Desde hace decenios, la sociedad vasca vive fragmentada en tres sectores fácilmente reconocibles. El primero está formado por una agrupación mafiosa que se dedica a pegar tiros por la espalda porque le da la real gana. Un segundo grupo lo forman aquellos que o se exilian para no recibir un balazo o se quedan a jugar a la ruleta rusa con el plomo que arrojan los primeros. Y unos terceros que suelen gobernar casi siempre y que pese a que su obligación sería proteger a los segundos, básicamente prefieren abrazarse con los criminales y llorar farisaicamente por el destino de las víctimas.
Esa y no otra es la cruda realidad vasca. Sin embargo, ha sido durante tantos años y sigue siendo a día de hoy tan persistente la indignidad y la anormalidad democrática en aquella región, que incluso para quienes vivimos en otros puntos de España, la irregularidad puede llegar a ser vista en algunos momentos como parte de lo cotidianamente inevitable. Desperezarse y galvanizarse es la clave para entender aquel escenario, ya que a poco que se indague y se rasque en el débil barniz de naturalidad con el que el nacionalismo tiñe los hechos, se nos muestra inmediatamente una situación tan aberrante e inverosímil, que en cualquier país de nuestro entorno no sería en modo alguno concebible.
Que unos asesinos amenacen y maten a sus rivales políticos y a su vez, se presenten a los comicios regionales bajo el cosmético de unas siglas aparentemente inofensivas, no se ha visto en ninguna parte. Que al tiempo, las víctimas de los sicarios tengan que ir a las urnas escoltadas por la Policía Autonómica a cargo de un gobierno que terminará apoyándose en los representantes que obtengan los asesinos, es de locura. Y que el presidente regional y buena parte de la clase política local trate de disfrazar todo ello de normalidad, sólo puede calificarse de sencillamente repugnante.
Así que a la vista de todo lo anterior, los resultados electorales del día de ayer, trufados de todas las irregularidades habidas y por haber, sólo dejan patente que la sintomatología de ese enfermo que es el cuerpo social vasco, se agrava. Y lo hace debido a los factores endógenos tantas veces mencionados -déficit democrático mayúsculo y galopante, amenaza y terrorismo etarra, connivencia peneuvista con los asesinos y abandono y exilio de las víctimas- pero sobre todo y en este caso particular, a causas exógenas, como la maquiavélica y descabellada decisión del Gobierno de la Nación de no actuar con toda la fuerza del Estado de Derecho contra el Partido Comunista de las Tierras Vascas, del que su pestilencia batasuna, apenas si deja dudas sobre su ADN etarra.
Por lo tanto, gracias a la desidia electoralista de ZP y del PSE, los asesinos vuelven a tener su cuota de representación y decisión en la máxima institución legislativa vasca y además, con mejores resultados que los obtenidos hace cuatro años.
Como ha hecho previamente en tantas otras áreas, el insensato ideólogo del "Todos contra el PP" vuelve a tirar por la borda todo el trabajo de ocho años de Gobierno "popular". Ahora, los asesinos blanqueados, pues no otra cosa son los representantes del PCTV, van a convertirse en pieza clave de la gobernación -que no gobernabilidad- de aquella atribulada región y lo que es peor, bajo unas siglas y un impoluto manto de legalidad que permitirá especialmente a Ibarreche, negociar cuantos acuerdos de gobierno o de estabilidad parlamentaria para toda o parte de la legislatura quiera.
Todo va a seguir igual, que es lo mismo que decir que las cosas irán a peor. Se reeditará el mismo gobierno en minoría que se formó en 2001 y gracias al empuje y al apoyo de las nueve alimañas vestidas de apacibles reses de granja, Ibarreche y los suyos podrán seguir desafiando abiertamente la legalidad vigente y aplicarse con esmero a la tarea de destruir, separar y disgregar aún más a la sociedad vasca y de hacer lo propio con la región en su conjunto al respecto del resto de España. Todo ello con la oposición timorata y entreguista que desarrollará un Pachi López estúpidamente asombrado por la negativa del PNV a gobernar con él y con una María San Gil debilitada tras la incomprensible pérdida de cuatro escaños y cada vez más afónica y aislada en su defensa de la Constitución.
En resumen. La anomalía y la irregularidad social y democrática campando a sus anchas en el País Vasco durante otros cuatro años más. Y eso significa que en España, aún no termina de instalarse la verdadera libertad y la verdadera democracia.
En último término, es asombroso comprobar cómo la mayoría de medios de comunicación han caído en el infantil análisis de que el Plan Ibarreche queda abocado al fracaso tras el retroceso experimentado por la coalición PNV-EA. Yo creo que, aparte de que no saben sumar, vuelven a tropezar, consciente o inconscientemente, en esa trampa que nos tiende nuestra mente y que nos invita a pensar, como mecanismo de autodefensa ante unos hechos desagradables, que esos mismos hechos y las circunstancias que los rodean no son tan alarmantes como en realidad son.
De otro modo, no se explica semejante examen periodístico de los resultados que han arrojado las urnas y que asimismo, no se den cuenta de que independientemente de la ensalada de siglas que termine dando forma al Gobierno Vasco, éste se situará en las antípodas del sentido común y sobre todo, de la verdadera libertad.
La única luz al final de este túnel, es la que se desprende de saber que en estas elecciones, sólo se han pronunciado el 66% de los electores llamados a votar. Quiero pensar que llegado el momento, esos 600.000 vascos que ayer no se acercaron hasta su colegio electoral, se sacudirán su miedo, su indolencia o su hastío y se pronunciarán a favor de planteamientos e ideas congruentes.
Lucio Decumio.
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