonizado dos de los extranjeros, que tras despeñarse por un traicionero terraplén en primer lugar y quedar malheridos, han perdido la vida al estrellarse la aeronave que los transportaba desde el lugar del percance a algún centro sanitario de las islas. También es mala suerte, joder. Ya puedes intentar evitarlo por todos los medios, que como la fatalidad y el infortunio se te crucen un día en tu camino, no van a parar hasta mandarte al hoyo.
Vamos, que si los dos turistas salen vivos del accidente de helicóptero, la ambulancia que los hubiera recogido seguro que también se habría pegado el trompazo padre unos kilómetros más allá. Y caso de sobrevivir, alguien les hubiera hecho una transfusión errónea y les habría matado igualmente. Hoy, estos dos holandeses no tenían alternativa; morir o morir.
B/ Peter Ustinov. "Quo Vadis", "Espartaco", o "Sinhué el Egipcio", son un componente tan indisociable de la Semana Santa, como lo son las procesiones, las torrijas o el Domingo de Ramos. Y de esas tres películas, es ingrediente eterno este actor británico, que falleció el pasado sábado y que por una de ellas, la primera, obtuvo un "Óscar" de Hollywood. No fue el único que ganó, pues más tarde añadió otro a su espléndido currículum, que engordó con varios Emmys y Grammys, entre otra montaña de premios y reconocimientos culturales y cinematográficos en recibidos en Francia, Alemania o Polonia.
Participó en docenas de películas como actor, director o guionista, dirigió no pocas óperas, fue un notable pintor y por lo que parece, sobresaliente escritor. Debutó en el teatro con 19 años y con una obra escrita por él mismo y en 1942, con 21 años, se alistó en el Ejército Británico y prestó servicio en varios regimientos durante la II Guerra Mundial, llegando a estar a las órdenes de un oficial llamado David Niven. ¿Alguien se imagina a España involucrada en un conflicto mundial y a Javier Bardem alistándose voluntario en la Brigada Paracaidista y a las órdenes de un capitán llamado Imanol Arias?
En fin, volviendo a Peter Ustinov, que es quien me había traído hasta aquí, decir que la enumeración de disciplinas en las que descolló este singularísimo personaje me llevaría más párrafos que uno de mis tradicionales comentarios. Me quedaré por tanto, con una frase enormemente gráfica que fue pronunciada por biógrafo, quien aseguraba y sospecho que no se equivocaba, que Ustinov vivió en una, la vida de seis hombres. Ojalá nacer el mismo día que un individuo como éste, significara lograr una mínima parte de las metas por él alcanzadas.
C/ Patinazo. ¿Alguien puede decirme en qué estaba pensando el Gobierno de José María Aznar mientras que distintas instancias políticas, deportivas y sociales catalanas conspiraban para lograr que la Federación Internacional de Patinaje reconociera a Cataluña, al menos provisionalmente, como miembro de pleno derecho de la misma y por lo tanto, con capacidad para participar en torneos internacionales?
¿Es que son imbéciles? No sólo se dejan ganar las Elecciones Generales, víctimas de sus propios complejos -algo en lo que en breve espero entrar en profundidad- sino que se pasan los últimos seis años mirándose al ombligo mientras que unos aldeanos frentistas esculpen concienzudamente los cerebros de los atolondrados dirigentes de una Federación Deportiva Internacional, hasta que consiguen que las selecciones de patinadores de su pedanía puedan tomar parte en los certámenes organizados por ése organismo. Mis queridos lectores; o se tapona inmediatamente esa vía, con todos los medios al alcance del Gobierno que tenga que hacerlo y con todas sus consecuencias o en menos de un lustro, España será un Reino de Taifas. Y no sólo en el ámbito deportivo.
D/ Este es un enlace muy interesante. Visitadlo y echadle un vistazo. Sinceramente, soy proclive a creer su contenido, pues del sectarismo y de la inclinación por la más zafia manipulación de que hacen gala la izquierda nacional y sus voceros mediáticos, pocos pueden dudar, incluso ellos mismos.
Lucio Decumio.
31 marzo 2004
29 marzo 2004
Farruquito
Para quien no lo sepa, un joven "bailaor" gitano de 20 años, con un creciente prestigio en España y en el extranjero y que responde por este apodo, ha sido recientemente detenido por la Policía, acusado de haber atropellado a un joven en un paso de peatones de una céntrica calle sevillana, hace aproximadamente seis meses. Una desgracia, cierto y nada que en una mañana, tarde o noche desafortunada -que Lucio Decumio las ha tenido últimamente y bien que lo saben mis fieles lectores- no nos pueda suceder a cualquiera. Un cambio inoportuno de emisora, una cabezada producida por el cansancio, una minifalda sugerente y ¡¡zas!! en unos segundos tu vida y la de un desventurado peatón cambian para siempre.
Pero pese a los nervios y al desconcierto, si hay en ti madera de decencia y honestidad, bajas de tu vehículo y ayudas a la víctima de tu error, llamas a una ambulancia, la atiendes en la medida de lo posible y esperas a las autoridades. Afrontas tu yerro y apechugas con lo que venga. Pero Farruquito no lo hizo, no se detuvo, continuó su marcha y dejó a un hombre de 35 años desangrándose en el áspero asfalto de una calle de Sevilla. A las pocas horas, el malhadado transeúnte exhaló su último aliento en un hospital de la capital andaluza.
Para agravar aún más su delito, Farruquito no tenía carnet de conducir -algo que no nos debe sorprender tratándose de un gitano-, tampoco tenía los papeles del automóvil en regla -algo que tampoco puede mover a la sorpresa si hablamos de un caló- así como tampoco tenía contratado un seguro para el coche, algo que a estas alturas, a pocos puede chocar.
En el colmo de la cobardía y de la pusilanimidad, Farruquito acordó con su hermano, un menor de 15 años que le acompañaba en el momento del accidente, que el adolescente sería quien arrostrara con la responsabilidad de tan luctuoso hecho, pues el "bailaor" estaba convencido de que la benevolencia de la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, le permitiría a su hermano carear un castigo judicial mucho más benigno.
Es decir que por este orden, te pones al volante de un soberbio vehículo de lujo que no estás autorizado a conducir y por añadidura, los papeles y el seguro no están en regla; conviertes en anécdota las señales que te impiden superar una determinada velocidad en el casco urbano y en éstas, arrollas a un confiado viandante que cruza por un paso de peatones con toda la preferencia del mundo; acto seguido, no sólo no te detienes a ayudar a la víctima de tu insensatez, sino que haces ruedas y te marchas a toda velocidad; y en última instancia, cuando la Policía inicia sus pesquisas, involucras a tu hermano de 15 años para que sea él quien pague las consecuencias de tu temeridad porque la factura que tendrá que abonar será menor que la que tengas que pagar tú.
En fin, es difícilmente imaginable un mayor cúmulo de irresponsabilidades y de actos contra el sentido común y contra la dignidad. Así que, pese a sus 20 años, su más que seguro analfabetismo, su fama, su arte, su prestigio y la fianza de 40.000 euros que le ha permitido salir en libertad condicional, espero que pague por la concatenación de disparates provocados.
No hace muchos meses, vi un reportaje en televisión -Informe Semanal- sobre este personaje, cuyos sonados triunfos en los escenarios de Nueva York le habían reportado gran notoriedad y prestigio. Tal vez en aquéllos instantes, ya fuera un homicida involuntario y medroso.
Lucio Decumio.
Pero pese a los nervios y al desconcierto, si hay en ti madera de decencia y honestidad, bajas de tu vehículo y ayudas a la víctima de tu error, llamas a una ambulancia, la atiendes en la medida de lo posible y esperas a las autoridades. Afrontas tu yerro y apechugas con lo que venga. Pero Farruquito no lo hizo, no se detuvo, continuó su marcha y dejó a un hombre de 35 años desangrándose en el áspero asfalto de una calle de Sevilla. A las pocas horas, el malhadado transeúnte exhaló su último aliento en un hospital de la capital andaluza.
Para agravar aún más su delito, Farruquito no tenía carnet de conducir -algo que no nos debe sorprender tratándose de un gitano-, tampoco tenía los papeles del automóvil en regla -algo que tampoco puede mover a la sorpresa si hablamos de un caló- así como tampoco tenía contratado un seguro para el coche, algo que a estas alturas, a pocos puede chocar.
En el colmo de la cobardía y de la pusilanimidad, Farruquito acordó con su hermano, un menor de 15 años que le acompañaba en el momento del accidente, que el adolescente sería quien arrostrara con la responsabilidad de tan luctuoso hecho, pues el "bailaor" estaba convencido de que la benevolencia de la Ley de Responsabilidad Penal del Menor, le permitiría a su hermano carear un castigo judicial mucho más benigno.
Es decir que por este orden, te pones al volante de un soberbio vehículo de lujo que no estás autorizado a conducir y por añadidura, los papeles y el seguro no están en regla; conviertes en anécdota las señales que te impiden superar una determinada velocidad en el casco urbano y en éstas, arrollas a un confiado viandante que cruza por un paso de peatones con toda la preferencia del mundo; acto seguido, no sólo no te detienes a ayudar a la víctima de tu insensatez, sino que haces ruedas y te marchas a toda velocidad; y en última instancia, cuando la Policía inicia sus pesquisas, involucras a tu hermano de 15 años para que sea él quien pague las consecuencias de tu temeridad porque la factura que tendrá que abonar será menor que la que tengas que pagar tú.
En fin, es difícilmente imaginable un mayor cúmulo de irresponsabilidades y de actos contra el sentido común y contra la dignidad. Así que, pese a sus 20 años, su más que seguro analfabetismo, su fama, su arte, su prestigio y la fianza de 40.000 euros que le ha permitido salir en libertad condicional, espero que pague por la concatenación de disparates provocados.
No hace muchos meses, vi un reportaje en televisión -Informe Semanal- sobre este personaje, cuyos sonados triunfos en los escenarios de Nueva York le habían reportado gran notoriedad y prestigio. Tal vez en aquéllos instantes, ya fuera un homicida involuntario y medroso.
Lucio Decumio.
24 marzo 2004
Un día cualquiera en la vida de L.D.
