Sevilla envuelve y embriaga con aroma de azahar y mujeres deslumbrantes. Sevilla es frenesí de detalles imposibles de memorizar, sucesión de estampas pigmentadas por infinidad de colores y catarata de imágenes que rebosan a los sentidos y al espíritu. Sevilla es caos de delicias, confusión de encantos y desgobierno de placeres. Sevilla es una y un millón de almas a la vez. Sevilla es una fértil huerta que abruma hasta no poder escoger entre sus miles de jugosos frutos. Sevilla no te permite elegir entre sus partes; te obliga a llevártela toda.
Sevilla es veneración y respeto ante las infinitas escoltas de nazarenos que desfilan delante de sus santos. Sevilla son las calles asfaltadas por la cera de sus cirios. Sevilla es hipnosis colectiva frente al vaivén de sus Vírgenes y sus Cristos. Sevilla es el balanceo del palio, el giro milimetrado de los costaleros entre angostas y retorcidas callejuelas y el sonido seco de los ciriales al golpear sobre los adoquines.
Sevilla es devoción y recogimiento en el ocaso del Jueves Santo. Sevilla son millones de miradas teñidas de desazón y angustia por las nubes que le hurtan el celeste de sus cielos. Sevilla es una delante de un transistor mientras aguarda con impaciencia, noticias esperanzadoras. Sevilla es el desconsuelo de la Hermandad de la Macarena y la congoja de los cofrades del Gran Poder ante el castigo que les arroja el firmamento. Sevilla es la algarabía de Triana al conocer la tregua celestial. Sevilla son los clarines y los timbales de las bandas que arriban a la Calle Pureza en busca de su patrona. Sevilla es la saeta que recibe a La Esperanza de Triana al salir imponente de su templo. Sevilla es pasión, griterío y lágrimas de júbilo de miles de vecinos que flanquean a La Trianera y al Cristo de las Tres Caídas. Sevilla son los miles de pétalos de rosa que llueven desde las azoteas de Triana para reverenciar a su Virgen.
Sevilla es luz insólita cuando la lluvia deja de anegar ilusiones y da paso a un sol arrollador. Y entonces, sólo entonces, Sevilla se convierte en una Catedral sobrenatural y sobrecogedora, en una minúscula Giralda contemplada desde Mateo Gago, en un aromático Patio de los Naranjos y en unos esplendorosos Reales Alcázares. Entonces y sólo entonces, cuando abruma el turquesa de los cielos y el Magno Entierro discurre por la Carrera Oficial, la Judería seduce, la Torre del Oro reluce y un visitante confundido no acierta a averiguar si acaba de topar con un coso inmaculado que se incrusta entre límpidos edificios o si por el contrario, son esas casas las que decidieron fundirse para dar forma a un ruedo legendario.
Sevilla es tanta y tan poco el tiempo.
Lucio Decumio.
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