Políticamente, el día de hoy es un día triste. Hemos sabido que en el Consejo de Ministros de mañana se escribirá un capítulo más, desgraciadamente no el último, de esta aciaga novela por entregas a cuya lectura y visionado, estamos asistiendo atónitos la mayoría -creo que somos mayoría- de españoles durante los últimos meses. Mañana, si un meteorito, una invasión alienígena o una alineación planetaria no lo impiden, el Gobierno consumará una de las mayores fechorías que se pueden perpetrar contra el legado común de todos los españoles.
Efectivamente. ZP y su Gobierno tienen previsto aprobar el traslado de parte del Archivo de la Guerra Civil, que como bien sabemos se encuentra actualmente ubicado en Salamanca, a Cataluña. Y todo ello, ante la mirada lánguida y despreocupada de buena parte de la sociedad, ante la ira de los salmantinos y de no pocos españoles, que vemos cómo se utiliza parte de la herencia común como moneda de cambio para mantener la prebenda gubernamental y el coche oficial y en último lugar, ante la satisfacción generalizada de los depredadores nacionalistas, que observan desde su revanchismo eternamente insatisfecho, como otra de las presas políticas a la que en su día decidieron dar caza, va camino de su guarida.
Hoy han sido un puñado de legajos administrativos de la Generalitat de los años 30. Ayer fueron concesiones sobre impuestos, sanidad, educación o seguridad. Y mañana serán nuevas reclamaciones envueltas en su tradicional manto de victimismo, deuda histórica o presuntos agravios del pasado y que ocuparán a los aeropuertos, los puertos o las fronteras.
El nacionalismo es así. Llámese catalán, vasco o de cualquier otra índole -que en España y en vista de los extraordinarios réditos que obtienen los dos primeros, pronto serán 17- no se detiene en barras. Cuando fija su vista en una presa, no descansa, ni de día ni de noche, hasta que esta reposa ensangrentada en su mandíbula. Y cuando ya lo han conseguido, cuando la pieza está convenientemente asegurada, afilan otra vez sus colmillos y sus garras y dan comienzo a una nueva batida. Así, hasta que la nueva víctima de sus delirios reivindicativos es capturada y vuelven al principio para no terminar jamás.
Desde hace años, desde que tengo uso de razón, todo este absurdo proceso de ajustes de cuentas de unos pocos contra el resto, ha seguido un guión inamovible que se ha cumplido escrupulosamente. Únicamente han refrenado sus ansias cuando, como suele sucederle a los cobardes, han comprobado que el rival era más fuerte. Sólo cuando los gobiernos centrales han gozado de mayoría absoluta, han tamizado sus reclamaciones aunque a sabiendas de que siempre les llegaría el turno. Mientras, agazapados y acumulando todo el odio, el resentimiento y las ansias de venganza de que eran capaces, aguardaron su momento con el fin de saldar deudas que sólo pululaban en su enfermizo imaginario.
Y esos momentos les llegaron, como llegaron los gobiernos en minoría de González primero y Aznar después. La diferencia es que aquéllos, aun en tiempos de quebradiza mayoría parlamentaria, rehusaban en lo más íntimo de la amenaza y del chantaje al que eran sometidos, aunque finalmente, se vieran obligados a ceder ante el empuje de la bestia.
Sin embargo, en los duros tiempos que nos ha tocado vivir, la víctima no sólo no rechaza las intenciones de la alimaña, sino que en el colmo de la necedad y de la falta de coraje, acepta y justifica el destino al que le quiere someter su captor.
Y ya va siendo hora de poner las cosas en su sitio, si no queremos que todo el tinglado se termine viniendo abajo. Del PSOE y de ZP no espero ningún gesto de valentía ante los saqueadores, pues son los mismos a los que se entregan sin rubor para sostenerse donde están, a costa del resto de los españoles, de nuestra libertad y de nuestra Nación, duramente labrada a través de los siglos.