Como todos los días del año, salvo aquéllos en los que disfruta de unas merecedísimas vacaciones, L.D., nuestro particular héroe cibernético, se despereza en torno a las 08.15h de la mañana, se dirige tambaleante hacia el cuarto de baño, se desviste, se sube a la báscula y controla rigurosamente su peso, el espejo del excusado devuelve una impactante imagen de su formidable desnudo y a la de tres, se introduce en la bañera con la intención de que los refrescantes chorros que escapan entre los orificios de la alcachofa de la ducha, le ayuden a recuperar los mínimos niveles de vigilia que le permitan dirigirse hacia su lugar de trabajo sin mayores contratiempos.
Luego se viste, cubriendo su formidable figura con destreza, donaire y distinción, recoge sus pertenencias, perfuma su rostro con el buen gusto que le ha hecho célebre, atraviesa su domicilio, se despide de cuantos encuentra a su paso y presto, se encamina hacia su deslumbrante Opel Astra adquirido en Octubre de 2003, que impaciente, le espera para llevarle hasta las oficinas de la multinacional informática en la que se gana las lentejas.
Como cualquier otra jornada, escoge la ruta que menos tráfico soporta a esas horas de la mañana y como todos los días, a la misma hora y en el mismo punto, se despide de la autopista de circunvalación que le deja en las inmediaciones de su puesto de trabajo e inicia el enojoso último tramo de su travesía, plagado de rotondas, badenes y demás zarandajas que se inventan los alcaldes de los pueblos ricos del extrarradio madrileño, con el fin de acelerar el desgaste de los amortiguadores y de la suspensión de los coches de sus convecinos y de quienes les visitan a diario.
Pero el día 23 de Marzo la rutina se mutila. Al llegar a la primera de las citadas rotondas, el espectacular Opel Astra de L.D. decide no proseguir su marcha. Pese a los inabarcables conocimientos técnicos de nuestro semidiós, el flamante vehículo se niega a continuar su recorrido. Resignado a su infortunio matutino, L.D. empuja al resplandeciente automóvil hasta un lateral de la rotonda. Finalizada la maniobra y mientras recupera parte del resuello perdido por tan ímprobo esfuerzo, la jefa de L.D. se detiene a su altura y le pregunta que qué sucede. ¿Y qué demonios sabe L.D.? ¿Es acaso L.D. un brillante, por lo grasiento, mecánico automovilístico? Básicamente no.
Pero es buena gente la jefa de L.D., pues desinteresadamente, ofrece su teléfono móvil para que nuestra estrella ciberespacial pueda salir cuanto antes del apuro en que se encuentra. Sin embargo L.D., autosuficiente, seguro de sí mismo, independiente y resolutivo, declina amablemente la ofrenda de su superior y decide utilizar el propio a sabiendas de que el gasto podrá disparase durante la mañana que se le acaba de torcer.
Sin más dilación, L.D. se mete en harina y comienza a llamar a los servicios de asistencia de Opel que raudos, se presentan en aquélla recóndita rotonda en un tiempo récord: 75 minutos. Aterido, pero con el ánimo intacto, L.D. explica al mecánico que acaba de hacer acto de presencia, los síntomas que aquejan a su regio Astra. El sujeto, un joven de unos 58 años de edad, hace mil y una probaturas en el motor del vehículo y en menos de cuatro minutos, decide llamar a la grúa para que transporte el automóvil hasta el servicio oficial más cercano, distante unos cuatro o cinco kilómetros de tan nefasto punto.
El mecánico, rebosante de dicha por tan heroica intervención, desaparece como el rayo, dejando a L.D. a la espera de la llegada de la grúa. En un abrir y cerrar de ojos, trascurre otra media hora hasta que llega el salvador transporte. En el intervalo y pese al frío, la desventura y la calamidad de que es objeto, L.D. hace gala de su prominente sentido del deber y no duda en prestar su auxilio a dos o tres conductores desubicados que seguramente piensan que tan egregio individuo, sólo puede estar en pie en aquélla infausta rotonda con el fin de echar una mano a los despistados que por allí se dejan caer y que no tienen ni idea de dónde están sus respectivos destinos.
Una vez embarcado el fiel Opel Astra en la mesiánica grúa, L.D. asciende a la cabina de la misma y sin pestañear, se hace cargo de la situación. Dirige fielmente al conductor del transporte hasta el taller, pero un inoportuno despiste de éste, le impide desviarse convenientemente, así que el trayecto hasta el lugar de reparación se extiende unos veinte minutos más de lo previsto. No importa, pues nuestro intrépido protagonista se muestra resuelto ante cualquier obstáculo y no duda de que su tesón y su buena estrella, terminarán por invertir tan adversa situación.
Llegados a su destino, el conductor de la grúa hace descender el refulgente auto de la plataforma y lo deja en manos de los habilidosos mecánicos de Opel. Sin demora, uno de ellos se instala en el asiento del conductor y dirige al renqueante vehículo hasta el aparcamiento del taller, pero el cerco traicionero de la entrada del mismo se interpone en su camino, haciendo saltar por los aires la moldura de uno de los espejos retrovisores. Este penúltimo contratiempo, carente de la menor envergadura, no mella el indomable espíritu de L.D. quien continúa impertérrito con las gestiones que le permitirán obtener el coche de sustitución a que tiene derecho en virtud de la garantía de su adorado Opel Astra.
No pasan cinco minutos cuando L.D. ya ha logrado que Opel le pague un taxi hasta las oficinas de Europcar en las que recogerá el automóvil que sustituirá circunstancialmente al ya muy citado Opel Astra. Tras unos insignificantes veinte minutos de espera en la puerta del taller, con el aire de la sierra madrileña azotando el curtido rostro de nuestro héroe, un taxi se detiene a su altura y se identifica como el vehículo que le llevará hasta Europcar. Bien, L.D. confiado en que la suerte que le había dado la espalda desde los albores mismos de ése día, ha vuelto a mirarle a la cara, se embarca en el carruaje e indica al taxista el destino a alcanzar. Llegados al mismo, L.D. recibe una llamada en su teléfono móvil. Al otro lado del aparato, un individuo, taxista para más señas, se identifica como el conductor que le tendría que haber llevado desde el taller hasta el lugar en el que ya se encuentra.
Algo confundido, aunque haciendo gala de un asombroso autocontrol, L.D. inquiere a su nuevo y sorprendente interlocutor cuáles son los pasos a seguir desde ese instante. De la respuesta, algo babélica por otra parte, L.D. infiere que tendrá que abonar religiosamente los 4.25€ de la carrera sin rechistar. Y con una dignidad abrumadora, lo hace, pues si hay algo que le sobre a L.D. son dos cosas: dignidad y dinero. Eso que vaya por delante.
Bien, parece que todo toca a su fin. L.D. se hace llegar hasta la entrada de la oficina de alquiler de coches y tirando de su vastísimo acervo cultural, alcanza a leer lo siguiente en la puerta del local: "Disculpen las molestias, volvemos enseguida". La situación no deja de tener su gracia, así que L.D. sonríe para sus adentros y se presta a esperar con la infinita paciencia que el Sumo Hacedor le concedió, la llegada del encargado.
Éste no tarda en aparecer ni un cuarto de hora y mientras toma asiento, L.D. le pone en antecedentes, aunque desde Opel hayan tenido a bien hacer una reserva a nombre de la estrella de este asombroso relato. Para finiquitar el contrato de alquiler, que correrá a cargo de Opel, por supuesto, el empleado de Europcar solicita a L.D. su D.N.I., su permiso de conducir y una tarjeta de crédito con la que llevar a cabo un insignificante depósito en virtud de no se sabe muy bien qué, de tan sólo 150€. Todo va bien hasta que la tarjeta no cumple con su cometido y L.D., quien de las situaciones más molestas e irritantes, es capaz de extraer siempre la cara alegre y positiva, entiende que no estará de más un breve paseo de veinte minutos por las calles del pueblo en el que se encuentra, hasta dar con un cajero que le pueda suministrar en efectivo, los 150€ del depósito.
Extraída sin mayor contrariedad del cajero -algo que no deja de llamar la atención a L.D. en vista de la extraña jornada vivida- la citada cantidad, el Gran Hombre regresa hasta las oficinas de alquiler de automóviles, entrega el correspondiente fajo de billetes, firma el contrato, recibe la llave de su nuevo vehículo -un Peugeot 307,, para los curiosos- y pone rumbo sur-suroeste hacia las oficinas que tendrían que haberle estado viendo trabajar desde cuatro horas y media antes.
Lucio Decumio.
Luego se viste, cubriendo su formidable figura con destreza, donaire y distinción, recoge sus pertenencias, perfuma su rostro con el buen gusto que le ha hecho célebre, atraviesa su domicilio, se despide de cuantos encuentra a su paso y presto, se encamina hacia su deslumbrante Opel Astra adquirido en Octubre de 2003, que impaciente, le espera para llevarle hasta las oficinas de la multinacional informática en la que se gana las lentejas.
Como cualquier otra jornada, escoge la ruta que menos tráfico soporta a esas horas de la mañana y como todos los días, a la misma hora y en el mismo punto, se despide de la autopista de circunvalación que le deja en las inmediaciones de su puesto de trabajo e inicia el enojoso último tramo de su travesía, plagado de rotondas, badenes y demás zarandajas que se inventan los alcaldes de los pueblos ricos del extrarradio madrileño, con el fin de acelerar el desgaste de los amortiguadores y de la suspensión de los coches de sus convecinos y de quienes les visitan a diario.
Pero el día 23 de Marzo la rutina se mutila. Al llegar a la primera de las citadas rotondas, el espectacular Opel Astra de L.D. decide no proseguir su marcha. Pese a los inabarcables conocimientos técnicos de nuestro semidiós, el flamante vehículo se niega a continuar su recorrido. Resignado a su infortunio matutino, L.D. empuja al resplandeciente automóvil hasta un lateral de la rotonda. Finalizada la maniobra y mientras recupera parte del resuello perdido por tan ímprobo esfuerzo, la jefa de L.D. se detiene a su altura y le pregunta que qué sucede. ¿Y qué demonios sabe L.D.? ¿Es acaso L.D. un brillante, por lo grasiento, mecánico automovilístico? Básicamente no.
