16 abril 2004

Reflexiones automovilísticas

Mis más fieles lectores saben -y aquéllos que no lo sean podrán percatarse haciendo un poquito de "scroll" en esta página- que en fechas recientes, he tenido la oportunidad de desplazarme hasta la noble capital de Andalucía, con la intención de disfrutar de unas merecidas jornadas de desconexión laboral. Sevilla y AVE son dos conceptos prácticamente indisolubles, bien es cierto, pero ávido como estaba de regocijarme en la conducción de mi nuevo automóvil, decidí engullir los 545 kilómetros que separan a Madrid de Sevilla, transitando por el asfalto de la Nacional IV -ahora, autopista A4- y no cómodamente arrellanado en la butaca de algún vagón del Tren de Alta Velocidad.

No son pocas las veces que últimamente, he tenido la oportunidad de trasladarme por esta carretera, que va dejando a Este y Oeste, paisajes realmente excepcionales, como las inmensas y luminosas llanuras manchegas, los infinitos olivares jiennenses o los plomizos riscos de Despeñaperros. Para percatarse y llenarse de estas fantásticas estampas sureñas, conviene viajar sentado plácidamente en el asiento del acompañante, pero cuando el acompañante y el conductor son la misma persona, los campos, los frutales y las montañas pasan a un segundo plano. Al menos para un automovilista madrileño como Lucio Decumio, acostumbrado a que en las últimas semanas, el precio de la gasolina sin plomo de 95 octanos vaya recortando pequeños peldaños en una imparable escalada alcista que busca desesperadamente alcanzar el techo del euro por litro. Un atraco sin precedentes, a la luz de mis averiguaciones durante el mencionado viaje a Sevilla.

Sé que el cambio de dirección que acabo de imprimir a mi comentario ha sido tal vez demasiado escarpado, pero como decía, un solitario conductor en ruta desde Madrid hacia Andalucía, ha de pasar de puntillas sobre la contemplación arrobada del paisaje que le rodea y prestar mucha más atención a variables más relacionadas con el seguro e imperturbable discurrir de su travesía. Y una de esas variables no es otra que la de las gasolineras que se va encontrando a su paso.

Estés donde estés -Madrid capital, Sevilla, León o Guarromán- y siempre dentro del conjunto "gasolineras o estaciones de servicio", encontramos invariablemente varios subconjuntos, como por ejemplo el subconjunto "surtidores", el subconjunto "lineales rebosantes de Pringles, Mars, Ruffles, Coca-Cola, Lanjarón o Trident", el subconjunto "excusados" o el subconjunto "cafetería-restaurante anexo". En fin, que el conjunto "gasolineras o estaciones de servicio" engloba decenas de subconjuntos que terminan por dar forma a un microcosmos de pequeñas ofertas de esparcimiento, recreo o descanso, sobre las que el atribulado conductor, haga o no haga uso de ellas, pasa por encima sin prestar excesivo interés, al menos en mi caso particular.

Sin embargo, esa aparente homogeneidad de los subconjuntos del conjunto "gasolineras y estaciones de servicio", se altera dramáticamente cuando abandonas el extrarradio de la capital de la Nación, ya que uno de los subconjuntos del conjunto "gasolineras y estaciones de servicio" empieza a decrecer en una relación que es inversamente proporcional a la distancia recorrida desde Madrid. Es decir, cuanto más grande es la distancia que te aleja de la gran ciudad, más decrece ése subconjunto, que no es otro que el de "precios de los carburantes".

No exagero nada cuando afirmo que en más de una ocasión, durante mi recorrido de ida y de vuelta, llegué a golpear con ira incontenible el inocente volante de mi vehículo, en un acto reflejo y primario con el que descargaba la furia que me invadía al contemplar como estaciones de servicio -provinciales y capitalinas- de Jaén, Córdoba, Sevilla o Ciudad Real, vendían el litro de carburante a precios que oscilaban entre 4 y 7 céntimos menos respecto a los que abonamos normalmente en la capital de España. Y eso no es todo. En dos gasolineras, el precio llegaba a abaratarse hasta en 15 pesetas.

Conclusión. En Madrid capital, los conductores somos sistemáticamente atracados, robados, asaltados, rapiñados, saqueados y desplumados cada vez que acudimos a cualquier gasolinera a llenar amablemente el depósito de nuestro vehículo. Y vivo en el convencimiento de que es así, porque difícilmente puedo hacerme a la idea de que las petroleras que refinan el crudo en España, vendan sus carburantes a distintos precios dependiendo de la provincia en la que lleven a cabo el negocio. Si los propietarios de las estaciones de servicio de otras regiones ganan dinero vendiendo gasolina a 15 pesetas menos que lo hace el mismo gremio que opera en Madrid capital, podéis imaginaros los beneficios de estos últimos cobrando el carburante al precio que nos lo venden.

A partir de ahora, cada vez que me detenga en una gasolinera de Madrid capital o alrededores, no podré evitar que me venga a la cabeza la imagen de un bandolero de Sierra Morena, echando gasolina en el depósito de mi coche.

Lucio Decumio.

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