Junio de 1974. Franz Beckenbauer levanta la Copa que distingue a Alemania Federal como Campeona del Mundo de Fútbol, tras la disputa de una final histórica ante la selección holandesa capitaneada por Johan Cruyff. A su lado, Sepp Maier y Paul Breitner.
Los más avispados, los más avezados y sobre todo aquellos a quienes les apasione el fútbol tal y como me sucede a mí, ya habrán podido intuir que mis líneas de hoy no estarán dedicadas a la política ni a los políticos, sino a algo relacionado con los Campeonatos del Mundo de Fútbol.
Antes de continuar, Feliz Navidad, a toda la gente de buena voluntad y a todas las personas decentes y de bien. En cuanto a quienes buscan el enfrentamiento, la provocación y el altercado permanente, por mí como si desaparecen de la faz de la Tierra sin dejar rastro.
Concluida la digresión, vuelvo a los terrenos de juego. Me he levantado hoy aún envuelto en esa calidez que nunca abandona a la Navidad, por muchos detalles ilusionantes que aquélla pierda en virtud del paso del tiempo y por mucho que se quiera erosionar a la tradición desde muchos sectores sociales o políticos -sin quererlo, acabo de volver a rozar la crítica política, pero será la última vez en el comentario de hoy, prometido-.
En fin, que he encendido la televisión y entre una misa cantada que TVE retransmitía desde una espectacular abadía benedictina de clausura -creo que era benedictina y de clausura- en Friburgo, algunos dibujos animados e ignotas series de televisión, me he topado con uno de mis espacios favoritos: los resúmenes de los Campeonatos del Mundo de Fútbol que emite Eurosport durante los meses previos a las citas mundialistas. Lo hizo antes del Mundial de Francia en 1998, también llevo a cabo la tarea en las vísperas del Campeonato de Corea y Japón en 2002 y ahora vuelve a la carga con la tradición, cuando sólo faltan seis meses para que dé comienzo el torneo que se celebrará en Alemania.
Curiosamente, los recortes de imágenes de hoy estaban dedicados al Mundial que se disputó en Alemania en 1974. Aunque por aquel entonces yo sólo contara con cuatro años de edad, sé por las crónicas que he leído y las imágenes que he contemplado, que aquél fue un campeonato de especial significado futbolístico, en el que la hasta entonces desconocida -futbolísticamente- Holanda, se encargó de revolucionar todos los conceptos y todas las ideas relacionadas con la estrategia y la puesta en juego de este deporte. Para los buenos aficionados, la contemplación de los resúmenes de aquellos partidos que enfrentaron a los tulipanes contra Brasil, Argentina o Alemania, son una auténtico deleite en todos los sentidos. Juego vertical y al primer toque, perfecta organización y sincronización de los jugadores, velocidad endiablada, técnica depuradísima y definición magistral. Todo eso era Holanda en 1974 e insisto, da gusto ver cuantas veces sean necesarias, las evoluciones de Cruyff, Neeskeens, Resenbrink o Krol mareando a sus rivales.
Pero no era estrictamente mi intención alabar el juego holandés en aquel torneo. Tampoco la seriedad, la fe, la entrega y el pundonor de un equipo alemán que daba miedo, sólo con pronunciar los nombres de quienes vestían su camiseta y que gracias a todas esas cualidades y a la innegable categoría de sus futbolistas, terminó conquistando una corona que por derecho divino, parecía destinada a instalarse en las sienes holandesas.
No. Visionar el juego que desplegaban aquellos equipos en 1974, al lado de otras selecciones que despuntaron en ese Mundial como Polonia o Suecia, resulta gratificante, pero no es desde luego, lo más asombroso o lo más llamativo si lo ponemos en comparación con las circunstancias que envuelven a los partidos de fútbol que actualmente, tenemos la oportunidad de ver.
Evidentemente, lo primero que llama la atención es la indumentaria y el aspecto de los futbolistas en 1974. La evolución de la moda y de la estética han sido enormes desde aquellas fechas. Tanto, que aunque mi edad actual sea muy superior a la de cualquiera de los jugadores que disputó aquel campeonato, sigo teniendo la sensación de que todos ellos aparentaban al menos diez años más de los que tenían en aquel instante. Y entre ellos incluyo a aquellos que no tenían la desfachatez de lucir unas patillas que habrían hecho palidecer al mismísimo Curro Jiménez y que por otra parte, eran los menos.