Pero es buena gente la jefa de L.D., pues desinteresadamente, ofrece su teléfono móvil para que nuestra estrella ciberespacial pueda salir cuanto antes del apuro en que se encuentra. Sin embargo L.D., autosuficiente, seguro de sí mismo, independiente y resolutivo, declina amablemente la ofrenda de su superior y decide utilizar el propio a sabiendas de que el gasto podrá disparase durante la mañana que se le acaba de torcer.
Sin más dilación, L.D. se mete en harina y comienza a llamar a los servicios de asistencia de Opel que raudos, se presentan en aquélla recóndita rotonda en un tiempo récord: 75 minutos. Aterido, pero con el ánimo intacto, L.D. explica al mecánico que acaba de hacer acto de presencia, los síntomas que aquejan a su regio Astra. El sujeto, un joven de unos 58 años de edad, hace mil y una probaturas en el motor del vehículo y en menos de cuatro minutos, decide llamar a la grúa para que transporte el automóvil hasta el servicio oficial más cercano, distante unos cuatro o cinco kilómetros de tan nefasto punto.
El mecánico, rebosante de dicha por tan heroica intervención, desaparece como el rayo, dejando a L.D. a la espera de la llegada de la grúa. En un abrir y cerrar de ojos, trascurre otra media hora hasta que llega el salvador transporte. En el intervalo y pese al frío, la desventura y la calamidad de que es objeto, L.D. hace gala de su prominente sentido del deber y no duda en prestar su auxilio a dos o tres conductores desubicados que seguramente piensan que tan egregio individuo, sólo puede estar en pie en aquélla infausta rotonda con el fin de echar una mano a los despistados que por allí se dejan caer y que no tienen ni idea de dónde están sus respectivos destinos.
Una vez embarcado el fiel Opel Astra en la mesiánica grúa, L.D. asciende a la cabina de la misma y sin pestañear, se hace cargo de la situación. Dirige fielmente al conductor del transporte hasta el taller, pero un inoportuno despiste de éste, le impide desviarse convenientemente, así que el trayecto hasta el lugar de reparación se extiende unos veinte minutos más de lo previsto. No importa, pues nuestro intrépido protagonista se muestra resuelto ante cualquier obstáculo y no duda de que su tesón y su buena estrella, terminarán por invertir tan adversa situación.
Llegados a su destino, el conductor de la grúa hace descender el refulgente auto de la plataforma y lo deja en manos de los habilidosos mecánicos de Opel. Sin demora, uno de ellos se instala en el asiento del conductor y dirige al renqueante vehículo hasta el aparcamiento del taller, pero el cerco traicionero de la entrada del mismo se interpone en su camino, haciendo saltar por los aires la moldura de uno de los espejos retrovisores. Este penúltimo contratiempo, carente de la menor envergadura, no mella el indomable espíritu de L.D. quien continúa impertérrito con las gestiones que le permitirán obtener el coche de sustitución a que tiene derecho en virtud de la garantía de su adorado Opel Astra.
No pasan cinco minutos cuando L.D. ya ha logrado que Opel le pague un taxi hasta las oficinas de Europcar en las que recogerá el automóvil que sustituirá circunstancialmente al ya muy citado Opel Astra. Tras unos insignificantes veinte minutos de espera en la puerta del taller, con el aire de la sierra madrileña azotando el curtido rostro de nuestro héroe, un taxi se detiene a su altura y se identifica como el vehículo que le llevará hasta Europcar. Bien, L.D. confiado en que la suerte que le había dado la espalda desde los albores mismos de ése día, ha vuelto a mirarle a la cara, se embarca en el carruaje e indica al taxista el destino a alcanzar. Llegados al mismo, L.D. recibe una llamada en su teléfono móvil. Al otro lado del aparato, un individuo, taxista para más señas, se identifica como el conductor que le tendría que haber llevado desde el taller hasta el lugar en el que ya se encuentra.
Algo confundido, aunque haciendo gala de un asombroso autocontrol, L.D. inquiere a su nuevo y sorprendente interlocutor cuáles son los pasos a seguir desde ese instante. De la respuesta, algo babélica por otra parte, L.D. infiere que tendrá que abonar religiosamente los 4.25€ de la carrera sin rechistar. Y con una dignidad abrumadora, lo hace, pues si hay algo que le sobre a L.D. son dos cosas: dignidad y dinero. Eso que vaya por delante.
Bien, parece que todo toca a su fin. L.D. se hace llegar hasta la entrada de la oficina de alquiler de coches y tirando de su vastísimo acervo cultural, alcanza a leer lo siguiente en la puerta del local: "Disculpen las molestias, volvemos enseguida". La situación no deja de tener su gracia, así que L.D. sonríe para sus adentros y se presta a esperar con la infinita paciencia que el Sumo Hacedor le concedió, la llegada del encargado.
Éste no tarda en aparecer ni un cuarto de hora y mientras toma asiento, L.D. le pone en antecedentes, aunque desde Opel hayan tenido a bien hacer una reserva a nombre de la estrella de este asombroso relato. Para finiquitar el contrato de alquiler, que correrá a cargo de Opel, por supuesto, el empleado de Europcar solicita a L.D. su D.N.I., su permiso de conducir y una tarjeta de crédito con la que llevar a cabo un insignificante depósito en virtud de no se sabe muy bien qué, de tan sólo 150€. Todo va bien hasta que la tarjeta no cumple con su cometido y L.D., quien de las situaciones más molestas e irritantes, es capaz de extraer siempre la cara alegre y positiva, entiende que no estará de más un breve paseo de veinte minutos por las calles del pueblo en el que se encuentra, hasta dar con un cajero que le pueda suministrar en efectivo, los 150€ del depósito.
Extraída sin mayor contrariedad del cajero -algo que no deja de llamar la atención a L.D. en vista de la extraña jornada vivida- la citada cantidad, el Gran Hombre regresa hasta las oficinas de alquiler de automóviles, entrega el correspondiente fajo de billetes, firma el contrato, recibe la llave de su nuevo vehículo -un Peugeot 307,, para los curiosos- y pone rumbo sur-suroeste hacia las oficinas que tendrían que haberle estado viendo trabajar desde cuatro horas y media antes.
Lucio Decumio.
23 marzo 2004
Un OVNI sobre Marte
A la espera de que pasen los días y las semanas, todo ello con el fin de obtener mejores perspectivas de los muchos, variados, trágicos y tragicómicos acontecimientos que han sacudido a España en los últimos diez días, hoy me voy a permitir desviarme de las líneas argumentales de mis últimos comentarios para instalarme en prosaicas butacas que me inducirán a disfrutar de un acomodado y merecido reposo neuronal. Descanso que no viene dado tanto en virtud de mis esfuerzos analíticos de los últimas jornadas en mi blog, sino que mas bien está relacionado con otros ámbitos del mundo que me rodea y que no viene al caso exponer pormenorizadamente por aquí.
En fin, que para otros días y noches aplazo y aparco tareas más complejas. Quiero hoy limitarme a dejar constancia y comentario de una noticia que me ha llamado poderosísimamente la atención. En el diario "El Mundo" he podido contemplar cómo una de las imágenes que ha captado recientemente el robot "Spirit" de la NASA, en uno de sus paseos o batidas fotográficas por la superficie marciana, muestra un extraño objeto que ha desencadenado la polémica respecto a su origen entre los científicos y los astrónomos que dirigen la misión.
Unos se atreven a afirmar que podría ser un meteorito, mientras otros aseguran que podría tratarse de algún objeto enviado en el pasado por las agencias espaciales terrestres que aun encontrándose en desuso, a día de hoy continuaría orbitando en torno al Planeta Rojo. Estas dos teorías son las que primero llaman a la puerta del raciocinio y del buen juicio, pero aún así, no faltarán las más descabelladas y aventuradas interpretaciones del fenómeno, sobre todo en el ámbito de foros, chats y páginas de Internet.
Yo por mi parte, me quedo con la ensoñación. Pongámonos en el caso de que realmente la NASA certificara que no se trata de ningún resto de ninguna nave terrestre y que el objeto tampoco responde a los parámetros de un meteorito -algo por otra parte, bastante improbable, a la vista de la imagen captada por nuestro pequeño explorador metálico- y que en definitiva, terminara aceptando que desconoce la naturaleza de ése objeto y que advirtiera serenamente, junto al Gobierno americano, de que podría tratarse de una nave ajena a nosotros.
Imaginaos. ¿No sería ésa la noticia más asombrosa y formidable de la Historia de la Humanidad? ¿qué impacto podría acarrear ése descubrimiento en nuestro mundo y en nuestras conciencias? ¿qué podría impedir a ése hecho convertirse en un punto de inflexión en nuestro devenir como especie y encaminarnos hacia proyectos comunes, menos egoístas y más dirigidos hacia la colaboración y la cooperación?
¿No sería ése un motivo suficiente para aparcar rencillas, conflictos, guerras, rencores y enemistades? Yo creo que sí, que podría serlo, pues nada puede ser más desafiante para el hombre que averiguar y certificar que no está sólo entre tantas estrellas, cometas y planetas y que otras civilizaciones y otros seres inteligentes le acompañan en su tránsito por el Universo.
No cuesta nada soñar y bien que se agradece hacerlo, pues los últimos acontecimientos que hemos vivido, nos han mostrado las caras más crudas y más amargas de la realidad.
Lucio Decumio.
En fin, que para otros días y noches aplazo y aparco tareas más complejas. Quiero hoy limitarme a dejar constancia y comentario de una noticia que me ha llamado poderosísimamente la atención. En el diario "El Mundo" he podido contemplar cómo una de las imágenes que ha captado recientemente el robot "Spirit" de la NASA, en uno de sus paseos o batidas fotográficas por la superficie marciana, muestra un extraño objeto que ha desencadenado la polémica respecto a su origen entre los científicos y los astrónomos que dirigen la misión.
Unos se atreven a afirmar que podría ser un meteorito, mientras otros aseguran que podría tratarse de algún objeto enviado en el pasado por las agencias espaciales terrestres que aun encontrándose en desuso, a día de hoy continuaría orbitando en torno al Planeta Rojo. Estas dos teorías son las que primero llaman a la puerta del raciocinio y del buen juicio, pero aún así, no faltarán las más descabelladas y aventuradas interpretaciones del fenómeno, sobre todo en el ámbito de foros, chats y páginas de Internet.
