11 diciembre 2005

65

Pilar Elías, ejemplo de entereza, dignidad y firmeza ante los terroristas y quienes les apoyan. Algunas tocayas deberían tomar nota acerca del verdadero significado del sacrificio y del compromiso con unas ideas y unos valores.

Llega un momento en nuestras vidas en el que nos encontramos a caballo entre los últimos pasos de la madurez y los primeros de la vejez. Edad en la que, si la vida ha sido propicia y generosa, el ser humano disfruta de un merecido y estable reposo forjado en los altos hornos del duro trabajo, mientras se regocija con la vitalidad y la energía de los primeros nietos. Son instantes en los que el pasado y el futuro, se contemplan desde el sosiego que confiere la experiencia obtenida a través de los obstáculos sorteados y de los avatares transitados.

Llegados a los 65 años, hombres y mujeres únicamente deberían preocuparse por disfrutar en plenitud de esos pequeños detalles, de esas diminutas pinceladas de felicidad que jalonan su trayectoria en el ocaso de sus vidas y que hacen más llevadero el declive final al que todos estamos abocados.

Sin embargo, en España, en la España del Siglo XXI, hay pueblos, ciudades, provincias y regiones en las que muchas personas de esa edad no sólo no pueden descansar tras largos decenios de ardua entrega laboral, disfrutar de sus cónyuges, de sus hijos o de sus nietos una vez que han asegurado su propio futuro o pasear tranquilamente por las calles de su población sin temor a que nada, salvo algún inoportuno resbalón o tropezón, les suceda.

Son cientos los españoles que viven en esa situación de angustia permanente, miles los que han de temer por sí mismos, por los suyos y por sus propiedades, pues el gobierno de la región en la que habitan no sólo no les protege contra las mafias asesinas que se envuelven en trasnochadas, excluyentes y sangrientas banderas ideológicas, sino que no ocultan sus simpatías por éstos últimos, por sus objetivos, por sus ideas y por sus métodos de acción.

Sin embargo, hay veces que la crueldad del destino por una parte y la sevicia de unos gobernantes empeñados en auxiliar a los verdugos y en aplastar a las víctimas por otra, se alían en tan desgraciada comunión, que terminan dando vida y forma a una historia personal dantesca e infausta, pero a un tiempo, ilustrativa de la fortaleza que demuestra un espíritu humano cuando éste viene blindado por férreos principios éticos y pétreos cimientos morales.

Es la encrucijada en la que se encuentra Pilar Elías, mujer de 65 años, madre de dos hijos, abuela de varios nietos, vascoparlante y guipuzcoana hasta el tuétano, concejala del Partido Popular por el Ayuntamiento de Azcoitia y viuda de Ramón Baglietto, simpatizante de UCD que en 1980 fue abatido a tiros por Cándido Azpiazu, el más retorcido y cruel de todos los hijos que Satanás haya vomitado en este mundo para hacerlo menos habitable, menos seguro y mucho, infinitamente más peligroso.

La historia es estremecedora y aterradora. En 1962, Ramón Baglietto puso en riesgo su propia vida para arrojarse a salvar la de un balbuceante Cándido Azpiazu cuando éste, en brazos de su madre, a punto estuvo de correr la misma suerte que su progenitora y su hermano que en esos instantes, morían aplastados bajo las ruedas de un camión en las calles de Azcoitia.

En agradecimiento por tan noble y heroica acción, Cándido, quien con el paso de los años se entregó a la abnegada labor de liberar al pueblo vasco de la opresión española a base de balazos, bombas, extorsiones y secuestros, le descerrajó un tiro en la nuca a Ramón cuando éste volvía de su trabajo, un 13 de Mayo de 1980.

El criminal no pestañeó, no dudó, no vaciló. Mató al hombre que le salvó la vida porque sí, porque su filiación política estaba en las antípodas del enfebrecido credo ideológico del asesino. Lo sé. El sentido común, el de la decencia y el del respeto por la vida y por la libertad de las personas, se rebela y se remueve contra tamaña felonía, pero aunque no nos quepa en la cabeza mayor vileza ni peor villanía, así se las gastan algunos, muchos, en el País Vasco.

Azpiazu ingresó en prisión y al cabo de 15 años, volvió envuelto en los tradicionales homenajes y abrazos batasunos, como bien corresponde a la diabólica dinámica que emponzoña la noble tierra vasca, pero aún tenía que darle una última vuelta de tuerca a la familia cuya vida había dinamitado de un modo tan salvajemente feroz.

El escualo, no contento con su sangrienta cacería de 1980, tenía que aliñar la salsa de odio y rencor que corre por sus venas con la compra -con el dinero que nunca pagó a sus víctimas en compensación por su mortal pecado- de un local comercial justo debajo de la vivienda de Pilar.

Ante semejante desafío contra la dignidad y la decencia, cualquier humano habría de venirse abajo, pero no alguien como Pilar. Lo cómodo hubiera sido bajar los brazos frente a la catarata de infamias, provocaciones y salivazos y nadie en este mundo podría habérselo reprochado. Sin embargo, Pilar ha optado por sostenerse firme, resuelta y empeñada en un objetivo tan sensato como arriesgado en aquellas latitudes; que en su pueblo, en su provincia y en su región, los criminales paguen por sus canalladas y nadie vuelva a matar a nadie por sus ideas. Que nadie le quite la vida a quien previamente se la salvó.

Mi ánimo y mi admiración para Pilar y toda su familia.

Lucio Decumio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hoy he oído en la radio un paralelismo escalofriante: Dos mujeres quedan viudas el mismo día. Una de ellas recibe toda la atención mediática, la otra muy poca (sólo tú y un par de medios lo arreglan). El asesino de Lennon sigue pudriéndose en la cárcel, el de Baglietto pasea su repugnante jeta por la calle y encima se pavonea. ¿Hasta cuándo?
También mi ánimo, admiración, respeto y apoyo para Doña Pilar y su familia.