20 abril 2004

El primer embuste de Zapatero

Eso sí que es batir plusmarcas. Investido el sábado como Presidente del Gobierno, toma posesión el domingo por la mañana con el resto de su Gabinete y a las 18.30h de ese mismo domingo, cuando los españolitos de a pie intentábamos sacar partido, entre el estruendo provocado por mil vecinos andinos incivilizados, de ese estupendo largometraje que es "Contact", Zapatero logra colarse en la pequeña pantalla de nuestros hogares para anunciar que ha tomado la decisión de retirar inmediatamente las tropas españolas estacionadas en Irak.

Si mal no recuerdo y y si mal no recordamos todos, Zapatero se había venido comprometiendo con la opinión pública desde hacía más de un año en el sentido de que si era elegido Presidente del Gobierno, retiraría a los soldados españoles destacados en Irak si antes del 30 de Junio de 2004, Naciones Unidas no se había hecho cargo de la situación en aquel desolado país.

Es más, el nuevo Presidente de nuestra Nación se había obligado ante los españoles y ante sí mismo a pelear ante el Consejo de Seguridad de la ONU para conseguir que se aprobara una nueva resolución que intercambiara el mandato de las tropas internacionales allí destinadas en favor de este organismo internacional y en perjuicio de los norteamericanos.

Pero no. Zapatero, tras más de un año insistiendo en esa idea y después de hacerla valer durante el debate de investidura del pasado sábado, ha tirado por la calle de en medio sin encomendarse ni a Dios ni al diablo y haciendo gala de una falta de solidaridad estremecedora, ha dado la esperada orden con setenta días de antelación.

Yo quiero detenerme en las consecuencias de este acto y en las motivaciones que pueden haberle impulsado a actuar con tan insolente precipitación.

En primer lugar, si tal y como sostiene la investigación oficial, los atentados de Madrid fueron cometidos por células integristas islámicas -algo que, a la vista de los perfiles delictivos de los delincuentes detenidos parece cada día más improbable- los terroristas árabes y los dirigentes de los países musulmanes que los apoyan y los financian, ya saben cuál es el camino a seguir para derrumbar a más gobiernos democráticos occidentales y para obtener de éstos las concesiones que deseen. Por ejemplo, si al melífluo y amanerado monarca marroquí se le mete un día en su esfínter otra cosa que no sea el inhiesto falo de algún adónico sirviente de palacio -como bien podría ser la idea de recuperar a toda costa Ceuta y Melilla- sólo tiene que tensar la cuerda, apoyarse en sus resortes anti-occidentales en suelo español -muy conocidos y activos, por otra parte- y entrar en contacto con quienes ya sabe, para que hagan lo que mejor saben hacer. Si a ello añadimos que el Presidente del Gobierno en esos momentos puede ser Rodríguez Zapatero, las probabilidades de éxito del soberano sodomita, se elevarán cual acciones de Prisa tras victoria electoral socialista.

Trasladándonos a escenarios más probables, por su cercanía en el tiempo más que por otra cosa, los fundamentalistas islámicos podrían atentar en las vísperas de las elecciones norteamericanas, polacas, australianas, italianas o británicas, perpetrando masacres como las padecidas en Madrid, con el fin último de volver a invertir las intenciones de voto de los electores y que éstos actúen condicionados por el miedo y el pánico. Si Zapatero ha retirado las tropas españolas de Irak por temor a tener que afrontar durante los primeros días alguna baja en aquella convulsa zona, tal vez en el futuro tenga que vivir con la carga de que cientos de italianos murieron reventados en el metro de Roma, docenas de londinenses perecieron acribillados en los pasillos del aeropuerto de Heathrow o quizás miles de americanos cayeron víctimas de la explosión de alguna bomba sucia en Denver, Houston o Boston, simplemente porque este sucedáneo de dirigente, este aprendiz de gobernante, mostró su cara más cobarde y pusilánime nada más tomar posesión de su cargo.

En último término, muchos comentaristas se preguntan el porqué de tanta precipitación y las razones que han movido a Zapatero a traspasar con peligrosa inconsciencia, los límites de su propia promesa. Unos creen que se trata de un golpe de efecto, destinado a mostrar una cara a la vez dura y comprometida con su palabra. Pueden estar en lo cierto. Otros piensan que con su irreflexiva premura, trata de oscurecer el brillo de algunas informaciones que arrojan muchas dudas sobre la autoría del 11-M y sobre las conclusiones de los investigadores. Y en este segundo caso, creo que aún están más en lo cierto.

Por mi parte, añadiré una última consideración y es que el abofeteo al que ha sometido con esta decisión a uno de sus mayores rivales dentro del PSOE, José Bono, ha sido realmente estereofónico. Le hace cruzar el Tajo y abandonar la Presidencia de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha para entregarle la cartera de Defensa y antes de que el nuevo y flamante ministro haya podido tomar posesión del cargo, se lo lleva del brazo ante las cámaras de televisión y le desautoriza delante de 40 millones de españoles, lanzándole una autoritaria carga de profundidad para hacerle saber quién manda realmente en el partido.

El inocente Bambi se ha transformado en el taimado Scar. Mucho cuidado. Esto sólo es el principio del talante dialogante y de la voluntad negociadora de ZP.

Lucio Decumio.

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