30 junio 2004

13 días

Cuesta en estas fechas postreras de Junio de 2004, una enormidad ponerse delante de un ardiente teclado, una humeante pantalla y una CPU en amenazante estado de ebullición, pues otra cosa no me parecen tales artilugios a la luz de las temperaturas que estamos alcanzando en nuestra querida España.

Sin embargo, hoy he tenido la oportunidad de contemplar una película que no había visto y que el hecho de dejar pasar de largo su visionado hace unos años, me dejó un amargo sabor de boca. Ello me ha animado a escribir, tratando de sortear de la mejor manera posible, el asfixiante calor que nos invade.

Hablo de "13 días", un largometraje interpretado por Kevin Costner -no demasiado buen actor, a mi juicio- en el papel de asesor del Presidente J.F. Kennedy durante la crisis de los misiles cubanos de Octubre de 1962. El resto del reparto es absolutamente desconocido para mí, empezando por los actores que dan vida a los malogrados hermanos Kennedy -John y Robert- y terminando por el último extra, lo que me invita a pensar que el filme, aunque parece riguroso, se ideó posiblemente como vehículo para el lucimiento personal del actor de mayor prestigio.

Pero pese a ello, la película mantiene intacto el interés del espectador -al menos en lo que a mí respecta- y pone de manifiesto con toda su crudeza las tensiones humanas y políticas que azotaron al Presidente Kennedy y a todos sus colaboradores durante aquellos cruciales días. Es fácilmente perceptible la sensación que se intenta transmitir de que ya entonces, entre los altos mandos de las Fuerzas Armadas Norteamericanas, no parecían calibrarse en toda su extensión las repercusiones de un intento de echar por las bravas a los soviéticos de la isla caribeña, anteponiendo no se sabe muy bien qué intereses personales o militares al agotamiento de cualquier vía de negociación.

Afortunadamente, los Kennedy obraron con cautela y mano de hierro a un tiempo. El bloqueo marítimo a la isla surtió el efecto deseado y las negociaciones en la trastienda entre altos dignatarios soviéticos y norteamericanos dieron como resultado el mantenimiento de un débil equilibrio estratégico y sobre todo, de la paz a nivel global.

Sin embargo, aquél enfrentamiento en la Administración Norteamericana entre quienes lucharon a brazo partido por la conservación de la paz y quienes abogaban por una intervención directa contra las bases instaladas en Cuba, se llevaría por delante la vida de los dos hermanos Kennedy. Quien más quien menos, sospecha que los asesinatos de ambos no fueron sino el definitivo ajuste de cuentas de las alas más duras de la Administración y el Ejército norteamericano, ante lo que entendieron como una grave debilidad política frente a Cuba y a la Unión Soviética en aquellos críticos días de 1962.

De ser ciertas estas sospechas, la perseverancia, la constancia, el buen juicio, el sentido común, el desvelo por los demás, la lucha por la defensa de las más justas y profundas convicciones y en definitiva, el intento de preservación de los más elevados valores humanos, se habría topado con la más retorcida protervia y con la más ignominiosa de las venganzas, disfrazadas además, de puntuales y aislados actos de inopinada violencia.

Pero es el tiempo, que todo lo juzga cuando nos da la suficiente perspectiva, el que se encarga de poner a cada uno en su sitio y dar a cada cual el reconocimiento que merece. No es ni mucho menos mi intención la de compararme en calado y en importancia histórica con Kennedy, pero espero que al igual que la historia y los hechos enaltecieron la figura de aquel extraordinario Presidente, el paso de las semanas, los meses y los años, terminen haciendo justicia con aquellos que por la espalda, sin previo aviso y con toda la deslealtad, la alevosía y la hipocresía de que fueron capaces, me decapitaron laboralmente sin darme siquiera la oportunidad de defenderme ante las insidias y las emboscadas que me tendieron por el camino.

Oponer razones y argumentos justos, correctos, razonables y cabales ante el embate de la arbitrariedad, de la infamia, de la esquizofrenia y del despotismo, conlleva el pago en ocasiones, de muy altas facturas.

Lucio Decumio.

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