Yo por mi parte, me quedo con la ensoñación. Pongámonos en el caso de que realmente la NASA certificara que no se trata de ningún resto de ninguna nave terrestre y que el objeto tampoco responde a los parámetros de un meteorito -algo por otra parte, bastante improbable, a la vista de la imagen captada por nuestro pequeño explorador metálico- y que en definitiva, terminara aceptando que desconoce la naturaleza de ése objeto y que advirtiera serenamente, junto al Gobierno americano, de que podría tratarse de una nave ajena a nosotros.
Imaginaos. ¿No sería ésa la noticia más asombrosa y formidable de la Historia de la Humanidad? ¿qué impacto podría acarrear ése descubrimiento en nuestro mundo y en nuestras conciencias? ¿qué podría impedir a ése hecho convertirse en un punto de inflexión en nuestro devenir como especie y encaminarnos hacia proyectos comunes, menos egoístas y más dirigidos hacia la colaboración y la cooperación?
¿No sería ése un motivo suficiente para aparcar rencillas, conflictos, guerras, rencores y enemistades? Yo creo que sí, que podría serlo, pues nada puede ser más desafiante para el hombre que averiguar y certificar que no está sólo entre tantas estrellas, cometas y planetas y que otras civilizaciones y otros seres inteligentes le acompañan en su tránsito por el Universo.
No cuesta nada soñar y bien que se agradece hacerlo, pues los últimos acontecimientos que hemos vivido, nos han mostrado las caras más crudas y más amargas de la realidad.
Lucio Decumio.
19 marzo 2004
La pésima educación
A mí, jamás me ha atraído el cine español. Creo recordar que ya lo he manifestado en alguna ocasión en esta mi humilde morada cibernética. Salvo casos realmente excepcionales, nunca he salido de una sala de cine o del salón de mi casa, tras el visionado de una cinta origen nacional, satisfecho con lo que acababa de contemplar.
Y entre esos casos "wraros, wraros, wraros", no me puedo permitir contar ningún largometraje realizado por Almodóvar. Algún malintencionado se preguntará: Pero, ¿ha visto alguna vez Lucio Decumio alguna película dirigida por el insigne cineasta manchego? Y Lucio Decumio responde: sí, en efecto, he visto películas de Almodóvar, aunque únicamente dos y me han resultado absolutamente suficientes como para que se me hayan quitado las ganas de volver a ver algún film de este sujeto asombrosamente estúpido en los últimos 12 ó 13 años.
Concretamente, hago referencia a "Mujeres al borde de un ataque de nervios" y "Átame". En el primer caso, fui al vetusto cine de verano del pueblo de mi madre, obligado en la práctica por todos mis amigos de aquella época, pues la película se había convertido en un auténtico éxito en toda España y en buena parte del extranjero. Este eco, obtenido a partir de su nominación al Óscar como mejor película de habla no inglesa en el año 1989, creo recordar, fue el único motivo que me impulsó a aceptar las requisitorias de mis amigos y acudir a verla.
Lógicamente salí de la sala aún más decepcionado de lo que imaginaba, pues los estereotipos que yo había manejado hasta la fecha del cine español de los 80 en general y del almodovariano en particular, se cumplieron a rajatabla uno tras otro hasta sentirme totalmente estafado por haber gastado 200 pesetas -una fortuna en 1989- en aquella comedieta de medio pelo. En cuanto a "Átame", film con el que al cabo de un par de años, traté de desintoxicarme de los efectos del primero, sólo puedo decir que fracasé en mi intento y que los efectos estomagantes de esta última cinta, multiplicaron a los de la primera y se sumaron con ésta para evitar, como decía previamente, volver a ver ninguna otra película de La Loca de La Mancha durante el resto de mis días.
Poco había vuelto a saber un servidor de Pedro Almodóvar desde entonces. Seis u ocho películas deben haberse sumado en el morral de este fulano de verbo atropellado, ademanes femeninos y cámara sobrevalorada. Una estatuilla de la Academia Norteamericana de las Artes y las Ciencias Cinematográficas también ha ido a parar a su saco, aunque para ser sinceros, ni tan siquiera recuerdo el título de la cinta que mereció tal honor. Honor que por otra parte, el afeminado se apresuró a recoger con indisimulado entusiasmo, acordándose de una batería de santos, vírgenes y beatos cuya enumeración aún proseguiría a día de hoy, de no mediar la decidida intervención de Antonio Banderas, que pasó de fugaz presentador de aquella fase de la gala, a improvisado "segurata" que retira del local al alborotador de turno. Honor y reconocimiento aquél, que lejos de rechazar por su origen americano, liberal y capitalista -conceptos de los que el director ha abominado frecuentemente en virtud de su ideario izquierdista- aceptó sin el menor recato, pues sabía cuán pingües beneficios le acarrearía a su ya de por sí, abultado bolsillo.
Como digo, poco había vuelto a saber, salvo estos esporádicos episodios, de este individuo, cuando de repente, el pasado lunes 15 de Marzo, aprovechando la presencia de toda la prensa nacional e internacional en la presentación de su nueva película "La mala educación" dio pábulo a un simple rumor que había corrido por algún foro de Internet que aseguraba que el Gobierno del PP había estado a punto de dar un golpe de Estado la noche del 13 al 14 de Marzo, víspera de las elecciones. Y no sólo eso. Se permitió la licencia de decir que en los últimos ocho años, España no había vivido en democracia y que tras la victoria del PSOE el día 14, los españoles volvíamos a ser libres.
Como en otras muchas ocasiones, yo propongo que se contemple el caso opuesto. Un director de cine con marcadas inclinaciones políticas hacia el centro derecha, seductor impenitente, mujeriego, juerguista y de reconocido prestigio en su profesión, ganado a base de buenas películas, ninguna de ellas subvencionada por el Ministerio de Cultura dirigido por el PSOE en los últimos ocho años, presenta su última película ante cientos de periodistas de los cuatro rincones del globo, tras la reciente victoria en las Elecciones Generales del Partido Popular. En éstas y tras haberse metido tres o cuatro pelotazos y haberle tocado el culo y haberse insinuado a no menos de una docena de atractivas reporteras que cubren el acto, empieza a vomitar toda la bilis contenida durante los últimos tiempos contra el gobierno socialista democráticamente elegido por los españoles en los últimos años y le acusa de golpista, manipulador y verdugo de las libertades públicas. Aprovecha asimismo, un execrable acto terrorista que le ha costado la vida a más de 200 personas y lo utiliza como arma arrojadiza contra ése mismo gobierno, acusándole abiertamente de ser el responsable de la matanza.
Teniendo en cuenta que sólo cambian los actores de esta película que presento, pero no las circunstancias socio-políticas que la rodean, ¿alguien piensa que este director ficticio del que hablo, habría tenido alguna posibilidad de salir adelante en su profesión, más allá de esas declaraciones? Decididamente no, pero esta es la sociedad que tenemos, en la que vivimos y la que nos merecemos. Por ignorantes.
Eso sí, una vez vuelto en sí, el ínclito travestido de los primeros años 80, habrá echado cuentas y sin duda, se habrá percatado de que al menos la mitad de los espectadores de sus incoherentes vodeviles, son simpatizantes o votantes de tan abyecto y totalitario partido, pero que aun siendo una panda de fascistas, su dinero es tan válido como el de los demócratas que votan al resto de formaciones políticas.
Almodóvar, ya me dabas asco, pero ahora que has demostrados tus verdaderas miserias, me das náuseas.
Lucio Decumio.
Y entre esos casos "wraros, wraros, wraros", no me puedo permitir contar ningún largometraje realizado por Almodóvar. Algún malintencionado se preguntará: Pero, ¿ha visto alguna vez Lucio Decumio alguna película dirigida por el insigne cineasta manchego? Y Lucio Decumio responde: sí, en efecto, he visto películas de Almodóvar, aunque únicamente dos y me han resultado absolutamente suficientes como para que se me hayan quitado las ganas de volver a ver algún film de este sujeto asombrosamente estúpido en los últimos 12 ó 13 años.
Concretamente, hago referencia a "Mujeres al borde de un ataque de nervios" y "Átame". En el primer caso, fui al vetusto cine de verano del pueblo de mi madre, obligado en la práctica por todos mis amigos de aquella época, pues la película se había convertido en un auténtico éxito en toda España y en buena parte del extranjero. Este eco, obtenido a partir de su nominación al Óscar como mejor película de habla no inglesa en el año 1989, creo recordar, fue el único motivo que me impulsó a aceptar las requisitorias de mis amigos y acudir a verla.
Lógicamente salí de la sala aún más decepcionado de lo que imaginaba, pues los estereotipos que yo había manejado hasta la fecha del cine español de los 80 en general y del almodovariano en particular, se cumplieron a rajatabla uno tras otro hasta sentirme totalmente estafado por haber gastado 200 pesetas -una fortuna en 1989- en aquella comedieta de medio pelo. En cuanto a "Átame", film con el que al cabo de un par de años, traté de desintoxicarme de los efectos del primero, sólo puedo decir que fracasé en mi intento y que los efectos estomagantes de esta última cinta, multiplicaron a los de la primera y se sumaron con ésta para evitar, como decía previamente, volver a ver ninguna otra película de La Loca de La Mancha durante el resto de mis días.
Poco había vuelto a saber un servidor de Pedro Almodóvar desde entonces. Seis u ocho películas deben haberse sumado en el morral de este fulano de verbo atropellado, ademanes femeninos y cámara sobrevalorada. Una estatuilla de la Academia Norteamericana de las Artes y las Ciencias Cinematográficas también ha ido a parar a su saco, aunque para ser sinceros, ni tan siquiera recuerdo el título de la cinta que mereció tal honor. Honor que por otra parte, el afeminado se apresuró a recoger con indisimulado entusiasmo, acordándose de una batería de santos, vírgenes y beatos cuya enumeración aún proseguiría a día de hoy, de no mediar la decidida intervención de Antonio Banderas, que pasó de fugaz presentador de aquella fase de la gala, a improvisado "segurata" que retira del local al alborotador de turno. Honor y reconocimiento aquél, que lejos de rechazar por su origen americano, liberal y capitalista -conceptos de los que el director ha abominado frecuentemente en virtud de su ideario izquierdista- aceptó sin el menor recato, pues sabía cuán pingües beneficios le acarrearía a su ya de por sí, abultado bolsillo.
