15 febrero 2004

Sanciones injustas e injustificadas

Circunstancialmente, me valgo de diversas noticias relacionadas con el mundo del deporte para darme un respiro en torno a mis más que habituales intervenciones en torno a la política nacional e internacional. Hoy me decanto sin rubor alguno por la alternativa deportiva y dentro de la misma, entre las muchas opciones que se pueden manejar, incluido el repentino fallecimiento de Marco Pantani, me he inclinado por una que puede resultar en principio de escaso calado, pero que para mí muestra con especial carga gráfica, muchos de los males que sacuden a España.

Hace tres o cuatro días, en partido de semifinales de la Copa de Su Majestad El Rey disputado en el Ramón Sánchez Pizjuán entre el Sevilla y el Real Madrid, dos jugadores bien distintos, tanto dentro como fuera del campo, protagonizaron un lance que ha hecho correr vastos ríos de tinta en todos los medios. Dentro del marco de la extraordinaria tensión que presidía el encuentro, convenientemente azuzada desde el bando andaluz durante toda la semana previa, Pablo Alfaro, uno de los defensas centrales del equipo local, pugnó por la posesión del balón con Zinedine Zidane. En el salto, el defensor sevillista impactó conscientemente con su codo sobre el rostro del centrocampista francés del Real Madrid, quien en acción refleja de autodefensa, soltó su mano izquierda para apartarse de encima tan incómoda y hostil acometida, golpeando levemente en el rostro del veterano zaguero hispalense.

Alfaro, futbolista que se ha ganado a pulso una sólida fama de brusco, abrupto y violento dentro del los terrenos de juego, así como de provocador e incitador nato por sus declaraciones fuera de los mismos, se desplomó teatralmente ante los ojos del juez de línea del encuentro, al sentir el amago de trompada de Zidane. Ante las protestas de los jugadores del equipo local, el árbitro de la contienda consultó con su asistente -el celebérrimo Rafa- y éste le indico que el marsellés había agredido premeditadamente al español. Consecuencia de la deliberación entre ambos jueces, fue la tarjeta roja directa que se le mostró al jugador galo.

En el descanso, el director deportivo del Real Madrid, Jorge Valdano, se encontró en el túnel de vestuarios con el árbitro para recriminarle su falta de autoridad y de presencia de ánimo ante el ambiente enrarecido que se vivía en el estadio y que según Valdano, había influido en su decisión de expulsar a Zinedine Zidane.

Al día siguiente, más que del propio encontronazo entre los jugadores, desde muchos ámbitos, especialmente el sevillista, se hablaba de las pretendidas actitudes mafiosas e intimidatorias de Valdano durante el descanso del partido, pero no de las declaraciones de los dirigentes del Sevilla y de algunos de sus jugadores antes del encuentro, que envenenaron conscientemente la atmósfera del graderío con el fin de presionar activamente al trío arbitral en sus decisiones a lo largo de la contienda.

No es de recibo que en un encontronazo entre Zidane y Alfaro, alguien piense que el primero es el culpable, en vista de los antecedentes de uno y otro. Tampoco es asumible que equipos técnicamente inferiores y tácticamente escarpados como el Sevilla, se valgan de las declaraciones incendiarias de sus jugadores, directivos y técnicos para dar lugar a presiones ambientales extremas que buscan equilibrar retorcidamente la balanza en sus enfrentamientos con equipos de superior categoría. Sobre este último punto, hay una última vuelta de tuerca aún más alevosa si cabe, que es la inversión de la carga de la prueba de la que es víctima el insigne rival, cuando harto de que le echen plomo fundido es sus espaldas, se revuelve y protesta ante la injusticia, para ser en último término, quien recibe el castigo.

Pero lo menos aceptable es que siempre se ejemplarice con el Real Madrid, que lo único que hace es buscar a los mejores futbolistas del mundo, vestirlos con sus colores, conjuntarlos y tratar de vencer en buena lid a sus adversarios, jugando del mejor modo posible. Lo demás son necedades de acomplejados que buscan aprovecharse de la caja de resonancia que es el propio equipo blanco, para ganar sus minutos de gloria y de fama ante los medios.

En última instancia, yo me pregunto porqué no se suspende cautelarmente la sanción de un partido al jugador del Real Madrid, al menos hasta que éste presente las correspondientes alegaciones ante la justicia deportiva y al F.C. Barcelona, que aprovecha la menor ocasión para venderse como víctima ante su eterno rival capitalino, aún no se le ha obligado a cumplir el justo castigo de dos partidos de clausura que se le impuso a su estadio, tras los gravísimos incidentes del partido de Liga que disputaron hace más de año y medio ante, precisamente, el Real Madrid.

Este no es -como decía previamente- sino un botón de muestra más de la inversión moral que se vive en España y en virtud de la cual, se ha convertido en costumbre victimizar al verdugo y culpabilizar a la víctima.

Lucio Decumio.

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