El revuelo y la polémica que se han desatado en los Estados Unidos tras la explícita actuación de Justin Timberlake y Janet Jackson en el descanso de la Super Bowl celebrada el pasado domingo, sólo ha sido posible gracias a los profundos contrastes que como poderosas fuerzas telúricas, sacuden de cuando en cuando los cimientos de aquel gran país.
Para la mentalidad europea, esencialmente la española, que es la que lógicamente conozco más en profundidad, el hecho de que una cantante o una artista de reconocido prestigio mostrara voluntariamente uno de sus senos durante una actuación televisada a millones de hogares, no pasaría de meros y supérfluos comentarios matinales entre humeantes cafés y crujientes tostadas. Todo lo más, entre las tímidas protestas de alguna asociación para la defensa de los derechos del menor o de los televidentes, se colaría algún que otro chascarrillo, más que seguramente relacionado con inminente Boda Real y a los seis o siete días, todo absolutamente olvidado.
Pero eso en Estados Unidos no sucede. Un país que vive instalado sin solución de continuidad en la demanda de los consumidores contra las empresas, de éstas contra su competencia, del Estado contra los monopolios, de las asociaciones más variopintas contra sus políticos o de los gobernantes contra sus rivales, no podía dejar pasar tan jugosa oportunidad para convertir una inofensiva provocación en un asunto de Estado y en un problema de proporciones bíblicas para los organizadores de la gran final del fútbol americano y para la cadena de TV que lo retransmitió.
Como decía, particulares y asociaciones están ya preparando las correspondientes demandas contra los presuntos responsables de tan oprobioso crimen. Pero la consecuencia más preocupante de la chiquillada de Jackson y Timberlake no va a ser ésta. Con mucho, lo peor es la excusa que se les ha entregado en bandeja de plata a las retrógradas autoridades norteamericanas para instaurar de nuevo la figura del censor en espectáculos de esta índole, volviendo de este modo a los oscuros años cincuenta, cuando la ascensión y la influencia del furibundo senador McCarthy se convirtió en la pesadilla de quienes no comulgaban con su particular visión de la realidad americana.
Sin ir más lejos, durante la Gala de Entrega de los Premios Grammy, que se celebra esta noche, la cadena de televisión que lo retransmita, deberá hacerlo con cinco minutos de retraso sobre el instante real, con el fin de que el censor encargado de velar por la decencia y la moral del acto, tenga suficiente margen como para recortar las imágenes que a su juicio, atenten contra el decoro o la compostura, como escotes generosos, palabras groseras o canciones políticamente incorrectas.
En resumen, que la decisión tomada por los gobernantes norteamericanos a este respecto, me parece un desatino propio de repúblicas bananeras y no de la que se tiene por la primera democracia del mundo y por el país de las libertades y de las oportunidades. A la vista de esta delirante espiral puritanista y conservadora que está arrasando con muchas de las cotas de libertad alcanzadas por los americanos durante décadas, me veo en la obligación de lanzar un suspiro de alivio por vivir en un país como España, donde el Gobierno de centro-derecha, democrática y mayoritariamente elegido por todos los españoles, no duda ni por un instante en aguantar, año tras año, el chaparrón de mentiras, estupideces, falacias, demagogias y farsas que se arrojan contra él y contra todos los que no opinan como quienes las lanzan, desde, por ejemplo, la Gala de Entrega de los Premios Goya.
Que se pregunten aquellos que acusan constantemente al Gobierno de franquista, fascista y totalitario, hasta dónde puede llegar el compromiso de éste con la libertad de expresión de sus gobernados, si incluso sus rivales más sectarios pueden manifestarse como tales sin ningún temor y seguir recibiendo las jugosas subvenciones estatales que les permiten vivir como marqueses. Y por lo que a mi caso particular se refiere, me quedo antes con mil películas como "La pelota vasca" de ése oportunista provocador que es Julio Médem, que con el recorte censor de uno solo de los minutos de sus oblícuos metrajes.
Lucio Decumio.
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