Como digo, poco había vuelto a saber, salvo estos esporádicos episodios, de este individuo, cuando de repente, el pasado lunes 15 de Marzo, aprovechando la presencia de toda la prensa nacional e internacional en la presentación de su nueva película "La mala educación" dio pábulo a un simple rumor que había corrido por algún foro de Internet que aseguraba que el Gobierno del PP había estado a punto de dar un golpe de Estado la noche del 13 al 14 de Marzo, víspera de las elecciones. Y no sólo eso. Se permitió la licencia de decir que en los últimos ocho años, España no había vivido en democracia y que tras la victoria del PSOE el día 14, los españoles volvíamos a ser libres.
Como en otras muchas ocasiones, yo propongo que se contemple el caso opuesto. Un director de cine con marcadas inclinaciones políticas hacia el centro derecha, seductor impenitente, mujeriego, juerguista y de reconocido prestigio en su profesión, ganado a base de buenas películas, ninguna de ellas subvencionada por el Ministerio de Cultura dirigido por el PSOE en los últimos ocho años, presenta su última película ante cientos de periodistas de los cuatro rincones del globo, tras la reciente victoria en las Elecciones Generales del Partido Popular. En éstas y tras haberse metido tres o cuatro pelotazos y haberle tocado el culo y haberse insinuado a no menos de una docena de atractivas reporteras que cubren el acto, empieza a vomitar toda la bilis contenida durante los últimos tiempos contra el gobierno socialista democráticamente elegido por los españoles en los últimos años y le acusa de golpista, manipulador y verdugo de las libertades públicas. Aprovecha asimismo, un execrable acto terrorista que le ha costado la vida a más de 200 personas y lo utiliza como arma arrojadiza contra ése mismo gobierno, acusándole abiertamente de ser el responsable de la matanza.
Teniendo en cuenta que sólo cambian los actores de esta película que presento, pero no las circunstancias socio-políticas que la rodean, ¿alguien piensa que este director ficticio del que hablo, habría tenido alguna posibilidad de salir adelante en su profesión, más allá de esas declaraciones? Decididamente no, pero esta es la sociedad que tenemos, en la que vivimos y la que nos merecemos. Por ignorantes.
Eso sí, una vez vuelto en sí, el ínclito travestido de los primeros años 80, habrá echado cuentas y sin duda, se habrá percatado de que al menos la mitad de los espectadores de sus incoherentes vodeviles, son simpatizantes o votantes de tan abyecto y totalitario partido, pero que aun siendo una panda de fascistas, su dinero es tan válido como el de los demócratas que votan al resto de formaciones políticas.
Almodóvar, ya me dabas asco, pero ahora que has demostrados tus verdaderas miserias, me das náuseas.
Lucio Decumio.
15 marzo 2004
Moros en la costa
A medida que pasan las horas, las pistas que fueron dejando los alienígenas que perpetraron la carnicería del 11-M y las pesquisas que llevan a cabo los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, parecen conducir inexorablemente hacia la certeza de que organizaciones extremistas islámicas, conectadas en mayor o menor medida con Al Qaida -en árabe, La Red- fueron las responsables de tanta muerte, tanto luto y tanto dolor.
Aunque así se termine demostrando y las células de tan infame organización en España caigan en las redes de la Policía Nacional y la Guardia Civil, no modificaré ni una coma en torno a mis afirmaciones aquí recogidas hace un par de días. No es cabezonería, ni ciega obstinación en mis postulados. Ni mucho menos. Lo que aseveré bajo el título "Holocausto", bien podría haberlo escrito hace un par de semanas, si los etarras que pretendían entrar en Madrid con 500 kilos de explosivos, hubieran burlado el cerco policial y hubieran hecho explotar la mortífera mercancía que transportaban en los polígonos del Corredor del Henares, tal y como tenían previsto.
O también podría haber servido mi texto de hace un par de días, como denuncia de los matarifes etarras y de sus corifeos políticos y mediáticos, en el caso de que en Nochebuena de 2003, aquéllos hubieran echado abajo la estación de Chamartín a base de mochilas-bomba abandonadas en varios trenes que debían llegar a su destino madrileño a media tarde de tan señalada fecha. O remontándonos en el tiempo, mis reflexiones del pasado sábado habrían tenido perfecta vigencia y valor si esos carroñeros hubieran traspasado con su "Caravana de la Muerte", el cinturon policial que protegía Madrid en las Navidades de 1999, para hacer volar el Salón de Loterías y Apuestas del Estado, la Torre Picasso o el Santiago Bernabéu, objetivos confesos de los asesinos entonces capturados.
Así que insisto, no cambiaré ni una tilde ni una coma. Mucho me temo que en el futuro, ETA, no sólo no contenta con la orgía de muerte y destrucción contemplada, sino tal vez envidiosa del éxito y el eco obtenido por el zarpazo del integrismo musulmán en los mismos lugares donde la serpiente tantas veces lo intentó y nunca lo consiguió, redoble sus esfuerzos con el fin de insistir en su objetivo de tratar de sembrar el pánico y la devastación en la capital de España.
Y como colofón y aun reconociendo que mi perseverancia en la idea de que la implicación etarra en el cataclismo del jueves bien pudiera interpretarse como cerril tozudez exenta de criterios empíricos plausibles, no me permitiré bajarme de la burra hasta que los acontecimientos y las pruebas, me descabalguen de la misma.
Lucio Decumio.
Aunque así se termine demostrando y las células de tan infame organización en España caigan en las redes de la Policía Nacional y la Guardia Civil, no modificaré ni una coma en torno a mis afirmaciones aquí recogidas hace un par de días. No es cabezonería, ni ciega obstinación en mis postulados. Ni mucho menos. Lo que aseveré bajo el título "Holocausto", bien podría haberlo escrito hace un par de semanas, si los etarras que pretendían entrar en Madrid con 500 kilos de explosivos, hubieran burlado el cerco policial y hubieran hecho explotar la mortífera mercancía que transportaban en los polígonos del Corredor del Henares, tal y como tenían previsto.
O también podría haber servido mi texto de hace un par de días, como denuncia de los matarifes etarras y de sus corifeos políticos y mediáticos, en el caso de que en Nochebuena de 2003, aquéllos hubieran echado abajo la estación de Chamartín a base de mochilas-bomba abandonadas en varios trenes que debían llegar a su destino madrileño a media tarde de tan señalada fecha. O remontándonos en el tiempo, mis reflexiones del pasado sábado habrían tenido perfecta vigencia y valor si esos carroñeros hubieran traspasado con su "Caravana de la Muerte", el cinturon policial que protegía Madrid en las Navidades de 1999, para hacer volar el Salón de Loterías y Apuestas del Estado, la Torre Picasso o el Santiago Bernabéu, objetivos confesos de los asesinos entonces capturados.
Así que insisto, no cambiaré ni una tilde ni una coma. Mucho me temo que en el futuro, ETA, no sólo no contenta con la orgía de muerte y destrucción contemplada, sino tal vez envidiosa del éxito y el eco obtenido por el zarpazo del integrismo musulmán en los mismos lugares donde la serpiente tantas veces lo intentó y nunca lo consiguió, redoble sus esfuerzos con el fin de insistir en su objetivo de tratar de sembrar el pánico y la devastación en la capital de España.
Y como colofón y aun reconociendo que mi perseverancia en la idea de que la implicación etarra en el cataclismo del jueves bien pudiera interpretarse como cerril tozudez exenta de criterios empíricos plausibles, no me permitiré bajarme de la burra hasta que los acontecimientos y las pruebas, me descabalguen de la misma.
Lucio Decumio.
13 marzo 2004
Holocausto
Una vez más, hemos sido los madrileños quienes hemos tenido que encajar el puñetazo genocida de ETA. Una vez más, hemos tenido que recoger los cadáveres despedazados de nuestros vecinos. Una vez más, los mutilados, los heridos y los desangrados se cuentan entre nosotros. Una vez más, nuestras mejillas se han mostrado incapaces de contener el caudal de nuestras lágrimas. Una vez más, y son ya demasiadas las ocasiones y demasiadas nuestras víctimas, una guerra no declarada, nunca entablada por nuestra parte y jamás respondida con la virulencia con la que se nos golpea, nos vuelve a zarandear pero ahora, hasta aturdirnos y descolocarnos como nunca. Una vez más en definitiva, aquéllos que azuzan el odio y la sinrazón, contemplan desde la impúdica comodidad de las butacas de sus despachos oficiales en el País Vasco, cómo los cachorros a los que adoctrinaron con sus mentiras y sus bajezas, ya se han destetado y empiezan a caminar solos por el mundo de las ejecuciones masivas y sumarias de los rivales de la tribu.
Una vez más, reclamaremos que se les caiga la cara de vergüenza a aquéllos que se adornan con suculentas caretas de progresismo y rebeldía antigubernamental cuando ven siquiera tibiamente amenazados sus intereses, pero que se esconden y se encogen como ratas cuando lo que está en juego es algo tan fundamental como las libertades de todos y el respeto a los derechos humanos y a la vida.
Una vez más mucha gente se escandalizará ante las acusaciones que se les formulen y muchos fariseos se rasgarán las vestiduras y berrearán hasta la afonía que ellos sienten también como propias, las pérdidas ocasionadas por la matanza. Pero una vez más, mañana, a lo más tardar pasado, volverán a desenmascarase. Cuando los familiares de las víctimas aún no hayan podido encontrar un mínimo descanso o un fugaz consuelo a tanto martirio, cuando la sangre de los fallecidos aún hierva y se retuerza entre sus almas desgarradas, cuando las incisiones y las mutilaciones padecidas por los heridos no hayan empezado siquiera a cicatrizar, cuando los ánimos de los afectados y de todos los españoles aún estén teñidos de bermellón, plomo y herrumbres y cuando las imágenes del apocalipsis aún torturen nuestra memoria con sus latigazos inmisericordes, los mentecatos irredentos, los cobardes inconfesos, los ingenuos irrecuperables y los cándidos contertulios de algún programa radiofónico, volverán a escupir sobre la memoria de las víctimas y retomarán su nauseabundo discurso de la equidistancia entre los muertos y los asesinos, entre quienes matan y quienes les buscan, entre quienes aplican la Ley y quienes se la saltan.
