29 abril 2004

Alegrías sospechosas

Resulta curioso y digno de estudio, al tiempo que estremecedor e inquietante, el hecho de que tras la victoria del PSOE en las Elecciones Generales del 14 de Marzo, únicamente hayan expresado su alborozo por el triunfo de Zapatero, todos aquellos que de una forma u otra, más solapada o más abiertamente, se han declarado enemigos y rivales de España durante los últimos años.

Algunos es posible que arguyan la idea de que esos contrincantes que sostenían duros pulsos con nuestro Gobierno anterior a las Elecciones, lo eran exclusivamente en virtud de la orientación política de aquél, así como de sus actos y decisiones, tanto internas como externas.

Pero yo creo que no y a las pruebas me remito cuando digo que las tensiones originadas y creadas desde los nacionalismos periféricos, han estado siempre ahí, independientemente del signo del Gobierno nacional. La indisimulada satisfacción con que ha sido recibida la llegada de Zapatero a la Moncloa por individuos tan concienzudamente atravesados como Ibarreche, Carod-Rovira y Maragall, así como por las organizaciones políticas que los representan y que ellos mismos encabezan, como el PNV, el PSC, Esquerra Republicana de Catalunya o el Bloque Nacionalista Galego, no creo que sea fruto de la convicción de que un nuevo talante, más abierto y dialogante, se ha instalado en el Gobierno de Madrid.

Al contrario, considero que ese regocijo que se ha apoderado de los nacionalistas procede de la certeza de que con Zapatero y el PSOE en la Moncloa, la idea de España como Nación ha quedado y va a quedar en el futuro, profundamente debilitada, pues de todos es bien sabido que los socialistas aún arrastran graves complejos anti-nacionales que se remontan a la derrota sufrida por la República durante la Guerra Civil y que encuentran su estado embrionario en una decimonónica lucha de clases que aún no han sido capaces de sacudir de su subconsciente ideológico.

Otro de los actores que ha mostrado hasta el vómito su felicidad por el cambio de gobierno en España, ha sido Marruecos. La visita oficial que ha realizado hace escasos días el nuevo Presidente del Gobierno a nuestro vecino del Magreb, sólo ha servido para certificar que la monarquía alauí y todo el submundo de corruptelas que se mueve a su alrededor, se están frotando las manos ante la perspectiva de que un gobernante tan tierno y meloso como Zapatero haga la sonriente vista gorda ante todas las fechorías que desde hace tiempo tienen previsto perpetrar en el Sáhara.

Esquilmar y dominar aquel territorio sobre el que se han aprobado numerosas resoluciones en Naciones Unidas acerca de su autodeterminación y soberanía, es la más vieja y ambiciosa aspiración del expansionismo marroquí, ante la que en durante los últimos años, sólo se ha opuesto la firmeza de José María Aznar. Asimismo, pensar que las tradicionales e infundadas reclamaciones marroquíes sobre Ceuta, Melilla y demás plazas africanas, se verán atenuadas por la seductora presencia de Zapatero en la Moncloa, es pecar de ingenuos hasta límites muy peligrosos y no conocer ni reconocer, el particular, taimado y traicionero temperamento con que nuestros vecinos sureños han afrontado siempre sus relaciones con España.

En último término, regímenes caracterizados por su amplitud de miras, su respeto a las libertades individuales y su compromiso con los derechos humanos como los que gobiernan Cuba o Venezuela, también han mostrado sin ambages su júbilo por la victoria de Zapatero, por no hablar de los terroristas islámicos y de los Estados que les amparan y cobijan, que tras el atentado de Madrid, han visto colmadas e incluso sobrepasadas, todas las expectativas que habían depositado en su barbarie y su crueldad.

Seguro que nos esperan tiempos difíciles.

Lucio Decumio.

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