Del Papa, de su figura, de su alcance, de su ciclópea labor evangélica, de su inquebrantable compromiso con la paz, la libertad y los derechos humanos, así como de su final agónico, pero ejemplarmente cargado de dignidad, valentía y temple, se ha comentado y escrito ya en todos los ámbitos, así que cualquier cosa que yo pueda añadir al respecto, será hacer caer agua sobre el suelo mojado. Antes sin embargo, invito a quien así lo desee, a que pinche en este enlace y revise lo escrito por este humilde redactor hace un año y medio en torno a la figura del Papa que ayudó a vencer al comunismo y a que millones de personas, recuperaran la libertad secuestrada durante décadas.
Así las cosas, me centraré en determinados aspectos internos de política nacional, que por otra parte están muy ligados al óbito del Sumo Pontífice y que me tienen especialmente preocupado.
Aun entrando en una pequeña contradicción con el último verbo conjugado en el párrafo anterior, debo mostrar mi regocijo ante la noticia que acabo de leer y que anuncia que Gaspar Llamazares ha hecho un llamamiento de urgencia a José Luis Rodríguez Zapatero y por extensión a todo el Gobierno de la Nación para que, con motivo del reciente fallecimiento de Juan Pablo II, no "sobreactúen" desde los cargos que ocupan a la hora de mostrar sus condolencias públicas por la muerte del Santo Padre. Ello podría invitar a pensar, siempre según el egregio guardián de la ortodoxia comunista ibérica, que España es un estado católico y confesional, poniéndose así en serio riesgo de aplicación, los elevados valores laicistas que con furibundo empeño han ido edificando las izquierdas, cada una a su manera, en los últimos tiempos.
Insisto. Digo bien cuando afirmo que me regocijo, pues estas declaraciones de Llamazares, enclavan aún más si cabe al personaje en cuestión en el emplazamiento social y político que verdaderamente le corresponde, es decir, aquel que une los caminos del integrismo laicista más exaltado, junto con los del decimonónico marxismo de garrote y barricada practicado por el dirigente comunista en los últimos tiempos. De los mendigos del raciocinio, de los parias morales y de los microbios intelectuales poco más se puede esperar. El insignificante, el mezquino, es envidioso y codicioso "per se". La notoriedad y el reconocimiento que el limitado intelecto de que le ha provisto la Naturaleza le impiden alcanzar, trata de conseguirlos a través de retorcidas maniobras pretendidamente desestabilizadoras, disgregadoras y agitadoras. Esa actitud, que en estrecha colaboración con el PSOE y ERC sirvió para erosionar al PP hasta Marzo de 2004, me temo que será inútil si lo que busca es desgastar la imagen de uno de los individuos más formidables que ha dado la raza humana, como es Karol Wojtyla.
Sin embargo, también hay que agradecer a Llamazares que sea fiel consigo mismo. Que la misma sordidez y vileza que demuestra un día sí y otro también en sus comportamientos y en sus declaraciones, la mantenga inamovible cuando de glosar la figura del Papa recién fallecido se trata, no deja de ser demostración de que es leal hasta el último suspiro, a sus delirantes y enfebrecidas teorías sobre el enfrentamiento social, la lucha de clases y en último término, sobre la participación de la Iglesia en esos conflictos. Asimismo, la ausencia de elogios hacia el Santo Padre por parte del dirigente de IU, así como sus demandas al Gobierno para que modere el tono de sus condolencias, obran el efecto de reconfortar mi espíritu y ratificarme en la idea de que si gente como él se desgañita para tratar de restarle protagonismo al gran Papa eslavo y su obra, es que quienes defendemos la vigencia de buena parte del pensamiento de Wojtyla, estamos en la senda correcta.
Termino con Llamazares, que no es cuestión de extenderse demasiado con alguien de su catadura. Lo peor no es que haya conminado al Gobierno a que se muestre particularmente cicatero en cuanto se refiere a sus manifestaciones de pésame hacia los católicos y hacia el Vaticano. Como decía, me alegra que el gnomo haya mantenido invariable su compromiso con el odio y la repulsión contra todo lo que considere próximo o cercano a la Iglesia y la religión católica. De alguien como él, vuelvo a insistir, era de esperar.
Lo peor, decía, es que al Gobierno no le ha hecho falta esperar a la admonición del comunista resentido para comportarse como lo que es y además, hacerlo en el sentido deseado por Llamazares. El perfil sectario, provocador, conspirador y alevoso de un Ejecutivo que debería ser de todos, ha vuelto a ponerse de manifiesto simplemente a la vista de dos hechos especialmente significativos. La ausencia de una declaración institucional del Presidente del Gobierno dando el pésame al 80% de los españoles por la muerte de su representante religioso más insigne y asimismo, el mísero día de luto oficial decretado por Zapatero y el hampa que lo sostiene, si lo comparamos con los nueve anunciados en algunos países sudamericanos, los cinco que habrá en Italia o los tres que han proclamado entre otros, los EE.UU. y......... Egipto.
Cada día queda menos espacio para la duda. La izquierda española, genéticamente impedida para dejar de lado su sectarismo, jamás será capaz de sacudirse la carga residual de la lucha de clases que pesa sobre su pensamiento y filosofía política y que les imposibilita para convivir con el resto de fuerzas políticas y sociales sin buscar permanentemente puntos de fricción que justifiquen sus enfebrecidas teorías.
Ni la muerte de un Papa sobre el que convergen unánimemente los elogios desde todos los puntos del planeta, les aparta de su senda revanchista. Y eso, como decía previamente, me alboroza por lo que de revelador de su talante, tiene.
Y en cuanto al desplazamiento que Zapatero tendrá que efectuar al Vaticano para asistir a las ceremonias fúnebres por el Sumo Pontífice, yo como católico, me siento tan poco representado por este individuo, como molesto tiene que sentirse él al verse obligado a acudir a una cita de la que íntimamente, rehúsa. En estas circunstancias y a la vista de su particular cruzada laica contra los católicos españoles, a nadie debería extrañar que ZP aprovechase su viaje al Vaticano para perpetrar un nuevo acto propagandístico para consumo interno de sus corifeos de la izquierda. Retrasos a la hora de acudir a alguno de los actos previstos o irreverencias ceremoniales de algún tipo no serían nada insólito, pues conocemos al sujeto y ya hemos visto en otras ocasiones de lo que es capaz.
Por fortuna, los grandes y buenos hombres como Karol Wojtyla están tan por encima de la mezquindad y el patetismo de quienes tratan de mancillar su memoria y su legado, que cualquier intento por arrebatarles siquiera un ápice de gloria, sólo logra engrandecer aún más su sobresaliente figura.
Y dos cosas más antes de terminar.
A/ Muerto el Papa, ¿cuánto tiempo tardarán algunos sectores de la izquierda política y de la "nomenklatura kultural" en armarse de valor y tomarse cumplida revancha por sus derrotas ante el Santo Padre, pidiendo que se retiren las estatuas que Karol Wojtyla tiene dedicadas en plazas y calles de España? ¿O cuánto habrá que esperar para que propongan que la Catedral de Sevilla o la de la Almudena renuncien a sus usos litúrgicos y se conviertan en un museos o espacios para el recuerdo de las víctimas de la Inquisición?
B/ Si el fallecido hubiera sido el máximo dirigente de la religión islámica, pongámosle por nombre el Ayatollah de Mahoma en la Tierra, ¿alguien cree que ZP no hubiera expresado en declaración institucional televisada al millón de musulmanes radicados en España, su más sentido pesar por tan irreparable pérdida?
Lucius Daecumius.
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