Otra de las notables diferencias que se puede encontrar entre el Mundial celebrado en Alemania en 1974 y el que se celebrará en 2006 -o los disputados más recientemente-, es que la asfixiante presencia patrocinadora y publicitaria de nuestros días, es en la práctica inexistente a mediados de los setenta. Hyundai, Nike, Coca-Cola, Adidas, Ford o cualquier otra marca que en aquel año pudiera despuntar por encima de las mencionadas, simplemente no aparecen en el campo de visión del espectador o su presencia está tan difuminada que aquél apenas si se percata de que puedan estar ahí. Yo desde luego o muy enfrascado estaba en la contemplación del juego o nada de eso he visto.
Pero lo más asombroso de todo, no es la diferencia entre la imagen y la indumentaria de los futbolistas de entonces y los de ahora, así como tampoco el espectacular incremento de anunciantes que desde entonces, ha hecho presa del deporte rey. No. Lo más relevante es la abismal diferencia que existe entre el comportamiento de los jugadores en 1974 y el que muestran en la actualidad los futbolistas en activo.
Me explicaré. Hoy he visto goles de Müller, Neeskens, Cruyff o Lato, que habrían firmado sin pestañear Zidane, Ronaldihno, Ronaldo, Raúl, Van Nistelrooy y tantas otras estrellas del firmamento futbolístico actual. He podido contemplar entradas que a día de hoy, habrían significado la inmediata expulsión del jugador agresor, pero que entonces, eran penalizadas con una tranquila y sosegada admonición arbitral. He visto paradas que ni Buffon, Casillas o Kahn, han realizado todavía.
Pero sobre todo he visto hidalguía, señorío y respeto por el adversario y por los espectadores. He visto un comportamiento ejemplar durante y después del partido. He visto jugadores de todos los rincones del planeta que se dedicaban a eso, a jugar al fútbol. Y he visto aficionados de todas las nacionalidades que se empleaban únicamente en ver los partidos y animar a sus internacionales.
En 1974, no se ven absurdas y ridículas celebraciones a la hora de marcar un gol. Nadie se quita la camiseta, ni se insulta al buen gusto del aficionado, ni tampoco al jugador rival con demostraciones exageradas de alegría, ni con gestos obscenos o reprobables. El futbolista levanta sus brazos, la satisfacción se dibuja en su rostro y sus compañeros le felicitan. Punto.
Si el árbitro señala penalty, los jugadores del equipo sancionado no se abalanzan como hienas contra el colegiado para recriminarle su decisión. Máximo, es el capitán del equipo castigado el que con toda la caballerosidad y educación del mundo, se dirige al juez de la contienda y le hace un par de observaciones. Nada de encaramientos, ni de empujones, ni de gritos exaltados y ademanes congestionados.
Si hay una entrada fea, los compañeros del jugador que está en el suelo retorciéndose de dolor -no impostado, por otra parte- tampoco atacan en jauría al adversario que ha cometido la infracción. Esperan pacientemente a que llegue el árbitro y a que le sancione en la medida que éste estime oportuna. Mientras, no hay tanganas, ni peleas, ni zancadillas, ni pisotones. Nadie se toma la justicia por su mano.
Y por último, los aficionados de cada equipo enarbolan sus banderas, cantan, animan a sus jugadores y cuando el encuentro concluye, se dirigen pacíficamente a la salida sin ningún ánimo de enfrentarse a los simpatizantes del equipo rival para tomarse desquite o revancha del resultado que se ha producido en el campo.
Esto ha cambiado mucho. Y ha cambiado a peor. El fútbol es sólo un juego, aunque en los últimos tiempos haya quedado atrapado entre multitud de intereses -económicos, periodísticos, publicitarios, políticos- como por otra parte, era inevitable por su capacidad de movilización y por la atención y las pasiones que despierta.
Sin embargo, sigue siendo simplemente eso, un juego, un pasatiempo y una diversión, una proyección lúdica de la guerra -táctica, estrategia, defensa, organización, ataque y sometimiento del adversario- que posiblemente haya evitado multitud de conflictos de mayor envergadura y que en la actualidad y debido a la repercusión mediática y económica que ha alcanzado, muchas veces parece más cerca de desencadenar el desastre que de evitarlo.
A todos los interesados. Que el fútbol vuelva a parecerse lo más posible, a aquel deporte que asombraba y divertía por igual en 1974.
Lucio Decumio.
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