19 abril 2004

Conflictos con vecinos indeseables

Tiempo ha que no hablo de los vecinos ecuatorianos que desde hace cuatro años aproximadamente, nos vemos mi familia y yo en la obligación de soportar. Viven en el piso inmediatamente superior y en este período de tiempo, pierdo la cuenta de las veces que les hemos llamado la atención, haciéndoles saber que los modales y los comportamientos "chabolescos" de las barriadas de Quito o Guayaquil, de las que con toda seguridad proceden, no son en ningún modo exportables a las ciudades y los países que en España les acogen.

Pues bien, una y otra vez ha llovido sobre mojado. En la medida de lo posible, se ha tratado educadamente de evitar que sus masivas fiestas andinas se prorrogaran más de doce o catorce horas, se les ha invitado reiteradamente a que se quitaran los tacones para andar sobre el suelo de su piso, se les ha conminado a que reprendieran a sus hijos cuando pisotean alegremente el terrazo y corren por la casa como si estuvieran en plena Casa de Campo; en fin, se ha tratado por todos los medios de que entendieran que se encuentran en una comunidad de vecinos y que se deben guardar unas mínimas normas de convivencia, respeto y urbanidad. Pero no sólo no nos han hecho caso, sino que lejos de modular su comportamiento y empaparse de las costumbres de la Nación y la ciudad que les ha dado una segunda oportunidad, se han reído de nosotros en nuestra cara en multitud de ocasiones -aquí, las paredes y los techos también oyen- nos han cerrado su puerta en las narices y nos han amenazado y tratado despectivamente cuando les hemos reconvenido.

Y hoy he estallado. Hablar con esta gentuza es como tratar de convencer a una estatua para que baile "break-dance", así que tras seis horas ininterrumpidas de arrastre de muebles por el techo de mi casa, que me ha impedido disfrutar de una gran película como es "Contact", que ha evitado asimismo que pudiera disfrutar de una reparadora y merecida siesta y que me ha imposibilitado para poder leer tranquilamente alguno de los cientos de libros cuya lectura mantengo pendiente, he subido a su casa, he llamado a su timbre y he aporreado su puerta.

Me han abierto, sin siquiera preguntar quién llamaba, dos críos de unos ocho y cuatro años respectivamente, a los que he reprendido con dureza por el escándalo sin precedentes que se había desatado en ese piso en la tarde de hoy domingo. Me han pedido perdón, pero a mí me ha dado igual; les he indicado que llamaran a su madre o a quien fuera y ha venido una ecuatoriana oronda, con la que en más de una ocasión ya he tenido algún enfrentamiento verbal y la he advertido de que ésa era la última vez que subía a amonestarles, que a la próxima, llamaría a la policía y presentaría una denuncia.

Un aparte para decir que la idea de elevar nuestras protestas contra la propietaria del inmueble, están descartadas, pues se trata de una persona desequilibrada y paranoica como pocas he conocido. Baste decir que antes de nuestra llegada al bloque en el que actualmente vivimos, ya era conocida entre los más de cuarenta vecinos del mismo con el sobrenombre de "la loca del cuarto".

En fin, a lo que iba. Como la humildad o la modestia son facultades o conceptos que estas gentes llegadas de lejanas tierras se niegan a integrar en su vocabulario y en sus modos de comportamiento, la gordinflona se ha encarado conmigo, como era de esperar, mientras que sus atemorizados retoños contemplaban la escena.

Al cabo de un par de horas, cuando ha llegado el cabeza de familia, ha bajado con la madre a pedir explicaciones sobre mi comportamiento. Lo nunca visto. ¡¡¡Ése sinvergüenza, máximo responsable de que durante los últimos cuatro años hayamos vivido con un zoológico encima de nuestras cabezas y no con unos vecinos decentes, se atrevía a bajar a mi casa a ajustar cuentas conmigo por mi último y encendido toque de atención!!!

Afortunadamente, mis padres ya habían llegado a casa y han servido como colchón entre ése indeseable malencarado y yo, que en caso contrario, se lía, seguro. Yo soy una persona enormemente pacífica. Tan es así, que jamás me he peleado con nadie, nunca he golpeado a nadie y en la vida me he visto envuelto en reyertas, trifulcas o altercados. La moderación en mis ademanes, mis gestos y mis palabras es mi tarjeta de visita y cualquiera que me conozca, sabe positivamente que es así. Pero es que hoy me han sacado definitivamente de mis casillas. No soporto su mala educación, sus aspavientos, su falta de respeto al prójimo y sus modales despectivos, insolidarios, chulescos, agresivos y tirantes, tapizados de inocente victimismo inmigratorio.

Y en último término, ha concluido amenazándome con encontrarnos en la calle y bla, bla, bla. Sobra decir que no creo que haga nada y que en caso de atreverse, no será con menos de seis u ocho, primos, familiares o compatriotas.

Estoy harto de que los matones y los pendencieron, independientemente de su origen o condición, campen a sus anchas por España, abusando de la buena fe y de la buena disposición de la gente que se encuentran a su paso y que cuando éstos últimos plantan cara y dicen basta, aquéllos amaguen y amenacen con más virulencia si cabe, al comprobar que se trata de poner cortapisas a su comportamiento selvático y avasallador.

Mucho me temo que los próximos capítulos de esta historia se tendrán que escribir en clave de juzgados, querellas y denuncias.

Lucio Decumio.

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