27 julio 2004

Australia tiene razón

Hacía ya bastantes días que no me asomaba por aquí, tantos, que a Blogger le ha dado tiempo a incluir una serie de herramientas y opciones de nuevo cuño, con las que seguramente en el futuro, podré afrontar con ciertas garantías, determinadas mejoras que para la página, tenía en mente desde hace no poco tiempo.  

He estado echando cuentas y en los últimos cuarenta días, justo desde que me despidieran del trabajo, sólo me he volcado sobre el teclado en cuatro ocasiones. Es como si la propia dinámica que en la que yo mismo me había zambullido desde el mes de Junio del pasado año, se hubiera hecho pedazos al mismo tiempo que mis ilusiones por continuar y hacer carrera en la empresa en la que prestaba mis nada reconocidos servicios.

En fin, puede que sólo sean pueriles pretextos que tratan de ocultar y dar un perfil más amable, a una más que notable e inexcusable desidia comunicativa.

Hay ocasiones en que a falta de motivación, la obligación y el compromiso con uno mismo y con sus inquietudes, toman el relevo del entusiasmo y se ponen manos a la obra para hacer lo que uno tiene que hacer.

Ayer leía, no sin cierto júbilo, cómo el Ministro de Asuntos Exteriores australiano, Alexander Downer, ponía las peras al cuarto tanto al Gobierno de Zapatero, como al Gobierno de Filipinas por las injustificadas retiradas de los contingentes militares destacados por ambos países en Irak. 

Decía el titular de Exteriores australiano, no sin razón, que ambas decisiones no habían hecho sino fortalecer las convicciones y alimentar la sed criminal de los terroristas que operan en suelo iraquí. ¿Cómo si no, van a interpretarse por parte de los asesinos las retiradas de los dos contingentes -testimoniales ambos, pero fuerzas de pacificación al fin y al cabo- sino como el éxito de los violentos y sanguinarios chantajes que llevan a cabo?

Cuando los atentados islamistas -con colaboración etarra, insisto en que no tengo duda de ello- reventaron varios vagones de Cercanías en Madrid y a los tres días triunfó la opción política que proponía la retirada inmediata de las tropas estacionadas en Mesopotamia, el mundo civilizado se echó las manos a la cabeza al saber que Zapatero no sólo no tenía intención de retractarse de su propuesta, sino que la iba a llevar a cabo de inmediato. Aunque los socialistas hayan tratado de explicar que la retirada formaba parte de su compromiso electoral, el mensaje que se le transmitió al integrismo islámico es que sus salvajadas podían cambiar el curso y el devenir político de un país hasta hacerle virar 180º en su política exterior.

La retirada española, puso pues, al resto de los países que participaban en las fuerzas de pacificación afincadas en Irak, en el punto de mira de los terroristas de cara a futuros atentados masivos.

Pero peor ha sido lo de los filipinos. Sin mediar otra cuestión que el secuestro por un grupo terrorista islámico, de uno de sus ciudadanos en Irak, el gobierno del archipiélago asiático ha decidido ceder al chantaje de los criminales que mantenían preso al súbdito filipino y retirar a su contingente de Irak, a cambio de salvarle la vida al rehén.

Si populista e insensata fue la decisión de Zapatero de repatriar a nuestros soldados, la variable filipina es como para echarse a temblar. Ante el éxito de su chantaje, los asesinos han incrementado la frecuencia de los secuestros de extranjeros, que si ya eran el pan nuestro de cada día antes del episodio filipino, ahora se han disparado dramáticamente.

Ése y no otro, es el resultado de medidas tan cobardes e irresponsables. Salvas a uno, al tuyo, pero pones en peligro a ciento.

Lucio Decumio.

 

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