Y ya está bien. Basta ya de intelectuales pseudo-izquierdistas, periodistas apesebrados y políticos manipuladores y tenebrosos que en breve, buscarán responsabilidades a la barbarie en sectores absolutamente ajenos a ella y tratarán de encontrarle una explicación o varias, a la salvajada. Sus palabras preferidas -diálogo, acuerdo o negociación- son ignominiosas trampas contra la inteligencia, conceptos violentados y trufados de cinismo desde su misma raíz, que sólo siembran la confusión y el error entre los espíritus menos preparados y la perplejidad y el bochorno entre aquéllos que ya les conocemos.
No creen en la Justicia ni en el Estado de Derecho, pues los entienden como manifestaciones represivas que limitan su libertad para decir y hacer cuanto les venga en gana sin tener que rendir cuentas a nadie. Tal grado alcanza su abyección, que ni siquiera la sobredosis de horror y espanto que nos han administrado los ejércitos del Mal, sembrará en ellos la más mínima duda acerca de su propia y miserable realidad. Han urdido entre todos una gran mentira, un enorme embuste sobre el que se han apoyado y del que se han aprovechado convenientemente, quienes se empeñan desde la noche de los tiempos en asaltar a base de tiros y bombas, el sistema democrático y de libertades que tanto sufrimiento nos ha costado a los españoles conseguir.
Y son culpables. Culpables de haber ayudado a sembrar con ignoracia supina en unos casos y con mezquindad y vileza insuperables en otros, los vientos que nos han traído estos huracanes. Me niego a oír sin escandalizarme y encenderme, nuevas ambigüedades calculadas, nuevas falsedades y nuevas manipulaciones. No más equidistancias, no más equiparaciones entre lobos y corderos. Por el amor de Dios, que no vuelvan a repetirse episodios en los que se relativice el dolor y el sufrimiento y se maticen las culpas y las responsabilidades. ¿Qué retorcida y diabólica satisfacción encuentran estos sujetos en el varapalo a la víctima y en el sostén al verdugo?
No alcanzo a entenderlo. Que haya gente que quiere jugar a este juego deleznable, estando tan claro el lado del que deberíamos estar todos... No logro comprenderlo, no puedo asimilarlo.
Y ha sido ETA. Que a nadie le quepa duda. La ceremonia de confusión en cuanto a la autoría de la masacre, sólo puede obedecer a una calculada maniobra gubernamental para evitar que la temperatura de la sangre de las personas de bien, sobrepase el punto de ebullición. Por una parte, ETA sabe que no puede reivindicar una canallada como esta en las horas posteriores a la ejecución de la misma y necesita ganar tiempo desviando la atención hacia posibles células terroristas relacionadas con el integrismo islámico. La sombra de los hechos que se sucedieron en el País Vasco tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco es alargada y no pueden arriesgarse a una respuesta popular incontrolada y virulenta como la entonces acaecida.
Al tiempo, el Gobierno también sabe que tras el Holocausto de Atocha y alrededores, señalar abiertamente a ETA es abrir una caja de truenos que quizá no pueda controlar. Mejor mantener en la incertidumbre durante unos días al gentío, hasta que los ánimos se calmen. Entonces y sólo entonces, con el pulso estabilizado y las emociones tamizadas por las horas transcurridas, las Fuerzas de Seguridad levantarán su dedo acusador contra los insaciables carniceros etarras y se les dará caza.
Lucio Decumio.
Una vez más, reclamaremos que se les caiga la cara de vergüenza a aquéllos que se adornan con suculentas caretas de progresismo y rebeldía antigubernamental cuando ven siquiera tibiamente amenazados sus intereses, pero que se esconden y se encogen como ratas cuando lo que está en juego es algo tan fundamental como las libertades de todos y el respeto a los derechos humanos y a la vida.
Una vez más mucha gente se escandalizará ante las acusaciones que se les formulen y muchos fariseos se rasgarán las vestiduras y berrearán hasta la afonía que ellos sienten también como propias, las pérdidas ocasionadas por la matanza. Pero una vez más, mañana, a lo más tardar pasado, volverán a desenmascarase. Cuando los familiares de las víctimas aún no hayan podido encontrar un mínimo descanso o un fugaz consuelo a tanto martirio, cuando la sangre de los fallecidos aún hierva y se retuerza entre sus almas desgarradas, cuando las incisiones y las mutilaciones padecidas por los heridos no hayan empezado siquiera a cicatrizar, cuando los ánimos de los afectados y de todos los españoles aún estén teñidos de bermellón, plomo y herrumbres y cuando las imágenes del apocalipsis aún torturen nuestra memoria con sus latigazos inmisericordes, los mentecatos irredentos, los cobardes inconfesos, los ingenuos irrecuperables y los cándidos contertulios de algún programa radiofónico, volverán a escupir sobre la memoria de las víctimas y retomarán su nauseabundo discurso de la equidistancia entre los muertos y los asesinos, entre quienes matan y quienes les buscan, entre quienes aplican la Ley y quienes se la saltan.
Y ya está bien. Basta ya de intelectuales pseudo-izquierdistas, periodistas apesebrados y políticos manipuladores y tenebrosos que en breve, buscarán responsabilidades a la barbarie en sectores absolutamente ajenos a ella y tratarán de encontrarle una explicación o varias, a la salvajada. Sus palabras preferidas -diálogo, acuerdo o negociación- son ignominiosas trampas contra la inteligencia, conceptos violentados y trufados de cinismo desde su misma raíz, que sólo siembran la confusión y el error entre los espíritus menos preparados y la perplejidad y el bochorno entre aquéllos que ya les conocemos.
No creen en la Justicia ni en el Estado de Derecho, pues los entienden como manifestaciones represivas que limitan su libertad para decir y hacer cuanto les venga en gana sin tener que rendir cuentas a nadie. Tal grado alcanza su abyección, que ni siquiera la sobredosis de horror y espanto que nos han administrado los ejércitos del Mal, sembrará en ellos la más mínima duda acerca de su propia y miserable realidad. Han urdido entre todos una gran mentira, un enorme embuste sobre el que se han apoyado y del que se han aprovechado convenientemente, quienes se empeñan desde la noche de los tiempos en asaltar a base de tiros y bombas, el sistema democrático y de libertades que tanto sufrimiento nos ha costado a los españoles conseguir.
Y son culpables. Culpables de haber ayudado a sembrar con ignoracia supina en unos casos y con mezquindad y vileza insuperables en otros, los vientos que nos han traído estos huracanes. Me niego a oír sin escandalizarme y encenderme, nuevas ambigüedades calculadas, nuevas falsedades y nuevas manipulaciones. No más equidistancias, no más equiparaciones entre lobos y corderos. Por el amor de Dios, que no vuelvan a repetirse episodios en los que se relativice el dolor y el sufrimiento y se maticen las culpas y las responsabilidades. ¿Qué retorcida y diabólica satisfacción encuentran estos sujetos en el varapalo a la víctima y en el sostén al verdugo?
No alcanzo a entenderlo. Que haya gente que quiere jugar a este juego deleznable, estando tan claro el lado del que deberíamos estar todos... No logro comprenderlo, no puedo asimilarlo.
Y ha sido ETA. Que a nadie le quepa duda. La ceremonia de confusión en cuanto a la autoría de la masacre, sólo puede obedecer a una calculada maniobra gubernamental para evitar que la temperatura de la sangre de las personas de bien, sobrepase el punto de ebullición. Por una parte, ETA sabe que no puede reivindicar una canallada como esta en las horas posteriores a la ejecución de la misma y necesita ganar tiempo desviando la atención hacia posibles células terroristas relacionadas con el integrismo islámico. La sombra de los hechos que se sucedieron en el País Vasco tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco es alargada y no pueden arriesgarse a una respuesta popular incontrolada y virulenta como la entonces acaecida.
Al tiempo, el Gobierno también sabe que tras el Holocausto de Atocha y alrededores, señalar abiertamente a ETA es abrir una caja de truenos que quizá no pueda controlar. Mejor mantener en la incertidumbre durante unos días al gentío, hasta que los ánimos se calmen. Entonces y sólo entonces, con el pulso estabilizado y las emociones tamizadas por las horas transcurridas, las Fuerzas de Seguridad levantarán su dedo acusador contra los insaciables carniceros etarras y se les dará caza.
Lucio Decumio.
10 marzo 2004
No hay motivo
Treinta y dos realizadores españoles han aunado sus esfuerzos para crear y producir una película titulada "Hay motivo", en la que intentan ofrecer un contrapunto diferente a la realidad española actual. Digo diferente, porque según estos cineastas, la situación social, política y económica de nuestro país, dista mucho de ser la boyante Babilonia que según estos mismos creadores, nos trata de vender el Gobierno. Podéis ver los cortos en la dirección http://www.haymotivo.com.
Por mi parte, he visto dos cortometrajes de los 32 citados, aunque mi intención es visionar el conjunto de todos ellos, pese al sopor y la irritación que me ha producido la contemplación de "La insoportable levedad del carrito de la compra" de Isabel Coixet -un personaje con aspecto de cantautora post-franquista que se gana un estupendo salario haciendo de su sectarismo canción infantil en Barrio Sésamo- y "Soledad" de José Ángel Rebolledo. El primero versa sobre los apuros que pasan las personas más mayores, los pensionistas vamos, para llegar a fin de mes y el segundo, sobre el drama de algunos ancianos que viven solos y que seguramente, terminarán muriendo solos.
Ciertamente, son dos asuntos de profundo calado, pero me da la sensación de que el tratamiento llevado a cabo por ambos directores, está enormemente simplificado, como si quisieran tomarnos por tontos, en definitiva.
Señora o señorita Coixet, los problemas para llegar a fin de mes son comunes a la inmensa mayoría de los españoles, sean éstos pensionistas o no. Que sea más triste en el caso de las personas mayores por su menor capacidad física y adaptativa, para mí no es discutible. Pero si esas personas tienen en 2004 una pensión a la que acogerse, por pequeña que ésta sea, viene en buena medida determinado por el hecho de que en España trabajan hoy varios millones de personas más que en 1996, fecha en la que el PSOE abandonó el Gobierno y momento en el que el Sistema Nacional de Seguridad Social estaba al borde del colapso, pues no podía soportar porcentajes de desempleo cercanos o superiores en algunos momentos, al 20% de la población activa.
