No, no me voy a poner romántico, ni nada por el estilo. Hace un par de días o tres, estuve con unos amigos en el pueblo de Pedraza, provincia de Segovia, para asistir a una peculiar celebración que por lo que parece, tiene lugar el primer y segundo sábado del mes de Julio.
Se trata de la noche de las velas o así por lo menos la llaman los oriundos del lugar. Pondré en antecedentes a aquéllos que puedan encontrarse geográficamente algo desubicados. Pedraza es, como decía, una pequeña localidad segoviana, sita a unos 40 kilómetros de la capital y cuya principal baza turística es su extraordinario casco urbano, tributario como ninguno otro que yo conozca, de la época medieval.
Tan espectacularmente bien está conservado el citado casco urbano, que las nuevas construcciones que se van añadiendo, tienen que respetar unas estrictas normas arquitectónicas y estéticas, con el fin de no desentonar respecto a las edificaciones más antiguas del lugar, que son muchas y como digo, conservadas tan hábilmente, que están todas habitadas. Ése y no otro, es el gran valor añadido de Pedraza, pero tanto el Consistorio como los ciudadanos de la localidad, tuvieron hace unos doce o trece años, la brillante -evidentemente, nunca mejor dicho- idea de alumbrar todo el pueblo con miles y miles de velas encapsuladas, primero en vasos de cristal y luego, en años posteriores, en pequeños recipientes de plástico, vista la querencia por lo ajeno de los visitantes que acudían al pueblo a contemplar tan singular acontecimiento.
Y digo lo de brillante idea, no sólo por lo del distintivo alumbrado, sino porque el método para multiplicar el número de visitantes y los ingresos de tiendas, restaurantes y demás negocios de servicios del pueblo, no puede ser más imaginativo y sobre todo más barato.
Evidentemente, no me detuve a contar el número de visitantes que acudieron el pasado sábado a Pedraza, pero varios miles, desde luego que sí. Además, al margen del reclamo de la iluminación por medio de velas, los turistas que lo quisieran y tuvieran entrada, también podían ser partícipes del aliciente que suponía el concierto que ofrecía Aihnoa Arteta en la plaza principal del pueblo.
En fin, una espléndida oferta cultural y de ocio que como decía, multiplicó los ingresos de restauradores, hoteleros y tenderos hasta límites difícilmente imaginables. No hablo por hablar. Estos ojitos vieron cómo pasadas las 00.30h, muchos restaurantes aún servían patas de cordero y cochinillos asados por doquier, e infinidad de tiendas continuaban abiertas y repletas de público cuando estaban a punto de dar las 02.00h.
Aunque tampoco sea un acontecimiento tan espectacular, vaya desde aquí mi enhorabuena a los pedraceños, pedracianos, pedruscanos o como demonios sea su patronímico o gentilicio. Sólo espero que en el futuro, no les dé por llevar un poco más allá la celebración y arrojarse unos a otros las velas encendidas, cual tomatina de Buñol en versión sado-castellana.
Lucio Decumio.
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