21 febrero 2004

¿Fraude en el deporte?

El reciente fallecimiento del ciclista italiano Marco Pantani, en el ámbito de unas causas aún no aclaradas, pero muy relacionadas sin duda con un consumo desmesurado de estupefacientes y ansiolíticos que le permitían aislarse de la rocosa realidad en la que vivía desde su positivo en el Giro hace un par de años, ha vuelto a destapar la Caja de Pandora en el mundo del deporte.

Por añadidura, es rara la semana o el mes en el que algún ex-jugador italiano de fútbol, no muere víctima de la Esclerosis Lateral Amiotrófica, una enfermedad degenerativa que afecta a nuestro sistema neurológico y por extensión a todo el sistema motriz y que se relaciona cada vez más con el uso y consumo incontrolado de sustancias para la mejora del rendimiento físico, pero como se ve, mortalmente nocivas en muchos casos. A este respecto, no sólo han sido ex-jugadores italianos los afectados, pues se cuentan también numerosos casos de jugadores de béisbol o de fútbol americano, entre otros deportes.

Y esto va a continuar. Mi sensación es la de que estas noticias van a golpear cada vez con más frecuencia en el mundo del deporte y además, sobre atletas insignes y ejemplares. Y para fundamentar mi tesis, me acompañaré de un par de ejemplos bastante gráficos.

-Recientemente ha estallado un gran escándalo en el seno de la ATP a la vista del positivo que dio una de sus máximas figuras, el británico Greg Rusedski, en un reciente torneo del circuito. El afectado no sólo no aceptó el posible castigo que se le pudiera imponer, sino que amenazó con hacer pública una lista con más de cuarenta tenistas de élite que, presuntamente, también acostumbrarían a consumir sustancias prohibidas. Ante la posibilidad de que el escándalo alcanzase aún mayores proporciones, la propia ATP se puso del lado del jugador de las islas y le mostró su apoyo y solidaridad incondicionales. Auxilio y favor que no nacía, seguro, de la absoluta convicción de la Asociación en la inocencia de Rusedski, sino que a mi entender, beben de las fuentes de un corporativismo culposo difícilmente ocultable.

-Cuando se celebra en Francia un certamen ciclista, sea cual sea su categoría, las autoridades sanitarias, apoyadas por Interior y por la Gendarmería, dedican ímprobos esfuerzos a una despiadada caza de brujas contra el consumo de sustancias dopantes entre los participantes. Sin pudor, registran hoteles, habitaciones, coches de equipo, bolsas de material e incluso restos de excrementos en urinarios y excusados. A este respecto y siendo algo demagogo, lo reconozco, se me ocurre pensar que si este mismo despliegue de medios se llevara a cabo contra mafias, asesinos y terroristas internacionales, Francia se convertiría en cuestión de semanas, en un remanso de paz y de concordia sin parangón en Europa y en el mundo. Pero no, van a por unos tipos inofensivos que se inyectan unos caldos que hoy ayudan, pero que mañana enferman.

Me molesta y me ofende el hecho de que haya deportistas que ingieran sustancias prohibidas para ayudarse en los esfuerzos aeróbicos y anaeróbicos que tengan que desempeñar. Pero más me molesta y más me ofende la hipocresía de la gente, de los aficionados, de los medios de comunicación y en última instancia de las casas patrocinadoras de equipos y jugadores.

En la sociedad en la que vivimos, se ha convertido en norma de uso común, exigir el máximo rendimiento a quienes están a nuestro alrededor, no dándonos cuenta muchas veces, del elevadísimo precio que les hacemos pagar a costa de ese mandato imperativo. En un día normal de nuestra vida en 2004, cualquiera de nosotros acumula una magnitud de experiencias tal, que un grado equivalente de las mismas en 1950, serían imposibles de asumir en el plazo de un año. Y aunque lo parezca no exagero. Envueltos como estamos en esta vorágine, cada día nos imponemos y nos imponen más y mayores desafíos, no escapando obviamente de esta dinámica, el mundo del deporte.

Así, los aficionados piden cada día más espectáculo, metas más lejanas y complejas de alcanzar, éxitos que vayan más allá de los cosechados en el pasado. Es decir, aunque se nos satisfaga con algo más, siempre nos encontraremos en un estado de persistente insatisfacción que trasladaremos sin dudar a los demás. Otro de los actores del proceso, los medios de comunicación, reclaman asimismo su cuota de espectáculo para poder satisfacer las demandas de sus audiencias y en última instancia, las casas patrocinadoras, marcas de ropa deportiva o grandes multinacionales, aprietan las tuercas a los equipos y a los deportistas para que estos den el máximo y rindan los beneficios esperados a sus "mecenas" y ofrezcan el sumo espectáculo a los medios de comunicación y a las audiencias que ansiosos, así lo solicitan.

Es un círculo vicioso en el que quien más tiene que perder es el deportista que trata de seguir manteniéndose en el juego. Si no aporta a su dieta sustancias que le ayuden a mejorar su disposición atlética, pierde competitividad ante los rivales que sí que lo hagan, dejando por el camino notoriedad, celebridad e ingresos. Si lo hace y no le detectan, tendrá que vivir toda la vida con el íntimo estigma de haber gozado de una reputación y una gloria que tal vez no le deberían haber pertenecido, así como con la inquietud lacerante de saberse a medio plazo, ante un futuro empapelado por las dolorosas facturas que le vaya pasando su organismo. Y lo que es peor, si algún control le pone al descubierto, todos aquéllos que le exigieron el máximo y que le empujaron a ingerir esos caldos y brebajes, le colocarán al borde del acantilado y le empujarán al vacío con el exclusivo fin de aliviar sus conciencias y no asumir la gran carga de responsabilidad que nunca querrán afrontar.

El mundo, queridos lectores, está gobernado y regido por fariseos, farsantes y sepulcros blanqueados.

Lucio Decumio.

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