¿Que los pensionistas deberían cobrar más? Desde luego. Y yo también, si nos ponemos en ese plan. Todos merecemos seguramente más de lo que tenemos, incluida usted señora o señorita Coixet, que pese a recibir generosas subvenciones para sus películas del Ministerio de Cultura gestionado por el PP, no debe estar demasiado feliz con el montante y seguramente por eso, estará notablemente interesada en un cambio político que incremente las aportaciones que todos los españoles hacemos para que usted saque adelante sus largometrajes. Que muy poca gente termina viendo, me temo.
En cuanto al cortometraje "Soledad" del mundialmente aclamado José Ángel Rebolledo, que se centra en las dificultades de una anciana viuda que lleva tres años sin salir de su casa por problemas de movilidad, parece algo más coherente que el primero, pero también cojea bastante. Y digo que cojea bastante no por el hecho de que la pobre mujer que lo protagoniza tenga que desplazarse por su domicilio ayudándose de lo que parece un taca-tá o taca-taca.
Lo digo porque aun siendo terrible el hecho en sí mismo de encontrarte con 85 ó 90 años en una situación de desamparo e invalidez como la descrita por este corto de Rebolledo, no son menos dramáticas otras vivencias con las que convivimos a diario, como los accidentes de tráfico, las enfermedades incurables, las pérdidas irreparables de seres queridos... Acontecimientos que son tan atroces y tan inasumibles para quienes los padecen, como puede ser encontrarse solo al final de la vida. Y no por ello vamos haciendo largometrajes o cortometrajes en los que, solapada o abiertamente, critiquemos al Gobierno de turno por sufrirlos. Se padecen y punto. Te tocan y los arrostras como mejor puedes. Te los tragas y te aguantas. Es como el tiempo. Si llueve durante dos meses seguidos, ¿no sería absurdo culpar al Gobierno?
Si la vida te ha venido mal dada en ese sentido y al final de la misma te encuentras más solo que un islote, puede haber muchos factores que hayan influido, pero entre los que menos, seguro que se encuentran los últimos ocho años del Partido Popular en el Gobierno.
Insisto, seguiré viendo los cortos y los veré todos. No quiero que se me acuse de hablar sobre lo que no he visto.
Lucio Decumio.
Por mi parte, he visto dos cortometrajes de los 32 citados, aunque mi intención es visionar el conjunto de todos ellos, pese al sopor y la irritación que me ha producido la contemplación de "La insoportable levedad del carrito de la compra" de Isabel Coixet -un personaje con aspecto de cantautora post-franquista que se gana un estupendo salario haciendo de su sectarismo canción infantil en Barrio Sésamo- y "Soledad" de José Ángel Rebolledo. El primero versa sobre los apuros que pasan las personas más mayores, los pensionistas vamos, para llegar a fin de mes y el segundo, sobre el drama de algunos ancianos que viven solos y que seguramente, terminarán muriendo solos.
Ciertamente, son dos asuntos de profundo calado, pero me da la sensación de que el tratamiento llevado a cabo por ambos directores, está enormemente simplificado, como si quisieran tomarnos por tontos, en definitiva.
Señora o señorita Coixet, los problemas para llegar a fin de mes son comunes a la inmensa mayoría de los españoles, sean éstos pensionistas o no. Que sea más triste en el caso de las personas mayores por su menor capacidad física y adaptativa, para mí no es discutible. Pero si esas personas tienen en 2004 una pensión a la que acogerse, por pequeña que ésta sea, viene en buena medida determinado por el hecho de que en España trabajan hoy varios millones de personas más que en 1996, fecha en la que el PSOE abandonó el Gobierno y momento en el que el Sistema Nacional de Seguridad Social estaba al borde del colapso, pues no podía soportar porcentajes de desempleo cercanos o superiores en algunos momentos, al 20% de la población activa.
¿Que los pensionistas deberían cobrar más? Desde luego. Y yo también, si nos ponemos en ese plan. Todos merecemos seguramente más de lo que tenemos, incluida usted señora o señorita Coixet, que pese a recibir generosas subvenciones para sus películas del Ministerio de Cultura gestionado por el PP, no debe estar demasiado feliz con el montante y seguramente por eso, estará notablemente interesada en un cambio político que incremente las aportaciones que todos los españoles hacemos para que usted saque adelante sus largometrajes. Que muy poca gente termina viendo, me temo.
En cuanto al cortometraje "Soledad" del mundialmente aclamado José Ángel Rebolledo, que se centra en las dificultades de una anciana viuda que lleva tres años sin salir de su casa por problemas de movilidad, parece algo más coherente que el primero, pero también cojea bastante. Y digo que cojea bastante no por el hecho de que la pobre mujer que lo protagoniza tenga que desplazarse por su domicilio ayudándose de lo que parece un taca-tá o taca-taca.
Lo digo porque aun siendo terrible el hecho en sí mismo de encontrarte con 85 ó 90 años en una situación de desamparo e invalidez como la descrita por este corto de Rebolledo, no son menos dramáticas otras vivencias con las que convivimos a diario, como los accidentes de tráfico, las enfermedades incurables, las pérdidas irreparables de seres queridos... Acontecimientos que son tan atroces y tan inasumibles para quienes los padecen, como puede ser encontrarse solo al final de la vida. Y no por ello vamos haciendo largometrajes o cortometrajes en los que, solapada o abiertamente, critiquemos al Gobierno de turno por sufrirlos. Se padecen y punto. Te tocan y los arrostras como mejor puedes. Te los tragas y te aguantas. Es como el tiempo. Si llueve durante dos meses seguidos, ¿no sería absurdo culpar al Gobierno?
Si la vida te ha venido mal dada en ese sentido y al final de la misma te encuentras más solo que un islote, puede haber muchos factores que hayan influido, pero entre los que menos, seguro que se encuentran los últimos ocho años del Partido Popular en el Gobierno.
Insisto, seguiré viendo los cortos y los veré todos. No quiero que se me acuse de hablar sobre lo que no he visto.
Lucio Decumio.
06 marzo 2004
Las Serranas
Ante las negativas perspectivas que se me presentan en mi entorno laboral, fruto de un asombroso cúmulo de mezquindades y ruindades que circulan a mi alrededor y a las que yo era absolutamente ajeno, mi intelecto se ha visto obligado a acelerar sus procesos de búsqueda de alternativas ocupacionales ante la posibilidad, nada remota por cierto, de que las cosas pudieran ir a peor.
En éstas, un haz de luz cegadora, que al tiempo que iluminaba repentinamente mis turbios pensamientos, se ha encargado de despejar las sendas a través de las que transcurrirá mi inmediato futuro laboral, me ha mostrado con nitidez el camino a seguir. Guionista de series de televisión, queridos lectores, el futuro profesional de Lucio Decumio transitará por la vía de la creación de exitosas series para la pequeña pantalla. Y como muestra de que el triunfo y el reconocimiento aguardan impacientes a la espera de que les abra la puerta y se abalancen sobre mí, ahí va la demostración empírica de que lo que digo es absolutamente cierto. Sólo espero que nadie me fusile la idea.
Punto de Partida. Una mujer de mediana edad y escasamente atractiva -Pilar, 42 años- madre de tres hijas -Jessica 17, Jennifer 12 y Carlota 7- ha quedado recientemente viuda. Por esos giros que en ocasiones da la vida, la casualidad quiere que prácticamente al tiempo, un antiguo amor de juventud -Ernesto un tipo distinguido de 44 años- padre de dos hijos -Gonzalo 17 y Sergio 12- se separe de su esposa y retome al lado de Pilar, la idílica historia de amor que les unió en sus años mozos. Tan bien les van las cosas, que toman la determinación de casarse e irse a vivir juntos con sus respectivas proles a la casa de ella, sita en el cinturón barcelonés, obligándose nuestro protagonista y sus hijos a abandonar la exclusiva urbanización de las afueras de Madrid en la que viven, para trasladarse hasta su nuevo hogar barcelonés.
Contextualización de los personajes. Pilar trabaja en una peluquería que regenta al lado de su gruñona hermana Milagros, solterona empedernida que bordea los cincuenta. Ambas son de extracción media-baja, no tienen estudios superiores y se pasan la vida charlando en su peluquería sobre asuntos de muy bajo calado con una íntima amiga -Rufi- que es la encargada de una pescadería cercana. Las tres son estéticamente descuidadas y si tienen que pasarse un par de días sin visitar la ducha, no les importa demasiado. La hija de Rufi -Paqui- es la inseparable compañera de Jessica, la hija mayor de Pilar y entre ambas, se pasan la vida vacilando a sus madres y tratando de sacar el mayor provecho de su escasa preparación. Ambas van al mismo instituto y sus mayores aficiones consisten en visionar programas como "Gran Hermano", "Crónicas Marcianas" o "Salsa Rosa", así como leer revistas del tipo "Vale", "Qué me dices" o incluso "Pronto". Curiosamente todas ellas, madres e hijas, son acérrimas seguidoras del Barça y no se pierden ni un solo partido de su equipo, ya sea por TV o en directo.
La hija mediana de Pilar, Jennifer, es una auténtico desastre que se pasa la vida conspirando contra su familia y sus compañeros del colegio para hacérselo pasar lo peor posible. Viste ropas amplias, es descuidada y desaseada y no deja de dar el coñazo todo el día con sus travesuras y sus faenas. La hija menor, Carlota, es una empanada integral y pinta menos en la familia que un ciego con las manos a la espalda. De hecho, creo que la eliminaré del guión.
Por su parte, Ernesto es un tipo que aún conserva cierto atractivo, trabaja como ejecutivo en una empresa de consultoría y curiosamente es indisociable amigo de Federico, Director General de la consultora y esposo de Rufi. A ambos son seguros de sí mismos, gustan de acudir a fiestas exclusivas, jugar al paddle o al squash y tienen unas amigas lesbianas que tiran para atrás y que hacen retorcerse de celos a sus esposas, de quienes no se sabe muy bien porqué, están perdidamente enamorados. Gonzalo, el hijo mayor de Ernesto, es un chaval muy maduro para su edad, reflexivo, complejo y responsable, amante del esquí y de la vela y empedernido lector de Homero, Tucídides, Cicerón y Aristóteles. Todas las chicas del instituto pierden las bragas por el mozalbete, incluidas su propia "hermanastra", Jessica y la amiga de ésta, Paqui, quienes al margen de sus graves miserias intelectuales, viven siempre al borde de un ataque hormonal generalizado. En última instancia, Sergio, el hijo menor de Ernesto, admira rendidamente a su hermano mayor, pero sus inquietudes se dirigen antes a las Matemáticas Exactas, la Física Cuántica y la Química Subatómica, que a cualquier otra cosa y no tolera a Jennifer, la hija mediana de Pilar, por razones obvias.