Pero del PP espero que lidere una contraofensiva, en la que yo creo, poco o nada tiene que perder, pues la propaganda del gobierno y de sus aliados siempre buscará identificarles, hagan lo que hagan y digan lo que digan, con posiciones extremistas, a fin de arrinconarles y eliminarles políticamente.
Así que, a la vista de la deslealtad de los nacionalistas y de la complicidad suicida del PSOE, propongo lo siguiente: Si para Ibarreche, Maragall, Carod y demás caterva, sacar al ruedo político cualquier cuestión reivindicativa relacionada con el autogobierno o con pasados y presuntos agravios históricos, es sinónimo de éxito, yo digo: ¿Porqué razón no invertir la tendencia y darles un poco de su propia medicina?
Me explico. Si nacionalistas catalanes y vascos consideran cualquier competencia central es susceptible de ser reclamada, así como cuestionable cualquier concepto de la Historia de España, de su cultura, de su legado y de su sentimiento nacional, ¿porqué no aplicar su misma estrategia y lanzar a la mesa unos cuantos órdagos que propongan la eliminación de algunas de las prerrogativas que han ido acumulando en los últimos años o que pongan en duda su legitimidad o su historia autonómica o regional?
Yo digo que para detener esta sinrazón, hay que pasar a jugar en su terreno, hay que sacudirse los complejos, pasar a la ofensiva y dejar de mantener posiciones defensivas y timoratas. Propongamos la eliminación o la supresión de parte de sus privilegios y postulemos por la devolución al Estado de facultades y competencias que han ido arrebatando con su táctica depredadora a lo largo de los últimos tiempos. Después de todo, hasta que consiguieron muchas de las atribuciones estatales que ahora gestionan, éstas estaban en manos del Gobierno Central y nadie, salvo a ellos cuando les convino, había puesto en entredicho la legitimidad del Estado para gestionarlas correctamente.
De esta forma, considero que podríamos cogerles con el paso cambiado. El matón está tan acostumbrado a golpear, está tan seguro ante la docilidad de su presa, que no espera un contraataque de esas características. Bien formuladas, argumentadas y expuestas -hay Historia suficiente para darles forma- las propuestas de "recentralización" que menciono, trasladarían el debate político a unas coordenadas muy diferentes de las actuales. Y mientras ellos tuvieran que emplear sus fuerzas en mantener el botín conquistado a buen recaudo, a buen seguro que no les quedarían ánimos para intentar engrosarlo con nuevas rapiñas y futuras incursiones.
En definitiva, que no se discuta en todos los foros de debate y en todos los medios de comunicación de la posibilidad de que pueda aprobarse un Plan Ibarreche, un Plan "Pachi López" o un nuevo Estatuto Catalán. Que no se hable del último rebuzno de ERC, del penúltimo graznido de Llamazares o de la máscara con que ETA se presente a los comicios autonómicos vascos. Que se obvie cualquier reivindicación sobre deudas históricas, sobre financiaciones estatales de caprichos regionalistas y sobre cualquier otra perturbación mental de esta chusma vociferante y rencorosa.
Dinamitemos sus argumentos y dejémoslos en segundo plano con proposiciones que aunque de momento no tengan visos de convertirse en realidad, en virtud de la minoría parlamentaria del PP, sí que sean lo suficientemente válidas, política y jurídicamente, como para sean tomadas en consideración por estos arquitectos de la destrucción y les hagan sentir la duda razonable de su propia vulnerabilidad.
Alguien podrá decir que estas ideas son una locura. También se dijo en muchos ámbitos que la ilegalización de Batasuna y la lucha policial y judicial contra los terroristas y sus apoyos callejeros eran una insensatez y ya pudimos comprobar cuáles fueron los resultados.
Apaciguar a la bestia no calma sus ansias, sino que las redobla. Enfrentarse a ella le hace dudar, vacilar y en último término, desistir de su empeño.
Lo que no podemos hacer es quedarnos mirando.
Lucio Decumio.
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