Arquitectura de los episodios. Serán de una duración aproximada de 55 minutos, exlcuyendo publicidad. Pilar, Milagros y Rufi harán en cada capítulo, una exhaustiva demostración de que las mujeres son seres aborregados, acomplejados y simples, incapaces de alcanzar razonamientos trabajados que vayan más allá de sus necesidades más inmediatas. Su comportamiento en definitiva, al igual que el de sus hijas, será errático, risible y sobre todo incoherente.
Mientras tanto, los varones de la serie serán el contrapunto juicioso y ecuánime ante las eternas necedades y salidas de tono perpetradas por esos seres tan primarios que son las mujeres. Su refinamiento, su formación y su gran perspectiva de la vida, saldrán a relucir en todo momento, pues ha de quedar muy claro a los telespectadores que las féminas son incapaces de pensar por sí mismas y de evitar que todo el cotarro familiar se vaya al garete.
¿Verdad que promete ser un éxito sin precedentes?
Lucio Decumio.
En éstas, un haz de luz cegadora, que al tiempo que iluminaba repentinamente mis turbios pensamientos, se ha encargado de despejar las sendas a través de las que transcurrirá mi inmediato futuro laboral, me ha mostrado con nitidez el camino a seguir. Guionista de series de televisión, queridos lectores, el futuro profesional de Lucio Decumio transitará por la vía de la creación de exitosas series para la pequeña pantalla. Y como muestra de que el triunfo y el reconocimiento aguardan impacientes a la espera de que les abra la puerta y se abalancen sobre mí, ahí va la demostración empírica de que lo que digo es absolutamente cierto. Sólo espero que nadie me fusile la idea.
Punto de Partida. Una mujer de mediana edad y escasamente atractiva -Pilar, 42 años- madre de tres hijas -Jessica 17, Jennifer 12 y Carlota 7- ha quedado recientemente viuda. Por esos giros que en ocasiones da la vida, la casualidad quiere que prácticamente al tiempo, un antiguo amor de juventud -Ernesto un tipo distinguido de 44 años- padre de dos hijos -Gonzalo 17 y Sergio 12- se separe de su esposa y retome al lado de Pilar, la idílica historia de amor que les unió en sus años mozos. Tan bien les van las cosas, que toman la determinación de casarse e irse a vivir juntos con sus respectivas proles a la casa de ella, sita en el cinturón barcelonés, obligándose nuestro protagonista y sus hijos a abandonar la exclusiva urbanización de las afueras de Madrid en la que viven, para trasladarse hasta su nuevo hogar barcelonés.
Contextualización de los personajes. Pilar trabaja en una peluquería que regenta al lado de su gruñona hermana Milagros, solterona empedernida que bordea los cincuenta. Ambas son de extracción media-baja, no tienen estudios superiores y se pasan la vida charlando en su peluquería sobre asuntos de muy bajo calado con una íntima amiga -Rufi- que es la encargada de una pescadería cercana. Las tres son estéticamente descuidadas y si tienen que pasarse un par de días sin visitar la ducha, no les importa demasiado. La hija de Rufi -Paqui- es la inseparable compañera de Jessica, la hija mayor de Pilar y entre ambas, se pasan la vida vacilando a sus madres y tratando de sacar el mayor provecho de su escasa preparación. Ambas van al mismo instituto y sus mayores aficiones consisten en visionar programas como "Gran Hermano", "Crónicas Marcianas" o "Salsa Rosa", así como leer revistas del tipo "Vale", "Qué me dices" o incluso "Pronto". Curiosamente todas ellas, madres e hijas, son acérrimas seguidoras del Barça y no se pierden ni un solo partido de su equipo, ya sea por TV o en directo.
La hija mediana de Pilar, Jennifer, es una auténtico desastre que se pasa la vida conspirando contra su familia y sus compañeros del colegio para hacérselo pasar lo peor posible. Viste ropas amplias, es descuidada y desaseada y no deja de dar el coñazo todo el día con sus travesuras y sus faenas. La hija menor, Carlota, es una empanada integral y pinta menos en la familia que un ciego con las manos a la espalda. De hecho, creo que la eliminaré del guión.
Por su parte, Ernesto es un tipo que aún conserva cierto atractivo, trabaja como ejecutivo en una empresa de consultoría y curiosamente es indisociable amigo de Federico, Director General de la consultora y esposo de Rufi. A ambos son seguros de sí mismos, gustan de acudir a fiestas exclusivas, jugar al paddle o al squash y tienen unas amigas lesbianas que tiran para atrás y que hacen retorcerse de celos a sus esposas, de quienes no se sabe muy bien porqué, están perdidamente enamorados. Gonzalo, el hijo mayor de Ernesto, es un chaval muy maduro para su edad, reflexivo, complejo y responsable, amante del esquí y de la vela y empedernido lector de Homero, Tucídides, Cicerón y Aristóteles. Todas las chicas del instituto pierden las bragas por el mozalbete, incluidas su propia "hermanastra", Jessica y la amiga de ésta, Paqui, quienes al margen de sus graves miserias intelectuales, viven siempre al borde de un ataque hormonal generalizado. En última instancia, Sergio, el hijo menor de Ernesto, admira rendidamente a su hermano mayor, pero sus inquietudes se dirigen antes a las Matemáticas Exactas, la Física Cuántica y la Química Subatómica, que a cualquier otra cosa y no tolera a Jennifer, la hija mediana de Pilar, por razones obvias.
Arquitectura de los episodios. Serán de una duración aproximada de 55 minutos, exlcuyendo publicidad. Pilar, Milagros y Rufi harán en cada capítulo, una exhaustiva demostración de que las mujeres son seres aborregados, acomplejados y simples, incapaces de alcanzar razonamientos trabajados que vayan más allá de sus necesidades más inmediatas. Su comportamiento en definitiva, al igual que el de sus hijas, será errático, risible y sobre todo incoherente.
Mientras tanto, los varones de la serie serán el contrapunto juicioso y ecuánime ante las eternas necedades y salidas de tono perpetradas por esos seres tan primarios que son las mujeres. Su refinamiento, su formación y su gran perspectiva de la vida, saldrán a relucir en todo momento, pues ha de quedar muy claro a los telespectadores que las féminas son incapaces de pensar por sí mismas y de evitar que todo el cotarro familiar se vaya al garete.
¿Verdad que promete ser un éxito sin precedentes?
Lucio Decumio.
04 marzo 2004
Calma
Muchas veces he iniciado mis intervenciones en este pequeño espacio dedicado a mis particulares reflexiones, haciendo saber a mi reducido pero descollante auditorio, que no sabía muy bien a qué dedicar mis observaciones. Y hoy vuelvo a encontrarme ante la misma tesitura, aunque la actualidad que nos rodea se empeñe en hacer brotar innumerables acontecimientos que podrían servirme de punto de partida para elaborar uno de mis tradicionales yunques argumentativos. Pero si os digo la verdad y pese al interés inmediato que despiertan en mí noticias como los recientes atentados que han tenido lugar en Bagdad y Kerbala, la campaña electoral norteamericana o la más cercana que tiene lugar en nuestro país, hoy no me siento con ganas ni con ánimo como para entrar en profundidad sobre ninguno de estos asuntos.
Es tal mi apatía a la hora de abordar con hondura los asuntos que más remueven mi atención, que ni tan siquiera me apetece hablar de la gansada que ha perpetrado la UEFA al sancionar a Roberto Carlos con dos partidos, por una acción que el árbitro del partido que disputó el Real Madrid contra el Bayern de Múnich la pasada semana, ni tan siquiera reflejó en el acta.
Ojo, no estoy cansado, ni creo que me canse, de afilar mi pluma y mi magro ingenio contra políticos taimados, dirigentes traicioneros, personajes mediocres o terroristas sedientos de sangre. Simplemente, creo que me encuentro en una pequeña encrucijada, de la que espero salir más pronto que tarde, pero que mientras siga instalado en ella, me invitará a pensar y a considerar que esta vida que nos ha tocado vivir y el entorno en el que tiene lugar, son injustos y arbitrarios, antes que cabales y razonables y que la mayoría de los seres humanos, por muchas muestras de grandeza, entrega y generosidad que den unos pocos, seguirá el camino trazado por la senda de la ingratitud, el egoísmo y la defensa a ultranza de sus propios intereses y provechos, sin detenerse a pensar en aquellos que nada tienen ni tendrán.
Y muchas veces, nosotros mismos somos los ingratos, los egoístas o los aprovechados y ni tan siquiera nos percatamos de ello.
Lucio Decumio.
Es tal mi apatía a la hora de abordar con hondura los asuntos que más remueven mi atención, que ni tan siquiera me apetece hablar de la gansada que ha perpetrado la UEFA al sancionar a Roberto Carlos con dos partidos, por una acción que el árbitro del partido que disputó el Real Madrid contra el Bayern de Múnich la pasada semana, ni tan siquiera reflejó en el acta.
Ojo, no estoy cansado, ni creo que me canse, de afilar mi pluma y mi magro ingenio contra políticos taimados, dirigentes traicioneros, personajes mediocres o terroristas sedientos de sangre. Simplemente, creo que me encuentro en una pequeña encrucijada, de la que espero salir más pronto que tarde, pero que mientras siga instalado en ella, me invitará a pensar y a considerar que esta vida que nos ha tocado vivir y el entorno en el que tiene lugar, son injustos y arbitrarios, antes que cabales y razonables y que la mayoría de los seres humanos, por muchas muestras de grandeza, entrega y generosidad que den unos pocos, seguirá el camino trazado por la senda de la ingratitud, el egoísmo y la defensa a ultranza de sus propios intereses y provechos, sin detenerse a pensar en aquellos que nada tienen ni tendrán.
Y muchas veces, nosotros mismos somos los ingratos, los egoístas o los aprovechados y ni tan siquiera nos percatamos de ello.
Lucio Decumio.